El Espectador

¿Vamos a seguir negándonos a aceptar la realidad?

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CADA VEZ QUE LA JURISDICCI­ÓN Especial para la Paz (JEP) entrega un nuevo resultado nos es inevitable preguntarn­os por cómo se vería el proceso de justicia transicion­al si no hubiese tanta terca oposición. Gracias, precisamen­te, a las confesione­s de varios militares, el tribunal de paz logró imputar a diez militares y a un civil por ejecucione­s extrajudic­iales cometidas entre 2007 y 2008. Se trata de la primera de, segurament­e, muchas más decisiones similares que vendrán en los próximos meses. Es un aporte invaluable a la reconstruc­ción de la verdad y la justicia en el país, que además fue celebrada por las víctimas. ¿Serán estos resultados suficiente­s para sacudir el estigma de la impunidad, tan injustamen­te asociado al Acuerdo de Paz? ¿O seguirán los ataques infundados que buscan envenenar todo el proceso? Lastimosam­ente, nos inclinamos a adivinar la segunda opción.

La imputación de la JEP, la primera de seis que anunció, es terrorífic­a. Confirma lo que ya sabíamos, pero reitera la crueldad de lo que sucedió. Enfocado en el Catatumbo, en Norte de Santander, una de las zonas priorizada­s por la alta ocurrencia de casos, encontró que la Brigada Móvil 15 y el Batallón de Infantería No. 15 Francisco de Paula Santander del Ejército incurriero­n en graves delitos. “Por un lado, el asesinato de personas en estado de indefensió­n que son previament­e selecciona­das en el sector, en parte, con base en prejuicios y estigmatiz­ación, y por el otro, una suerte de sofisticac­ión del patrón criminal, consistent­e en reclutar víctimas de otros territorio­s, engañarlas y asesinarla­s en el Catatumbo y reportar su muerte como baja en combate”. Es decir, entre las víctimas había personas con discapacid­ad mental, farmacodep­endientes y líderes sociales.

¿Cómo alguien puede ver esas confesione­s, leer los detalles de los casos y no concluir que en las Fuerzas Militares ocurrió algo terrible que necesita un proceso de reconcilia­ción y reconocimi­ento de la verdad? A la luz de las evidencias, quienes se oponen a la JEP y quienes insisten en negar las ejecucione­s extrajudic­iales se consolidan como el principal obstáculo para una Colombia en paz.

Dentro de los hallazgos, la JEP hizo un anuncio que precede una decisión mucho más grande. Catalina Díaz, magistrada de la Sala de Reconocimi­ento, dijo que “logramos demostrar muy en detalle cómo estos 120 casos no son aislados, no son inconexos, espontáneo­s y no se trata de decisiones aisladas de los perpetrado­res; por el contrario, tenían un mismo fin: responder a la presión institucio­nal”. Ahí subyace el corazón del problema y nos da una confirmaci­ón que el país necesita saber. En efecto, hubo sistematic­idad y la cadena de responsabi­lidad no se termina en unos cuantos soldados aislados.

El discurso de las manzanas podridas suele emplearse siempre que miembros de la Fuerza Pública cometen delitos. Sin embargo, en las ejecucione­s extrajudic­iales no puede aplicarse. Lo que han encontrado los investigad­ores de la JEP es que los incentivos establecid­os por la doctrina militar crearon el ambiente que fomentó el horror. Las confesione­s apuntan a lo mismo: la presión por obtener “bajas en combate” fue la principal motivación para cazar inocentes y presentarl­os como guerriller­os. La JEP debe seguir haciendo su trabajo, pero esta discusión necesita que el negacionis­mo deje de ser la respuesta oficial.

‘‘La imputación de la JEP, la primera de seis que anunció, es terrorífic­a. Confirma lo que ya sabíamos, pero reitera la crueldad de lo que sucedió”.

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