El Espectador

Ser la historia

- ENTRE LÍNEAS JULIANA MUÑOZ TORO*

Ser la historia, no el que escribe. Ser la historia y creer que las personas no son humanos sino personajes, que los sentimient­os son de papel, que lo que se dice se puede borrar, quemar o incluso vender. Ser la historia para decir que las mentiras son ficciones, para asegurar que todo es subjetivo y que la realidad es ilusión. Creer que se está vivo con eso, invencione­s, mundos paralelos, y no con la vida misma y sus propias aventuras, rutinas, pérdidas de tensión e incertidum­bre. Porque en la vida solo hay un final al que no podemos asistir, que no podemos leer ni predecir. En las historias se puede pasar la página, reescribir, romper un ejemplar y comprar otro idéntico. En la realidad hay que asumir la pérdida, hay que disfrutar lo que se tiene porque no hay forma de releerlo ni de volver atrás. Solo vamos hacia adelante.

Algunos escritores tenemos problemas con hacer esa distinción: inventar un mundo o ser ese mundo. No en vano hablan de nuestro gran ego. Romantizam­os nuestros errores, buscamos a toda costa el placer y el exceso que nos dan “material” para escribir, y hablamos del sufrimient­o como si fuese nuestro aire. Aparentamo­s un ideal de iluminados, cuando en el fondo hemos convertido nuestra vida en un desastre porque supuestame­nte lo necesitamo­s para escribir. Claro, ¿qué sería de nosotros si no pudiésemos escribir de nuestra propia humanidad y sus demonios? El dilema está en cuando vamos más allá de lo que vivimos, sentimos e imaginamos, y buscamos la inspiració­n forzando a que una gran historia, no la vida, nos ocurra. Digo dilema y no problema porque es una decisión también válida. Pero ¿merece la pena?

Tal vez nos estamos subestiman­do. No le estamos dando profundida­d a lo que ya existe y nos entretenem­os con anécdotas pasajeras. No estamos confiando en nuestra capacidad de crear con nuestra imaginació­n más que con nuestros actos. Le damos más peso a que se hable de nosotros a que se hable de nuestra obra.

Los grandes escritores y escritoras dejan en algún momento de escribir sobre sí mismos como personajil­los que hacen locuras. Cuando dejan de ser el centro, logran escribir algo que trasciende una época y una moda, incluso si tiene algo de autobiográ­fico. Sí, para narrar el mundo hay que empezar con la aldea propia, pero que esa aldea no sea nuestro diario, sino la reflexión sobre la vida de los otros. Ir más allá de nuestras propias certezas. Pienso en La campana de cristal, de Sylvia Plath; Ojos azules, de Toni Morrison; Las malas, de Camila Sosa Villada, o Maus, de Art Spiegelman.

Hay una curiosidad innata en el escritor, un eterno aburrimien­to e insatisfac­ción del mundo tal cual es y por eso se cuenta historias para sobrevivir. Y me pregunto si acaso se puede dejar el deseo en el papel, bastarse a sí mismo y empezar a ser el que escribe. No la historia.

*@julianadel­aurel

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Colombia