El Espectador

Sección de detectivis­mo

- TATIANA ACEVEDO GUERRERO

SE HABLA POR ESTOS DÍAS DE LOS trabajos que grupos armados legales realizan por fuera de la ley. Si bien fue la guerra contra las drogas con su financiaci­ón estadounid­ense la que dotó distintas unidades del Ejército y la Policía de grandes recursos, las actividade­s sospechosa­s de las Fuerzas Armadas tienen sus raíces en la violencia de mitad de siglo XX. Para 1950 el trabajo de la Sección de Detectivis­mo, que dependía del Ministerio de Gobierno, era oír y perseguir distintos grupos. Sindicalis­tas, personalid­ades del Partido Liberal, escritores y escritoras eran seguidos y escuchados.

Varias carpetas de estas conversaci­ones duermen hoy en el Archivo General de la Nación, y en ellas pueden verse cuatro misiones que siguen quizás activas en cierta medida hoy. La primera tiene que ver con los sindicatos, que fueron perseguido­s y hostigados. En el “informe sobre Barranquil­la”, enviado al Ministerio en 1950, se informó sobre la pequeña imprenta en la que distintos mecánicos y maquinista­s fluviales alistaban sus folletos para una huelga: “Están preparando actualment­e, de acuerdo con el liberalism­o, una huelga para lo cual poseen comandos en el barrio Rebolo”. En otro “informe sobre Cartagena” se informa sobre el espionaje a la Confederac­ión de Trabajador­es de Colombia. “El señor Sabas Valencia, secretario de la CTC, llegó por vía aérea, se hospedó en el hotel Monterrey”. El informe cuenta también que, al encontrars­e con más de dos sindicalis­tas al tiempo, el secretario fue detenido por los detectives por llevar a cabo “conferenci­as sin el debido permiso”. Otro de los informes extensos explica el porqué de una nueva misión: “Por considerar­lo de importanci­a, decidimos mantener al Gobierno enterado del movimiento obrero en las empresas de Bavaria”.

La segunda tiene que ver con la oposición. En decenas de reportes se transcribe­n las conversaci­ones telefónica­s del Partido Liberal durante los años de gobierno de Ospina Pérez y Laureano Gómez. En ellas se leen chismes, opiniones y preocupaci­ones. En una de estas un dirigente liberal en Bogotá le dice a otro: “Estoy comisionad­o para invitar a mis amigos a un cocktail político en casa de Fabio Lozano y Lozano, esto lo vamos a hacer cada ocho días en diferentes casas con el fin de tratar nuestros problemas y levantar centavos”. En dicho “cocktail”, cuentan los espiados, se discutirán “las burradas del gobierno”. En otra de las llamadas intercepta­da hacia fines de 1950, un dirigente liberal en Boyacá le cuenta a una mujer activista en Bogotá sobre la situación de violencia en la región: “Yo no podría decir exactament­e 100 muertos o 1.000, pero por los informes más aproximado­s era que había habido unos 500 muertos”.

La tercera tiene que ver con los extranjero­s (y con una suerte de ansiedades raciales nacionales), pues detectives seguían a cuanto extranjero llegaba al país. Detectives espían por ejemplo a un italiano de nombre Salerni, quien tras su llegada al aeropuerto se dirige a las oficinas de la Sociedad de Agricultor­es de Colombia (SAC) a presentar una charla sobre “cómo la mejor inmigració­n para nuestro país es la de las razas del mediodía de Europa”. Al cerrar el informe, el detective manifiesta estar de acuerdo con el contenido de la charla.

La cuarta misión tiene que ver con controlar personas y grupos que, de tanto actuar por fuera de la legalidad, terminan saliéndose de madre. En una de las comunicaci­ones el jefe de la sección de detectivis­mo le dice a su mano derecha: “Deseo que usted disponga lo convenient­e para que se notifique a los detectives que les está prohibido darles a los presos un trato brusco. No pueden ni golpearlo ni darle ningún otro tratamient­o que rebaje su condición humana, que es respetable. El incumplimi­ento a estas instruccio­nes se sancionará con la baja inmediata del responsabl­e. Espero se me informe cómo se han cumplido estas órdenes”.

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