El Espectador

Escombros y fantasmas

- AURA LUCÍA MERA

LEO Y RELEO LOS ESCOMBROS, DE Fernando Vallejo. Me gusta. Por primera vez se muestra vulnerable al dolor. Es el mismo Fernando blasfemado­r que manda a la mierda al papa de turno, llámese Juan Pablo o Francisco; el que odia Colombia, pero no puede vivir sin ella: el que despotrica contra todas las religiones con una obsesión mística y la emprende a patadas con Jesucristo, recordándo­me ese doloroso y feroz poema de Unamuno en el que le grita al Cristo del cielo que nos libre de “ese Cristo de la Tierra (...), de ese Cristo español sin sexo alguno que yace más allá de aquella diferencia que es el trágico nudo de la historia”.

Pero vuelvo a Fernando. No sé por qué lo identifico con Eduardo Escobar, Gonzalo Arango o Fernando González, todos víctimas de esa educación clerical aberrante y absurda de esa Antioquia cerrada e hipócrita de la época. Las mismas raíces de puritanism­o asqueante que dejan huella indeleble. Prosas impecables. angustias interiores infinitas. Vallejo tal vez se recrea más en usar todas las palabrotas “ofensivas” que antes escandaliz­aban y ningún periódico o revista se atrevía a publicar. Recuerdo que a Gonzalo Arango lo echaron de Cromos por escribir que el primer astronauta se tiró un pedo al pisar la Luna. El Profeta le escribió una carta a mi mamá: “Aurita, si este castigo fue por un pedito, ¿qué tal hubiera sido si escribo una idea?”.

En mi época de ateísmo feroz, cuando sacaba la lengua para comulgar después de haber pecado a ver si de una me caía un rayo y me mataba, y confesarle eso a mi primer terapista, un cura alcohólico, simplememt­e me dijo con su español-irlandés: “Escríbele una carta a ese dios que tanto odias”. Lo hice y me salieron cuarenta páginas de blasfemias entre frase y frase, hemorragia nasal, llanto, ira... Se la leí al día siguiente y salí de todo. Empecé una nueva relación espiritual. Las vomité: ya pertenecía­n a un papel arrugado y manchado.

Vallejo en estos Escombros se abre a la ternura, al dolor de la pérdida de ese compañero de vida, y afirma que no se puede morir antes que Brusca y que por eso sigue en este planeta miserable, al que nunca pidió venir y del cual quiere partir (esto no se lo cree ni él mismo). Se reencuentr­a con su yo frágil, como un niño asustado, golpeado por demasiadas pérdidas afectivas que ya no esconde, a pesar de intentarlo, en su frialdad rabiosa.

Fernando Vallejo y su amor por sus perros. Se identifica con ellos de una manera fantástica porque creo que se reconoce en ellos y sabe que esos ladridos son más fuertes que los mordiscos. Un señor escritor. Una prosa impecable. Un ser humano generoso y vulnerable. Esos Escombros me tocaron el alma. Además me identifico en ellos. Tal vez en escalas diferentes y sin esa prosa hirviente y latigante.

Todos tenemos escombros que se quedan en el alma; tsunamis y terremotos devastador­es. Algunos no los comparten. Yo creo que es mejor vomitarlos. Así mientras esa Parca llega, seguimos caminando más ligeros de equipaje.

Posdata.

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