Nuestra reacción de origen
Busquemos un tema para conversar, sin que importe demasiado el tema, y sin que lo tomemos como algo personal. Busquemos colores, medios colores, matices, consecuencias e incluso verdades y grandes verdades, aunque no estemos de acuerdo y al día siguiente cambiemos de opinión. Y cambiemos de opinión una y un millón de veces si encontramos argumentos que nos convenzan, más allá de que nuestro cambio de opinión vaya en contra de nuestras viejas posturas o de nuestras afiliaciones, porque puestos a discutir, un carné es solo un carné, no una definición de quiénes somos y cómo pensamos y actuamos, y lo que fuimos no puede ser una camisa de fuerza para seguir pensando y siendo como éramos por el resto de nuestros días, y menos una justificación para decir y repetir “es que yo soy así”.
Hablemos de nosotros, pero no para lamentarnos de nada ni para echarles la culpa a los demás de nuestras equivocaciones, si es que lo fueron, sino para tratar de comprendernos. Es posible que así comprendamos también un poco de la vida y de los demás, de sus razones y sus verdaderas motivaciones, del origen de sus caminos, porque el fin debería ser mucho más comprender que juzgar. Ahora que lo pienso, es posible también que conversando, hasta desgarrarnos si es necesario, entendamos cuál fue el primer paso que dimos para que se adhiriera en nosotros esa misteriosa partícula que nos hizo reaccionar como reaccionamos, porque lo hayamos pensado o no, lo tengamos más o menos claro o no, todos tenemos una primera reacción, la reacción de origen para llamarla así, cada vez que se nos presenta un obstáculo, o como dicen, una situación límite.
Conversemos sobre esos primeros impulsos, y hoy en especial, acerca del impulso inicial que nos lleva a reaccionar de una u otra manera. Si ese impulso está revestido de miedo, o de ira o de veneno, si es de comprensión, de dolor, o envidia o bondad o un profundo deseo de aprobación, si es de querer que el otro viva momentos de plenitud o que se derrumbe. Si es de sumar o dividir. Si es de ganar o perder, sea eso lo que cada quien decida que es. Si es de enfrentar los desafíos con dignidad, si es de tratar de ser coherentes con el primer impulso y lo que hacemos, si es de incendiar el mundo porque el mundo es el culpable de nuestras desgracias, o si es de cantar un poco, como Víctor Heredia, “todavía cantamos, todavía soñamos”, y levantarnos para seguir luchando y estar a la altura de Brecht cuando decía: “Y hay los que luchan toda la vida, esos son los imprescindibles”.