Los monstruos desatados del cine
En esta edición del Festival de Cannes, marcada por la pandemia y sus consecuencias, lucía como una imperiosa necesidad premiar a los osados, a los que de alguna u otra manera lanzaban un manifiesto de una renovación.
Esta vez en Cannes nada fue igual. Con los premios repartidos en un palmarés sin precedentes, la alfombra roja recogida, la ciudad descargada de las miles de personas que la llenaron durante 12 días, toca sentarse con la tranquilidad que da una fiesta concluida, de la que solo queda recoger los platos sucios, limpiar la casa y desmenuzar el evento para sacar conclusiones.
Tras la cancelación de la celebración del Festival de Cannes en 2020 a causa de la pandemia, a esta 74ª edición le apodaron “La del renacimiento”. No parecía exagerado darle un nombre que se propone reactivar a la cinematografía como arte y como negocio. Pero, ¿en realidad hubo un renacer? A simple vista se puede decir que sí. Con las actividades culturales congeladas durante meses en Europa, cosa que en todo el mundo se ha experimentado, a nivel de evento multitudinario se trataba de jugar las últimas cartas, de burlar al COVID 19, de asumir grandes riesgos de sanidad y de balancearse cada día al borde del descontrol.
Este es un aspecto que no se puede obviar, ya que estamos viviendo una situación delicada, extrema, que solo la abulia veraniega aunada a la algarabía de un ambiente festivo alimentan la ilusión de cierta normalidad. En ese contexto la maquinaria del Festival de Cannes tenía que ponerse en marcha, con el empeño y la terquedad del director del evento Thierry Frémaux, así como con la misión de aplicarle primeros auxilios a la industria cinematográfica. Puede que se hayan escrito versos a la oda de la inconsciencia, pero el milagro del renacimiento se celebró a todo dar.
Puesto en claro el contexto real, hablemos de las ficciones. La búsqueda del nuevo Parásitos, la película con la que el coreano Bong Joon Ho escribiría historia en 2019 al recibir la Palma de Oro como preámbulo al Óscar, parecía saltar con sancos la grieta producida por la cancelación de la edición anterior.
El listón estaba muy en alto, y ante la variopinta selección de las 24 películas que optaban por la Palma de Oro, el jurado comandado por un dicharachero Spike Lee se enfrenta a una tarea espinosa. La selección venía ya con ciertas críticas pegadas como molestos escarabajos, tal como la poca representación de directoras o la recurrente presencia de vacas sagradas.
El desenlace superó las expectativas, con un veredicto valiente y hasta justo con un par de ex aequo-, le daría más razón de ser a lo que llamaron la edición del renacimiento.
Colombia en Cannes
De lo que se vio y premió en el Festival de Cannes estaremos hablando un buen rato de los filmes de la competición oficial, como de la coproducción colombiana Memoria, dirigida por Apitchapong Weerasethakul y producida por Diana Bustamante. Pero también de filmes presentes en las relevantes secciones paralelas como la Semana de la Crítica, donde participó Amparo, del medellinense Simón Mesa Soto, así como de la sección Una Cierta Mirada, donde fueron reconocidas dos producciones mexicanas, La Civil (de Teodora Mihai) y Noche de Fuego (de Tatiana Huezo), lo cual pone de manifiesto la presencia y el interés hacia el cine latinoamericano.
Memoria terminó llevándose el Premio del Jurado compartido con Ahed’s Knee, del israelí Nadav Lapid. No es la primera vez que Weerasethakul resulta galardonado en esta cita cinematográfica, pues ya lo había conseguido en 2010 con El tío Boonmee, que recuerda sus vidas pasadas.
Independientemente de los integrantes del jurado y del Zeitgeist, las películas del realizador tailandés consiguen tocarles la fibra a los deliberantes. Con Memoria, protagonizada por Tilda Swinton y Elkin Díaz, no podía ser diferente, y lo consiguió. Rodada en Colombia, Weerasethakul plantea un relato complejo y simbólico en el que se entretejen la búsqueda de la identidad, las reminiscencias de los pasados y el presente sobre un terreno que no deja de moverse.
Los premios compartidos o ex aequo, tal como también fue el caso del Gran Prix, con la cinta del aclamado iraní Asghar Farhadi (A Hero) y del finlandés Juho Kuosmanen (Compartment N° 6), pueden denotar la falta de consenso del jurado, pero también la imperiosa necesidad de no ignorar o dejar de lado un filme. Las discusiones a puertas cerradas se quedarán en el ámbito del top secret, un acuerdo de confidencialidad con una duración de varios años, firmado a cal y canto por los miembros del jurado.
Filmes rompedores
Durante dos años el comité de selección del Festival de Cannes se esmeró en reunir un grupo de películas con variopintos relatos, de los cuales solo uno se atrevió a cantar. Annette, por el que Leos Carax conseguiría el premio al Mejor director, es un musical atípico, rompedor en su forma, que no teme jugar con elementos disonantes para conjugarse en una producción que no deja indiferente y que a pesar de su oscuridad es un punto luminoso en la cinematografía mundial.
En esta edición, marcada por la pandemia y sus consecuencias, lucía como una imperiosa necesidad premiar a los osados, a los que de alguna u otra manera lanzaban un manifiesto de una renovación. Y tal pa
‘‘Rodada
en Colombia, “Memoria”, de Weerasethakul, plantea un relato complejo y simbólico en el que se entretejen la búsqueda de la identidad, las reminiscencias de los pasados y el presente”.
rece que el espíritu de nuestros tiempos permearía la decisión del jurado.
En ese sentido, la Palma de Oro tenía que estar destinada a una obra que sacudiera cada uno de los sentidos del público hasta el punto de dejarle temblando en la butaca con las emociones alborotadas y las entrañas revueltas. Una sensación como tal solamente lo había conseguido Titane.
La corajuda propuesta de Julia Ducournau hace añicos la caja de “cine de género”, traspasando los límites con esa historia de una joven binaria con inclinaciones psicópatas (Agathe Rousselle), que se encuentra con un solitario bombero sesentón adicto a los esteroides (Vincent Lindon) y que aún llora la desaparición de su hijo.
No en vano Ducournau en su discurso daba gracias por dejar entrar al Olimpo que es Cannes -y de paso premiar- a los monstruos que habitan en lo que ella misma no tuvo tapujos
en definir como su filme imperfecto.
Tras 74 ediciones, la realizadora francesa se convertía en la primera mujer en ganar en solitario la Palma de Oro, ya que en 1993 la neozelandesa Jane Campion (El
piano) la compartió con el chino Chen Kaige (Adiós a mi concubina).
Los monstruos de Julia Ducournau, quien con su primer largometraje Crudo había conseguido un sonoro éxito en la Quincena de los Realizadores en 2016, irrumpieron en el templo del cine, espantando a los guardianes de las viejas y desgastadas fórmulas cinematográficas. Y solamente por esta Palma de Oro, independientemente del entorno pandémico, esta edición del Festival de Cannes se podría considerar histórica.
Definitivamente esta vez en el festival nada fue igual, y ojalá que para el futuro nada sea como antes.