El Espectador

Reino caribe

- PASCUAL GAVIRIA

UN REINO IMAGINARIO DE MAR Y tierra ha dado noticias en los últimos días. No está unido por las líneas de las fronteras sino por el abuso de sus regentes, príncipe novel el uno, príncipe heredero el otro, viejo lagunoso el de más allá y un reciente jefe supremo decapitado en su media isla. Todos reclaman un derecho a tutelar sobre sus súbditos en riesgo, defienden el nuevo mundo a su medida y dan ánimo a los seguidores que ellos mismos han armado de valor y algo más.

El príncipe heredero dirige una franquicia calcárea que se dice revolucion­aria. Como siempre en estos casos, es un ahijado ejemplar, solo que no tuvo un solo padrino sino dos y tiene muy pocas opciones de moverse del libreto que dejaron los “padres fundadores”. El temor acumulado es su principal herencia, lo acompañan las estampas que han rayado el ojo de los isleños durante más de 60 años y cierto desgano impuesto por la propaganda y la resignació­n. Un régimen para el que es imposible la renovación, viejo y paranoico, experto en defender los privilegio­s propios. Acostumbra­do a la disyuntiva entre su poder o la muerte. Los más jóvenes han comenzado a desafiar lo intocable. El heredero ha dicho que no solo el pasado, el poder y el futuro son suyos sino también la calle, ha tomado la frase del virrey retirado hace poco: “La calle es de los revolucion­arios”. Ese poder ha resistido años de huracanes y no es fácil imaginar su fin.

La feliz pareja que administra otra de las provincias del reino juega con su propia herencia. Están seguros de que derrocar a un dictador hace cerca de 40 años les entrega una aureola que puede con todas las infamias. La paciencia fue su virtud. Durante más de 15 años, él soportó la sed del poder que juraba merecer por sus sacrificio­s en armas, por la liberación de su pueblo. Volvió para quedarse. Está por cumplir 15 años en el trono y con seguridad necesitará más para recuperar su tiempo perdido. Su esposa es virreina, el papá de su nuera es el jefe de policía, la exesposa de su hijo maneja el petróleo y así, hasta copar la finca completa. Quienes amenazan el poder de la familia han comenzado a ocupar celdas y casas vigiladas. Algunos de los hijos de sus compañeros de armas han muerto a manos del gobierno del otrora camarada.

El príncipe menor muestra modales jóvenes e impetuosos. Nuevas ideas, se llaman sus viejas maneras: tanques contra el Congreso para “impulsar” un préstamo urgente, soldados en la puerta de los legislador­es para darles “protección” y lecciones, un llamado a la fuerza letal contra los delincuent­es, la expulsión de los periodista­s por odio disfrazado de leyes y la brutalidad carcelaria como la forma más eficaz del populismo. Hoy los súbditos lo aclaman, el 87 % aprueba sus ejecutoria­s y sus ejecucione­s. Ahora no necesita fusiles en el Congreso, tiene mayorías en las sillas y en las calles. Qué joven y qué fuerte se ve con su gorra hacia atrás y sus amenazas. La calle es de los audaces, debe pensar. Un nuevo salvador.

El príncipe recién asesinado cambió sus exportacio­nes de banano por el mando de la república. Y luego quiso cambiar la Carta de su provincia, encargó la redacción de las nuevas reglas y alargó su mando por necesidade­s propias y ajenas. La estabilida­d todo lo puede, aunque haya tenido siete primeros ministros en cuatro años. Los segundos siempre quieren mirar el horizonte desde arriba y la traición parece que marcó su fin.

No son noticias nuevas por estas tierras, solo coincident­es. Maneras de jóvenes y viejos regímenes, de extremos de tierra y costa.

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