Alfa, Beta, Gamma, Delta, ¡Omega!
PARECE QUE NOS VAMOS A TENER que acostumbrar a vivir y a morir con este nuevo virus, el que ya conmovió y cambió nuestras vidas para siempre. El misterioso COVID-19 no se deja comprender del todo ni por las mentes más brillantes ni por los modelos más perfectos. Ni siquiera hay seguridad de que su origen sea el salto de un animal a un humano, o de un laboratorio a todos los humanos. Cada vez la ciencia sale más humillada (humildada) por su comportamiento impredecible, y quizá lo único que puede asegurarse es que lo mejor es estar vacunados, usar mascarillas, mantener la distancia y lavarse las manos. Casi todo lo demás es incierto y los médicos de hoy, a ratos, parecen nadando en aguas tan oscuras como los médicos de hace siglos frente a otras plagas.
En Colombia una de las mayores diversiones sociales es despotricar de los funcionarios. Yo considero, en cambio, que personas como el ministro de Salud, Fernando Ruiz, un hombre formado para servir, un doctor en Salud Pública por las universidades de Harvard y de México, ha hecho un trabajo extraordinario, constante, soportando en silencio las arremetidas injustas de muchísima gente (y me incluyo), en una lucha feroz contra unas circunstancias inéditas, contra nuestra idiosincrasia desobediente, hipercrítica e irresponsable, y con unos recursos humanos y económicos que son los que son.
Hoy no podemos negar que el esfuerzo del Ministerio de Salud por vacunarnos a casi todos empieza a dar frutos, y aunque hemos tenido más de 100.000 muertos, una cifra devastadora, también se han salvado y se siguen salvando un número mucho mayor de vidas. Los que han envejecido sirviéndonos y han llegado a niveles extremos de cansancio por ayudarnos, merecen, ellos sí, una estatua, aunque sea simbólica, de agradecimiento. Y en todo caso no merecen los ladridos de quienes no hacemos nada y sabemos muy poco de lo que pasa y de lo que puede hacerse con los recursos que tenemos.
Un oficio como el mío, opinar, es mucho menos difícil que servir y gobernar. En lo mío conviene informarse bien, por muy diversas fuentes, de lo que ocurre en el mundo, pensar la información y ayudar a divulgar lo que se aprende entre los ciudadanos, con algún aporte que incluya nuestras circunstancias particulares como país.
La variante Delta del virus, que apareció por primera vez en la India, que ya llegó a Europa y a Estados Unidos, aterrizó también en Colombia. En nuestro mundo interconectado muy pocos se libran, y quizá no basten las letras del alfabeto griego para ir anunciando nuevas variantes, más o menos virulentas que las que ya conocemos. Esta Delta desvela a muchos de quienes estudian el virus: aunque los vacunados parecemos estar protegidos contra ella (o al menos contra sus efectos mortales), también nos contagiamos, y llevamos una gran carga del virus si esta variante entra en nuestro cuerpo. Lo malo de la Delta es que es tan contagiosa como la varicela y más transmisible que la gripa común, el SARS, el ébola o la influenza. Los vacunados, incluso con síntomas leves, si nos infectamos con la variante Delta, resultamos casi tan contagiosos como los no vacunados. Por eso conviene llevar siempre, todos, tapabocas en lugares cerrados y poco ventilados.
Los primeros modelos matemáticos de la Delta daban resultados catastróficos. Sin embargo esta, de un modo inexplicable, se desinfla de pronto. ¿Por qué? Hay intentos de explicación, pero nadie lo sabe a ciencia cierta. Estamos, lo repito, frente a una enfermedad misteriosa y desconcertante. Seguirán apareciendo, y serán nombradas con el alfabeto griego, nuevas variantes. La vieja expresión “Alfa y Omega”, la primera y la última letra de ese alfabeto, significa el principio y el fin de alguna cosa. ¿Llegaremos algún día a esa Omega? ¿Y será el final del virus o el final de nosotros? Prefiero ser optimista y creer que este virus arrogante será derrotado por la humilde ciencia.