Necesitamos un Congreso comprometido con la crisis
EL CONGRESO DE LA REPÚBLICA empieza su última legislatura con los peores incentivos posibles. En plena campaña electoral, con un gobierno tremendamente impopular y con Colombia plagada de inconformismo en todo el espectro ideológico, los cantos de sirena del populismo y la inacción se escuchan con alto volumen. A escala individual es entendible: cada legislador desea sobrevivir a unas elecciones claves. Pero la crisis no ha desaparecido y los ciudadanos esperan respuestas de sus líderes políticos. Este año que resta, los congresistas deben priorizar la respuesta a los problemas que están sobre la mesa antes que sus intereses electorales.
Colombia se encuentra en una posición precaria. Aunque la tercera ola alargada de COVID-19 parece estar mermando en su letalidad, todavía estamos en un promedio de casi 500 personas muertas cada día. La amenaza de la llegada de las variantes se une con la persuasión del movimiento antivacunas y los problemas que se siguen presentando en el Plan Nacional de Vacunación. En la práctica, eso significa que seguimos en duelo, con personas que no pueden trabajar y con el fantasma de futuros cierres por culpa de la pandemia. Ya sabemos en qué termina eso: más pobreza, hambre, inconformismo y desesperación.
Aunque hay indicios de recuperación económica y desde el gobierno Duque dan señales de esperanza, la desigualdad garantiza que estos efectos no se vean en todos los espacios por igual. Los jóvenes y las mujeres seguirán en medio de un desastre que se evidenció a lo largo del paro nacional. Las respuestas que ellos necesitan no pueden dar espera. Esto en medio de un panorama político complejo. Se trata a todas luces de un momento de transición, pero eso no significa que sea tiempo de inacción; todo lo contrario.
Este Congreso ha sido poco inspirador. Sus tres años se los ha pasado entre proyectos rimbombantes pero inútiles (la cadena perpetua), algunos muy importantes (como la gratuidad de la vacunación) y otros por completo desperdiciados (las objeciones a la JEP, el pánico moral sobre la marihuana recreacional). Cuando estalló la pandemia y después hubo el paro nacional, los legisladores se caracterizaron por su falta de liderazgo. Cedieron su espacio al Gobierno, se escondieron de los colombianos y ayudaron al desprestigio del Legislativo.
No es coincidencia que, medición tras medición, una de las instituciones con menos legitimidad entre los colombianos sea el Congreso. Esa es herencia de antaño. En este espacio hemos escrito distintas versiones de este mismo editorial: un clamor por más liderazgo político, menos individualismo electoral y más prioridad a las urgencias de Colombia. Pero no nos cansaremos de insistir. Menos en medio de una pandemia y de un país altamente polarizado.
Sí, entendemos que a los congresistas les queda poco tiempo debido a que tendrán que hacer campaña. También sabemos que en Colombia hay muchos proyectos que son impopulares pero necesarios. Sin embargo, ese es el cargo al que aspiraron. Deben ejercerlo con altura y capacidad. Hoy, cuando se instala la nueva Legislatura, no pedimos más que lo obvio: que trabajen con respeto por la misión que les encomienda la democracia representativa y que reconozcan la urgencia de su función en este momento crítico. No desperdicien el momento, congresistas.
‘‘Se trata a todas luces de un momento de transición, pero eso no significa que sea tiempo de inacción; todo lo contrario”.