Protestas en Sudáfrica: la detención de un expresidente fue la chispa que desató el caos
El pasado miércoles 7 de julio el expresidente de Sudáfrica Jacob Zuma se entregó a la policía para entrar a prisión y cumplir una condena de 15 meses por desacato, la cual fue dictada la semana pasada por un alto tribunal del país. El hecho terminó siendo la gota que derramó un vaso cargado de insatisfacción social, desempleo, hambre, pobreza y nuevas restricciones contra el COVID-19, desatando una ola de violencia que ya deja al menos 72 muertos.
Zuma, apodado como “el presidente teflón”, porque siempre lograba esquivar a la justicia, tenía hasta la noche del miércoles para entregarse a las autoridades, convirtiéndose así en el primer presidente de Sudáfrica en ser encarcelado desde el fin del Apartheid. El exmandatario tuvo un período en el poder cargado de escándalos y acusaciones relacionadas con nepotismo y corrupción, que finalmente culminó en 2018, cuando le cedió el cargo a Cyril Ramaphosa.
Desde la entrada a prisión del expresidente miles de personas salieron a la calle, la policía se vio rápidamente desbordada y el gobierno decretó el despliegue del ejército. Solo el miércoles, alrededor de 5.000 soldados trataban de mantener el orden, el doble de efectivos movilizados en el día anterior. En algunos barrios los vecinos se organizaron para asegurar ellos mismos la protección de sus tiendas, aunque las autoridades pidieron que “eviten hacer su propia justicia”.
A su vez, grupos de apoyo mutuo surgieron en las redes sociales. Mientras algunos proponían echar una mano para limpiar los daños dejados por los saqueadores, otros ofrecían sus excedentes de comida. Por este motivo la Unión Africana condenó con firmeza el martes por la noche la violencia y los saqueos, haciendo un llamamiento al “restablecimiento urgente del orden”, al tiempo que evocó el riesgo para la estabilidad de la región.
Lo cierto es que las protestas reflejan mucho más que la inconformidad por el encarcelamiento de Zuma. Desde hace varios días las provincias de KwaZuluNatal y de Guateng (donde se encuentran dos de las principales ciudades del país, Johannesburgo y Pretoria) viven bajo un torbellino de violencia alimentada por la pandemia y una economía hundida con una tasa de desempleo récord que llega al 32,6 %. Además, los agricultores advirtieron que tampoco pueden transportar su mercancía por esas rutas. “Nos vamos a enfrentar a una crisis humanitaria masiva”, alertó el director de la principal organización agrícola Agrisa, Christo van der Rheede.
Hasta ayer, tras seis días de caos, la escasez de alimentos y gasolina llegó a su punto más crítico. Desde temprano, largas filas se habían formado delante de las estaciones de servicio y los supermercados, sobre todo en los alrededores de Johannesburgo y Durban. La víspera, la mayor refinería del país anunció el cierre de su estación en esta región oriental, que abastece a cerca de un tercio del combustible que se consume en el país. “La escasez de carburante en los próximos días o semanas es inevitable”, declaró a la AFP el portavoz de la Asociación de Automovilistas (AA), Layton Beard. Según él, algunas estaciones estarían ya vacías y otras racionan su carburante.
Ahora el futuro político y social de Sudáfrica es muy delicado, teniendo en cuenta que el gobierno ha asegurado actuar con mano firme frente a la situación. “Lo que estamos viendo ahora son oportunistas actos de criminalidad, con grupos de personas instigando al caos meramente para encubrir saqueos y robos. No hay agravio ni ninguna razón política que puedan justificar la violencia y destrucción”, dijo ayer el presidente Ramaphosa.