Y lo que falta...
375 DÍAS PUEDEN SER UN PERÍODO largo o corto, dependiendo de las percepciones. Al presidente Duque se le nota que le pesa cada día que le falta o, mejor, que le sobra a su mandato. Lo muestra ese afán tempranero por imponer una narrativa oficial ante el descalabro de su gestión. Con razón su nuevo leitmotiv es “concluir, concluir, concluir”.
Su discurso veintejuliero y la entrevista a este diario dejan traslucir ese síndrome de despersonalización-desrealización que hace que se sienta fuera de sí mismo, de su entorno y del acontecer nacional para tratar de convencernos de que el derrumbe paulatino no es real, no existe o está mal contado.
Para ello se vale de la técnica que no busca verdad objetiva ni contradecir contrarios sino a sí mismo, a la espera de que en los imaginarios ciudadanos germine una síntesis perceptiva nueva. Se ve, por ejemplo, en su pretendida agenda de equidad, que no es ni la una ni la otra, y que en lo educativo y lo social no es más que obediencia ciega a unos trinos improvisados de su mentor, asustado por la creciente insatisfacción callejera. La mentada matrícula cero y los subsidios sociales que este Gobierno reclama tienen un listado interminable de gestores, especialmente de oposición, que pretenden su paternidad o maternidad putativa.
Pero la desfachatez no termina allí, como se aprecia cuando habla de legado en sostenibilidad ambiental mientras a hurtadillas su partido niega el Acuerdo de Escazú, o defiende su errática y tardía política contra el COVID-19 sin que haya medidas de contención de fondo cuando aterriza la variante Delta, o reclama respeto por los derechos humanos en el vecindario sin mirar la viga en el ojo propio, o de manera fantasiosa dice haber hecho más que Santos para implementar la paz, hecha trizas en estos larguísimos 36 meses.
No es mucho más. Antes que por sus escasas obras, resultará complejo evaluar a este Gobierno por lo que dice que ha hecho, pero necesitaremos la ayuda de psicólogos.