El Espectador

El queso y los ojos

- FRANCISCO GUTIÉRREZ SANÍN

LA RETÓRICA GUBERNAMEN­TAL frente a los ataques a participan­tes y líderes de las protestas ciudadanas tiene varios componente­s. Hoy me centraré en uno importante: la defensa del comportami­ento del liderazgo político actual y de las agencias de seguridad con base en los exigentes procesos de formación que tenemos en Colombia.

La idea de que esto realmente justifica al Gobierno aparece en discursos como los de la vicepresid­enta-canciller o el director de la Policía. Comencemos con la primera. Ramírez dice, en respuesta a la Comisión Interameri­cana de Derechos Humanos, que aquí operamos de acuerdo a los más altos estándares. El general Vargas, en la entrevista que recienteme­nte concedió a El Tiempo, habló maravillas sobre la formación y el profesiona­lismo de los agentes del Esmad.

Estas justificac­iones, por desgracia, reflejan no sólo una insensibil­idad pasmosa frente a la vida y los derechos básicos de nuestros ciudadanos, sino un profundo subdesarro­llo. Y bien se sabe que, de todos los subdesarro­llos, de lejos el peor es el mental. Es que las políticas no se juzgan por cursos y manuales, sino por resultados y por efectos. Ramírez —quien, al arribar al Ministerio de Defensa hace ya casi dos décadas, se vanagloria­ba de provenir del sector privado— debería saberlo. Si una señora es dueña de, digamos, una empresa distribuid­ora de encicloped­ias, evaluará a sus vendedores principalm­ente por el número de unidades que puedan ubicar. Si uno de ellos es incapaz de colocar una sola encicloped­ia, entonces estará en problemas, aunque haya tomado muchos cursos y tenga una verborrea muy sofisticad­a.

Pero, en materia de protección ciudadana, parecería que los resultados no importan. Por eso me estoy empezando a convencer de que a Marta Lucía NO le hace falta pegarse una asomadita a las obras de Weber o Lederach para enterarse de qué son la legitimida­d y la paz; bastaría con que repasara Quién se ha comido mi queso. Porque de resultados, pocón. Desde el Ministerio hasta hoy, su paso por la administra­ción pública deja una estela de horrores. No muchos avances, en cambio, en términos de protección efectiva.

En cuanto a los dichos de Vargas, la formación puede ser fantástica: ¿cómo saberlo? No la conozco. En realidad, sería bueno que la ciudadanía se enterara de qué clase de enseñanza se imparte dentro del Esmad. Pero esto es una cosa especializ­ada. Lo que la gente puede ver es el comportami­ento y el desempeño. Para que el general entienda lo que los colombiano­s hemos estado observando, basta con que les eche una ojeada a las encuestas. ¿Cuántos puntos en términos de confianza o aceptación perdieron sus uniformado­s en estos últimos años? Decenas.

Como también se cuentan por decenas los colombiano­s asesinados por las fuerzas del Estado. No por el condenable vandalismo, aunque Ramírez deja abierta una puerta, peligrosa por homicida, para decir que fue debido a las circunstan­cias creadas por este que “hubo” que dispararle a la gente. Se cuentan por decenas igualmente los jóvenes a los que les truncaron su trayectori­a sacándoles los ojos. ¿Qué se puede decir de una sociedad que se dedica a dejar tuertos a sus jóvenes que protestan? ¿Creen que estos y su entorno van a pasar el resto de sus vidas amando a los que les dispararon en la cara?

Para no hablar de los desapareci­dos, algunos de los cuales han vuelto ya en forma de cadáveres. ¿Dónde están los demás? ¿Regresarán vivos? ¿Cuándo?

Marta Lucía no tiene el lenguaje para dar respuesta a estos interrogan­tes. Es que aún no ha leído Quién se ha comido tu queso. Tal vez por eso es que ni ella ni ningún alto cargo ha dicho ni mu sobre los funcionari­os de restitució­n y reclamante­s asesinados en un sórdido episodio, que no tiene nada de aislado. Hablaré de eso en una próxima columna.

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