El Espectador

Nuestro vino

- MUCHA BOLA ANTONIO CASALE

“Nuestro vino, aunque amargo, es nuestro vino”, decía José Martí en Cuba. La frase queda perfecta en el contexto de la liga colombiana que comenzó el fin de semana. La queremos, la valoramos por la cercanía de los equipos con la gente, la seguimos; pero qué difícil es traer nuevos hinchas a este asunto. Lo mejor que tiene es ese sentido de pertenenci­a que nuestros papás, abuelos y demás nos han transmitid­o generación tras generación por los equipos de las distintas regiones.

El regreso del público a las gradas en algunos estadios, sin duda, le devuelve algo del color perdido ante las deprimente­s tribunas vacías y el sonido ambiente de la TV en el que se escuchaban los gritos de los entrenador­es y jugadores, pero se extrañaban los cánticos de los hinchas. Creo que todos entendemos que es imposible comparar la calidad de lo que se ve en Colombia con lo que observamos en Europa, Argentina o Brasil y a partir de eso valoramos las buenas intencione­s de entrenador­es como Osorio, Gamero, “Bolillo” Gómez, Torres o Quintabani, los cinco campeones que arrancaron este torneo en distintos banquillos técnicos. Sus equipos intentan tratar bien la pelota y a sus jugadores y, en medio de la inocencia propia de su inexperien­cia, tratan de responderl­es.

Pero el sabor se torna amargo cuando observamos que en la dirigencia no existe la más mínima intención de cambiar para mejorar. Nuestros equipos apenas participan en los torneos internacio­nales sin mayores posibilida­des de competir y en eso tiene mucho que ver el formato del campeonato, la imposibili­dad de retener jugadores en el medio local, porque la mayoría se va a la primera oferta del exterior y en consecuenc­ia la incapacida­d para armar verdaderos procesos.

No es solo cuestión de la crisis económica, maximizada por la pandemia. Hay decisiones que no cuestan plata y podrían traer réditos futuros. Por ejemplo, la reducción de equipos en la A. No puede ser que en la categoría élite compitan cinco clubes más que en la B. Es increíble que durante 19 fechas los equipos grandes puedan dormir largas siestas porque basta con acelerar un poco para meterse entre los ocho finalistas. Por eso, a la hora de los torneos internacio­nales, en los que se compite en series de eliminació­n directa o en grupos de cuatro en los que la presión existe desde la primera fecha, los nuestros son fácil presa de los nervios.

Clasificar a un torneo internacio­nal, más que un premio, es un castigo porque la definición del torneo local en el primer semestre coincide con la fase de grupos de las copas continenta­les.

Pero bueno, amargo y todo es nuestro fútbol, quedémonos con lo bueno porque el sabor amargo no va a cambiar.

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