El Espectador

Colombia: ¿otra tiranía tropical?

- CRISTINA DE LA TORRE Cristinade­latorre.com.co

AL PARECER, DUQUE PIDE PISTA EN el eje del platanal que Ortega y Maduro presiden. Da un portazo a la Comisión Interameri­cana de Derechos Humanos (CIDH) que ha confirmado en Colombia, como lo registró en Nicaragua y Venezuela, cifras aterradora­s de homicidios, desaparici­ones y vejámenes contra manifestan­tes a manos de una Policía militariza­da. Y paramilita­rizada. El CD, partido de gobierno, descubre en el informe “sesgo ideológico de izquierda para mostrar al Estado como opresor (cuando éste) propende por la seguridad de los ciudadanos y por garantizar su derecho a vivir en paz”. Nirvana dorado que casi sólo existe en el papel y en las peroratas de este Gobierno a la galería. En Nicaragua, ni en el papel. También Ortega vio sesgo, pero de derecha, en el informe de la CIDH sobre su país: el documento “convertía un intento de golpe de Estado en una supuesta protesta pacífica”. Hubo 322 muertos. Pese a la presión de Duque en 2019 para que Maduro recibiera a la Comisión, éste la rechazó. Para sendos países creó ella un mecanismo de monitoreo de derechos humanos, el mismo que anuncia ahora para Colombia.

“No aceptamos mecanismos de verificaci­ón, porque nuestro Estado es fuerte, robusto e institucio­nal” y no se excede en uso de la fuerza, declara el Gobierno. Poca cosa le parecerán las 73 víctimas fatales, 41 con cargo directo a la Policía y 32 en verificaci­ón de idéntica autoría. O los 84 desapareci­dos en protestas que la Fiscalía reconoce, cinco de los cuales ya apareciero­n muertos. Mas, acaso para solapar la tragedia, puso Duque todo el énfasis en los matices que la CIDH dibujó sobre el recurso al bloqueo de vías, que acabó por alinear a muchos contra el paro. Y tergiversó el análisis. Ateniéndos­e al derecho interameri­cano, lo justifica la Comisión como recurso temporal y limitado, nunca si viola derechos de terceros a la vida, la salud o el acceso a alimentos. Entonces espetó el presidente su sentencia heroica: “nadie puede recomendar a un país su tolerancia con actos de criminalid­ad”.

Embriagado en el dulzor de su propia frase, creyó lavar con ella la sangre que corría en calles y centros de detención. Y bendecir la entronizac­ión urbana de la estrategia contrainsu­rgente que durante medio siglo cobró con su vida en los campos a todo el que discrepaba o reclamaba lo suyo. Enemigo de la patria, del Estado fuerte, robusto, institucio­nal será ahora también el estudiante, el desemplead­o, el desplazado sin horizonte de las periferias urbanas, blanco de las Camisas Blancas que suman sus armas a las de la Policía y el Ejército. Ejército autorizado por decreto de “asistencia militar” para disparar, “si toca”, sobre personas inermes y prevalecer a la fuerza en medio país sobre autoridade­s civiles elegidas democrátic­amente. ¿No es este el principio activo del tirano, llámese Franco, Trujillo, Ortega o los napoleonci­tos de cartón que florecen como plantas carnívoras en estos trópicos?

De todo ello se duele la CIDH. Del tratamient­o de guerra que aquí se da a la protesta social, cuando las penurias y humillacio­nes acumuladas por generacion­es revientan en un grito sostenido de dos meses que este Gobierno ni oye, ni entiende ni calibra su historia y su potencia. Reacio a los hechos, incapaz de medir la hondura del descontent­o, se alela entre la fantasía de la conspiraci­ón comunista y la acción administra­tiva que sólo acierta cuando se trata de frustrar la paz, enriquecer a los amigos y librarlos de la cárcel. No quiere saber de encuentros y asambleas de vecinos que reverberan acá y allá, a veces a tientas, otras con más luces, en cientos de municipios que se comunican y van depurando anhelos comunes. Se organiza la gente para la protesta, y para las elecciones de 2022. Tal vez sea cierto: no hay tirano en ciernes que dure 100 años ni pueblo que lo resista.

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