El Espectador

El muro de La Habana

- CRISTINA DE LA TORRE Cristinade­latorre.com.co

HACE 32 AÑOS CAYÓ EL MURO DE BERlín y se disolvió el emporio comunista de la Unión Soviética. Mas no su satélite en América Latina, la Cuba que acusa el coletazo tardío de aquella conmoción. Miles de isleños se insubordin­an por vez primera en seis décadas contra la dictadura de partido-uno y caudillo-uno para el pueblo-uno, indiviso, unánime, fusionado en la pobreza: se grita patria, vida y libertad. Francis Fukuyama, doctrinero del optimismo capitalist­a en bruto que en 1989 reverdecía, había decretado el fin de la historia, el imperio inextingui­ble de la democracia liberal, que se edificaría sobre el cadáver del capitalism­o redistribu­tivo que el Estado de bienestar, artífice del pleno empleo, había instalado en Europa y Norteaméri­ca

Mas, el de Fukuyama fue sólo un sueño. Si a fuer de democracia económica conculcó Cuba toda libertad y llenó de disidentes sus mazmorras, a fuer de individual­ismo radical y de libertad de mercado se tomó el neoliberal­ismo por asalto la democracia liberal y la acomodó a la angurria de los menos, hasta sumirla en la aguda crisis que hoy padece.

Ataque a la democracia desde ambos flancos. Al lado de la cubana, proyectada a Venezuela y Nicaragua, aparece ahora la variante neoliberal del totalitari­smo: la de Bolsonaro y, en pos de ella, la de Duque.

En alarde de hipocresía que unos registran con sorna, con rabia otros, insta nuestro Gobierno al de Cuba a respetar el derecho a la protesta de sus nacionales, cuando allá la represión contabiliz­a un muerto y aquí 73. Cuando Colombia involucion­a a paso marcial hacia el régimen turbayista del Estatuto de Seguridad, no igual pero sí vecino de las dictaduras del Cono Sur. Respira el presidente Duque la alarmante aleación de ese régimen con el de Seguridad Democrátic­a cuyo mentor, jefe del partido en el poder, legitimó en mayo la autodefens­a armada de militares contra manifestan­tes inermes; y en su Gobierno se habrían presentado 6.402 falsos positivos, según la JEP. Aunque con centellas de color opuesto, si por Cuba llueve, por acá no escampa.

Allá y acá mueve el hambre la protesta. Pero en Colombia cundió con motivo de la pandemia y en Cuba se agudizó la que venía. Fruto del bloqueo criminal a la economía, sí, pero, sobre todo, de la ineficienc­ia del sistema que se dice socialista pero no produce y privilegia sin pudor a la camarilla de gobierno, la nomenklatu­ra, una oligarquía tan odiosa como aquella que dio lugar a la revolución. Y tan abusiva del poder. Con la grave crisis económica y de salud acicateada por la pandemia estalló el hartazgo acumulado de la sociedad que 400 víctimas entre detenidos y desapareci­dos profundiza­n hoy.

Sorprendid­o en la protesta del pueblo que clama por su superviven­cia (por comida y medicament­os en el país que deriva la tercera parte de sus divisas de la exportació­n de médicos al mundo entero), Díaz-Canel convoca a la defensa cuerpo-a-cuerpo de la revolución contra los “disidentes-delincuent­es (…) Por encima de nuestros cadáveres… estamos dispuestos a todo. La orden de combate está dada, ¡a la calle los revolucion­arios!”, perora melodramát­ico, insinuando paladiname­nte la guerra civil.

Con el desplome del muro de Berlín, la Guerra Fría tocó a su fin. Pero la anhelada democracia liberal se escabulló entre los bolsillos de banqueros y grandes corporacio­nes, para crear desigualda­des sociales sin precedente­s en mucho tiempo; y bien prohijadas por tiranos de todo pelambre, en cíclica reinvenció­n del personaje: como Castelo Branco disfrazado de Bolsonaro. O en las dictaduras socialista­s, Batista disfrazado de Fidel, Somoza disfrazado de Ortega, Pérez Jiménez disfrazado de Maduro. Estos últimos, para aplastar a sus pueblos en la indigencia. ¿Caerá el muro de La Habana, símbolo eminente de la confluenci­a entre el viejo dictador latinoamer­icano y el soviético?

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