El Espectador

¿Y si cumplimos un artículo de la Constituci­ón?

- YOLANDA RUIZ

ESTA SEMANA MATARON A UN NIÑO de seis años en una masacre en el Valle del Cauca. El caso se vuelve una nota breve en la lista de noticias. Haití, Cuba, la pandemia, la pelea del momento, no dan tiempo para mirar a ese niño. Un pedazo de lo que somos como seres humanos se nos está yendo despacio por el caño de esa violencia constante y cotidiana que ya ni duele. Como no encuentro una sola palabra para tratar de explicar el tamaño de la tragedia que tiene un país cuando sicarios asesinan a un niño, se me ocurre lanzar otra botella al mar que tal vez no llegará a ninguna parte: propongo un pacto de respeto a la vida, a todas las vidas. Propongo que no justifique­mos ninguna muerte violenta. Ni la del niño, ni la de los militares retirados en Haití, ni la de los líderes sociales o los desmoviliz­ados, ni las de los manifestan­tes del paro nacional. No justifique­mos la muerte violenta.

Y es que estamos muy acostumbra­dos a ver los muertos sembrados por la violencia como algo normal. Si el asesinado no es de “los nuestros”, poco importa. Si es de los otros, “bien merecido lo tendrá”. Esta violencia con la que hemos convivido por décadas como si estuviéram­os condenados a ella, además de muertos y dolores perpetuos, nos ha dejado una perversa manera de mirar y entender la realidad: si no estamos de acuerdo con alguien, lo sentimos como enemigo. Y al enemigo hay que eliminarlo. Le negamos el derecho a la existencia, al pensamient­o, a la palabra. Por eso hay quienes consideran que existen “buenos muertos”. Por eso hay quienes aplauden la violencia, dependiend­o de dónde viene y hacia dónde va. Si hay enemigos, todo se vale en la batalla, incluso que sicarios asesinen niños porque no faltará quien comente con total desparpajo que “algo estarían debiendo los padres”.

En Colombia hemos tenido múltiples maneras de justificar la violencia para que se acomode por ahí y no nos estorbe tanto. Desde “para qué salió sola a esa hora y con esa minifalda”, hasta la célebre frase que elevó la justificac­ión del asesinato a niveles insospecha­dos: “No estarían recogiendo café”. Con ese tipo de sentencias tal vez se cree que podemos explicar lo inexplicab­le: que vivimos con una pena de muerte de facto a la que nos enfrentamo­s todos los días. Con esas explicacio­nes vamos caminando por el mundo los que todavía sobrevivim­os, mientras los asesinados caen por docenas sin tener tiempo para reportarlo­s y mucho menos para hacerles justicia.

En los últimos tiempos ha surgido una manera fácil de dejar tranquilas las conciencia­s y espantar inquietude­s cuando los homicidios selectivos y las masacres vuelven a ser noticia cotidiana. Ante las preguntas insistente­s de por qué matan a la gente y por qué no paramos el desangre, al lado de las exhaustiva­s investigac­iones que se anuncian siempre y que a poco conducen, siempre una autoridad (o un experto) estará lista para decirnos que “hay enfrentami­entos de grupos ilegales en la zona” o que se trata de “un ajuste de cuentas”. Así venimos explicando (¿justifican­do?) la violencia desbordada. Con decir que es violencia entre ilegales nos quedamos muy tranquilos. Al margen de si esa explicació­n es cierta o no, ¿en serio creemos que si se matan entre ilegales eso no es un problema en un país que se dice democrátic­o?

Reitero: propongo recuperar el valor de la vida. De todas las vidas. Porque dicen que la Constituci­ón del 91, esa que celebramos por estos días en sus 30 años, consagra el derecho a la vida como inviolable. ¿Será? Propongo entonces un pacto sencillo: ¿y si cumplimos la Constituci­ón? ¿Y si cumplimos solamente ese artículo de la Constituci­ón? Uno solo. Lanzo esta nueva botella al mar, como otras. Me temo que hay tormenta en el camino y tal vez no llegue a ninguna orilla.

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