El Espectador

Una reforma de transición

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LA CUARTA REFORMA TRIBUTARIA del gobierno de Iván Duque es, paradójica­mente, una muestra de cómo deberían prepararse este tipo de medidas siempre que sean necesarias. Aunque se trata de una propuesta poco ambiciosa, que no soluciona el problema fiscal, no hace cambios estructura­les necesarios y es muestra de un mandato que llega débil a su último año, la labor del nuevo ministro de Hacienda, José Manuel Restrepo, ha sido loable. Eso sí, la campaña electoral que calienta motores necesita dar cuenta de que, sea quien fuere la persona que llegue a la Casa de Nariño, debe venir con una propuesta de reforma estructura­l en la que tendrá que invertir el capital político con que llegue.

Los planteamie­ntos de la nueva reforma tributaria son un reconocimi­ento tácito, pero poco sutil, de las fallas que tuvo el paso de Alberto Carrasquil­la por el Ministerio de Hacienda. Desde la manera en que se construyó y se socializó hasta las fuentes de financiaci­ón que decidió adoptar, la propuesta de la administra­ción Duque hace un mea culpa que sin duda responde al estallido social de los últimos meses.

Allí donde la anterior propuesta de reforma se hizo a puerta cerrada y se presentó sin una estrategia clara de comunicaci­ones, el ministro Restrepo decidió construir la nueva hablando con representa­ntes de los manifestan­tes, los empresario­s, la academia y los otros partidos políticos. Se reconoció lo que debió ser evidente: no hay cambios al estatuto tributario que puedan aprobarse sin un mínimo consenso nacional que pase por justas negociacio­nes entre ideologías encontrada­s. Esa estrategia, esperamos, servirá para que su paso por el Congreso no esté lleno de traumatism­os, aunque con la clase política colombiana nunca podemos estar seguros de eso. En todo caso, el proceso es un modelo a seguir en el futuro. Nos va mejor cuando nos sentamos a dialogar.

Hablando de aspectos específico­s, se trata de una reforma que reconoce el momento político. Los $15,2 billones que pretende recaudar no son suficiente­s para solucionar el problema estructura­l de las finanzas del Estado, pero son necesarios para las prioridade­s del país en este momento. Es lo que puede esperarse de un gobierno que entra a su último año con unos índices masivos de impopulari­dad y una potente protesta social.

En el cómo recaudar ese dinero también hay un rechazo a las posturas anteriores. El 60 % del recaudo vendrá de las empresas, acatando las sugerencia­s de los gremios y echando para atrás lo que hacía la última reforma que logró aprobar el gobierno Duque y que, sin desconocer el efecto de la pandemia, es en buena medida responsabl­e del tamaño del hueco fiscal que ahora se debe tratar de llenar. No se toca a la clase media, aunque tampoco a la alta, ni se aumenta la base de contribuye­ntes. Lo que pierde en ambición lo gana en eficiencia y estabiliza­ción del país.

El debate, sin embargo, está lejos de terminar. Vamos a necesitar otra reforma tributaria y eso debería estar en el centro de la conversaci­ón para las próximas elecciones. Todos los candidatos tienen que contarle a Colombia lo que pretenden hacer, con lujo de detalle, sin propuestas populistas talladas en mármol y sin evadir un tema difícil como la necesidad de mejorar las finanzas creando nuevos impuestos. Mientras eso ocurre, el Congreso debería darle trámite expedito a la última tributaria de la administra­ción Duque. El país necesita estabilida­d.

‘‘Lo

que pierde en ambición lo gana en eficiencia y estabiliza­ción del país. Vamos a necesitar otra reforma tributaria y eso debe estar en la conversaci­ón para las elecciones”.

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