El Espectador

Vehículos

- JOSÉ FERNANDO ISAZA

ES PREVISIBLE QUE EN LAS PRÓXImas décadas la tecnología de los vehículos eléctricos vaya poco a poco desplazand­o a los automóvile­s con motor de combustión de gasolina o diésel. El impacto sobre la calidad del aire, especialme­nte en las zonas urbanas, es una de las principale­s razones para el estímulo de este cambio. Para lograr el beneficio adicional de la necesaria reducción de las emisiones de anhídrido carbónico (CO2), se requiere que la energía eléctrica utilizada en la carga de las baterías provenga de fuentes renovables; en caso de no ser así, el CO2 emitido por las centrales térmicas en la generación eléctrica para la carga de las baterías superaría el ahorro en las emisiones de los vehículos. Es posible implementa­r sistemas para capturar el CO2 emitido por las plantas térmicas. Ya existen plantas piloto. En estas condicione­s, dado que es más viable capturar el CO2 en una central que el emitido por miles de vehículos, el cambio tecnológic­o tendría adicionalm­ente el efecto de reducir los gases de efecto invernader­o. La generación solar o eólica permite la carga de las baterías sin emisión de CO2.

Los autos eléctricos fueron producidos antes de los vehículos con motores diésel o a gasolina. Hacia 1830 Robert Anderson construyó un auto eléctrico y a finales del siglo XIX William Morrison fabricó vehículos eléctricos comerciali­zables. Hasta 1930 se produjeron industrial­mente este tipo de vehículos, se mantuvo su producción para comerciali­zar montacarga­s y vehículos que requieren poca autonomía, que es una de las principale­s limitantes además del tiempo de recarga y el alto costo de las baterías. La tecnología actual busca reducir estas restriccio­nes y se han logrado autonomías hasta de 500 km y tiempos de recarga rápida. Una mejor opción es una red de puntos de recambio de la batería, lo cual implica un rediseño completo de los modelos actuales. Otra limitante es el precio: un vehículo eléctrico cuesta casi el doble de uno convencion­al, pero esta brecha se está reduciendo. La populariza­ción del auto eléctrico requiere la construcci­ón de una amplia red de puntos de recarga o de cambio. No es viable creer que un mayor número de autos eléctricos genera más puntos de carga; al contrario, más puntos de carga estimulan la electrific­ación del transporte. Esto fue lo que ocurrió con el cambio de combustibl­e líquido a gas natural comprimido, pues la proliferac­ión de estaciones de servicio que ofrecían gas propició el cambio por el ahorro obtenido y la facilidad de llenado del tanque.

Como el cambio de motor de combustión a motor eléctrico tomará varias décadas, la contaminac­ión y el efecto invernader­o se pueden reducir modernizan­do el parque actual. El mayor beneficio se logra cambiando los vehículos menos eficientes. Stan Wagon muestra el siguiente resultado paradójico: cambiar un vehículo que consuma 20 millas/galón a uno que use 25 millas/galón ahorra más combustibl­e que pasar de uno de 30 millas/galón a 40 millas/galón. Además, el costo del cambio en el primer caso es muy inferior al del segundo. Si en un año un vehículo recorre 15.300 km (9.500 millas), promedio razonable en Colombia, en el primer caso el ahorro de combustibl­e está dado por (9.500/25) – (9.500/30) = 95 galones, y en el segundo por (9.500/40) – (9.500/50) = 79 galones. El ahorro, aun si recorren distancias inferiores o mayores, es superior con el cambio del más ineficient­e.

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