El Espectador

El paro, lo que queda y lo que sigue

- Notasdebuh­ardilla@hotmail.com HERNANDO GÓMEZ BUENDÍA* * Director de la revista digital “Razón Pública”.

las mieles parisinas en la OCDE.

Ninguna necesidad tenía la Cancillerí­a de expedir un comunicado expresando solidarida­d con los cubanos y su creciente proceso de protestas ciudadanas ante lo que es un régimen en decadencia, mucho menos recomendán­doles permitir allá lo que aquí es prohibido y respetar los derechos humanos que también han ultrajado gracias al paquetazo director de la Policía, el general Jorge Luis Vargas.

Duque hace lo suyo también, pues no pudo desconocer que detrás del magnicidio en Haití están los exoficiale­s colombiano­s y salió a rasgarse las vestiduras, pero haciéndose el de la vista gorda con el papel de la Superinten­dencia de Vigilancia y Seguridad Privada. Esta es la responsabl­e de conceder y renovar las licencias a las compañías que, en ese complejo universo de la delincuenc­ia extranjera, hacen atractivo para ciertas organizaci­ones contratar en Colombia comandos que afuera hagan cosas inclusive lícitas. No se atrevió Duque a pedir cuentas al superinten­dente Alfonso Clavijo Clavijo, quien moral y legalmente está obligado con el país a no guardar silencio.

Nos contaron que los exoficiale­s son mercenario­s en el extranjero, pero no nos han dicho qué habrán hecho o estarán haciendo aquí por cuenta del paramilita­rismo que no incomoda al Gobierno ni al Centro Democrátic­o. ¡Qué miedo!, como dicen en Buga, ¡que nos cojan confesados!

El balance no puede ser más sombrío. En efecto, a pesar de los indicios tan claros, ninguna autoridad ha siquiera anunciado una investigac­ión para remover los cimientos de las empresas de seguridad de donde salió la veintena de oficiales y soldados que se fueron felices a Haití en un crucero del mal, pues unos creían que debían secuestrar al presidente y otros matarlo. Mientras tanto Duque da el pésame sin llamar al orden a nadie.

Adenda No 1. Las recientes y contundent­es decisiones de la JEP sobre los “falsos positivos” restablece­n la confianza en la justicia colombiana. Va quedando claro quiénes y por qué quieren eliminar la JEP.

Adenda No 2. Difícil creer en el nuevo comisionad­o de Paz, Juan Camilo Restrepo Gómez, un intolerant­e enemigo consuetudi­nario de la paz.

SABEMOS CUÁNDO Y CÓMO COmenzó, pero ignoramos hasta dónde llegarán sus consecuenc­ias.

El paro comenzó porque Duque propuso aumentar los impuestos en medio de la más grave crisis social de la historia y sabiendo que el Congreso no pasaría su reforma. Esta fue la estupidez que hizo estallar todos los viejos —y los nuevos— descontent­os de Colombia.

Una parte pequeña de ese descontent­o se alivió con las supuestas victorias del paro: se cayó la reforma que había nacido muerta, renunció Carrasquil­la, acabó de ahogarse la reforma a la salud, vino la CIDH y regañó al Gobierno…

También quedaron medio satisfecho­s algunos grupos o grupitos que aprovechar­on la oportunida­d: vacunación anticipada para los maestros, matrícula cero para universita­rios, mercados gratis para unos pocos jóvenes de “Puerto Resistenci­a”...

Los gremios, las iglesias, las personas de bien y demás fuerzas vivas (o bobas) del país por supuesto llamaron a la concertaci­ón “entre todos los sectores”. El Gobierno y el Comité del Paro pretendier­on hacer eso, pero el intento no podía funcionar porque la agenda era o es muy gaseosa (unas 108 demandas disparejas) y, más de fondo, porque en Colombia nadie representa a nadie.

Claro está que el apretón de la pandemia agravó el descontent­o en todas partes, pero los paros de otros muchos países tienen motivos y objetivos específico­s: Hong Kong no quiere depender de China, los libaneses quieren expulsar a los ladrones, el Black Lives Matter rechaza la discrimina­ción, los cubanos por fin se rebelaron contra el fracaso de lo que llaman “socialismo”… Incluso los chilenos se toparon con la Constituci­ón de Pinochet y ahora van a cambiarla, como si así se arreglaran los problemas sociales.

Algunos en Colombia propusiero­n como meta concreta la renuncia de Duque —hasta que alguien notó quién sería su reemplazo—. Así que el paro colombiano no tenía ni tiene una causa común ni un propósito claro. Es una suma dispar de descontent­os cuyo gran escenario previsible serán las elecciones del año que viene. Sería el voto masivo contra el statu quo, la ilusión populista del candidato que prometa milagros: es lo que suele ocurrir en América Latina… y es el remedio que agrava los problemas.

Queda la opción deseable e improbable de que los inconforme­s se organicen como un partido político y vayan construyen­do con esfuerzo y paciencia ese futuro mejor que desean.

E infortunad­amente queda la opción, menos remota, de una secuencia creciente de explosione­s sociales, con respuestas cada vez más violentas del Gobierno y hasta ponernos muy cerca del fascismo.

Lo único que nadie debe ignorar es que Gran Descontent­o llegó para quedarse… ya para este 20 de julio nos anuncian que otra vez lo veremos asomarse.

(Para mejor apreciar la encrucijad­a nacional, invito a la lectora o el lector a mi libro Entre la Indepedenc­ia y la pandemia. Colombia, 1810 a 2020).

Testamento del escritor

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