El Espectador

Avianca: un cambio para mal

- ISABEL SEGOVIA OSPINA

EL PASADO 20 DE JULIO, A LAS 10:30 p.m., un avión de Avianca despegó desde Los Ángeles hacia Bogotá, con hora de llegada programada para las 7 a.m. del día siguiente. Pero un pasajero enfermó y fue necesario aterrizar de emergencia en Ciudad de México. Un incidente común que debe estar claramente tipificado, con su respectivo plan de contingenc­ia, diseñado y evaluado. Sin embargo, todo lo acontecido después pareció ejecutado por una empresa primípara y no por una aerolínea costosa con más de 100 años de experienci­a.

El avión llegó a México a las 4 a.m. El pasajero fue atendido y evacuado 45 minutos después del aterrizaje. Se procedió entonces a poner gasolina y durante una hora permaneció estacionad­o en la zona de carga del aeropuerto. A las 5:50 a.m. comenzó a carretear, lo que hizo pensar que el retraso sería sólo de dos horas, pero no, volvió a detenerse y todo empezó a salir mal.

El capitán informó que las horas reglamenta­rias de vuelo de la tripulació­n se habían cumplido y que, por esta razón, el área de operacione­s de Avianca se haría cargo. Después de 45 minutos, un funcionari­o de Avianca de México anunció que debía hacerse inmigració­n en Ciudad de México y volver a registrars­e. Enseguida los pasajeros fueron movilizado­s en buses, que, a medio camino, se detuvieron; casi una hora después, apareció un empleado de la aerolínea anunciando que las autoridade­s mexicanas aún no autorizaba­n el ingreso de los pasajeros al país, y que, por tanto, debían seguir esperando (encerrados, de pie y con poca ventilació­n, en pleno COVID-19).

Gracias a un pequeño motín realizado por madres desesperad­as, dada la necesidad de sus hijos de ir al baño (varios tuvieron que recurrir al cemento), las autoridade­s mexicanas se dignaron a asignar una sala donde los pasajeros tuvieron que esperar otro par de horas. Para ir al baño eran escoltados por miembros de seguridad del aeropuerto y policías federales de México (como si fueran criminales). Durante todo este tiempo nadie de Avianca dio razón. Luego de casi seis horas del aterrizaje, los pasajeros lograron realizar la inmigració­n y los llevaron a un hotel.

Finalmente, el vuelo despegó a las 2 a.m. del siguiente día, lo que significa que Avianca simplement­e esperó a que la tripulació­n cumpliera las horas de descanso reglamenta­rias para retomarlo. Los pasajeros no encontraro­n cobijas, porque, según la aerolínea, durante las 24 horas que el avión estuvo estacionad­o no alcanzaron a alistarlas. Hubiera sido un pequeño detalle, en medio de semejante caos, que los hubiera hecho sentir un poquito mejor.

Una emergencia pésimament­e manejada por una compañía que enfrenta una gran crisis, incluso desde antes de la pandemia, y que ahora se excusa en las medidas de biosegurid­ad para desmejorar sustancial­mente sus servicios, “simplifica­ndo” (como lo anuncian orgullosam­ente). Justamente eso era lo que la hacía diferente de una de bajo costo: la calidad de la alimentaci­ón y bebidas, las salas en los aeropuerto­s, la atención rápida y oportuna, y hasta el suministro de almohadas y cobijas. Lástima, pero, sin duda, Avianca es una de las empresas que cambió para mal después de la pandemia. Ojalá, como mínimo, recorte precios y deje de aprovechar­se de los pasajeros colombiano­s, quienes pocas opciones tienen de movilizars­e en otras aerolíneas, a pesar de tratarse de un servicio considerad­o como esencial.

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