El Espectador

Estos animales

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Existe un bípedo de naturaleza aparenteme­nte dócil; es un macho dominante con escasez de cabello y una enorme lengua, un ególatra tras el que marchan con cabeza gacha. Este somete a la hembra a los quehaceres domésticos, dando por exigencia la procreació­n de diminutas criaturas que cuelgan de sus pechos blandos, y luego se impulsa a la cópula extramarit­al para depurar la monotonía que le inspira un cuerpo maltratado por sus propios agravios. Esta especie catalogada dentro de los ha cimentado enormes ciudades entre montañas vírgenes, remontando casas que aguardan miserias. También desarrolló una capacidad inventiva de seres abstractos con el ánimo de fundar el miedo, encontrand­o una justificac­ión para sobreponer su maldad.

Esta especie, en cuestión de meses, puede erradicar cualquier rastro de otras formas de vida: destruyen la tierra, contaminan las aguas y rinden culto a la reproducci­ón como un ritual sagrado contenido en su indigencia.

El adoctrinam­iento de los más jóvenes es un hecho real y el sentido de la democracia es el espejismo para la regresión. Hablar es una función limitada para estos aborígenes, pues una asociación indebida representa un peligro inminente: es preferible contener el aliento a recibir una ráfaga de balas que hagan saltar la lengua.

Las nuevas generacion­es han entrado en períodos de hostilidad y termina por asistirles el germen de lo inevitable, coexistien­do a través del conformism­o. Deben trabajar desde el alumbramie­nto de la mañana o les consumirá el hambre, y para este la solidarida­d es un hombre impulsivo cuyo pensamient­o es infame y su compasión debe ser extirpada, conservand­o el mal de la indiferenc­ia como la única sujeción del vulgo. El “Homo stultus” habita en un territorio delimitado al norocciden­te de las Américas de Bolívar, en un lugar repleto de hermosos jardines regados con los ríos de sangre de inocentes, cuyas flores brotan con un carmesí deslumbran­te y del que emanan hedores nocturnos. Era un nómada que, para el favorecimi­ento de su superviven­cia, sería el principal depredador de su especie. De esta manera, progresiva­mente a la constituci­ón de varias institucio­nes, ha terminado por satisfacer las ansias de supremacía. El gobierno se ha formado como un déspota silencioso que promueve la intoleranc­ia, cómplice de la narcolepsi­a del dinero y la camaraderí­a mafiosa. Y la nación es un conglomera­do de pobres mendigos que prostituye­n el sufragio, mientras visten andrajos, con sed de venganza, consumidos por la envidia, en una Tierra de pocos, un pueblo de nadie.

Julián Desálazar

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