Deshaciendo el ovillo
LAS DISTINTAS VERSIONES DEL conflicto, que tenemos oportunidad de conocer a través de instancias como la Comisión de la Verdad, resultan definitivas para ir deshaciendo el ovillo del conflicto armado. La historia es susceptible de ser contada de distintas maneras —desde la academia, el testimonio gráfico, la literatura o el arte— y esta es la historia oral, viva, construida a partir de la memoria, de recuerdos precisos, pero también de los naturales vacíos; y desde perspectivas que dependen de si se fue víctima o victimario. La suma de estos testimonios da luces inmensas sobre cómo se hizo la guerra, qué factores intervinieron y cómo, y nos permite destejer una historia llena de oscuridades, de nudos y de silencios impuestos.
La entrevista de El Espectador a Jhoverman Sánchez, exguerrillero de las Farc que llegó a ser comandante tercero en la zona de Urabá y Córdoba, es impactante. En primer lugar, porque ilustra cientos de destinos de jóvenes colombianos. Sánchez cuenta que entró a la guerrilla a los 15 años, de manera voluntaria, cuando vio que a pesar de la riqueza de la región no había “oportunidades para la población”. Tal vez sueños de justicia lo llevaron a ella, o rabia, o simple necesidad. O todo junto. Escogió, eso sí, un camino que sabía duro de antemano: “nosotros no fuimos a la guerra porque nos gustara, porque nos quisiéramos alejar de nuestras familias, porque quisiéramos vivir una aventura con la probabilidad de morir en el monte y tener que andar con la casa en la espalda, mojados, expuestos a culebras. Nadie va a la guerra porque le gusta, nos obligaron a ir a la guerra”. ¿Quiénes? En la versión de este hombre curtido, un grupo de paramilitares que “mataba gente humilde, trabajadora, campesina”; los ganaderos y empresarios que se apoyaron en ellos; y —es su tesis— el Estado, que “necesitó generar la violencia, porque requería construir la represa de Urrá, y desplazar a los campesinos”. Habla también de cómo los Castaño pasaron a ser paramilitares y de los complejos intríngulis entre Farc, Epl, Convivir, red de cooperantes, comandos populares.
Qué tanta verdad hay en esta versión es algo que corresponde establecer a jueces e historiadores. Lo que la hace valiosa, a mi modo de ver, es que va acompañada de un reconocimiento de la atrocidad de los crímenes propios y de la guerrilla. Cuenta Sánchez cómo “ajusticiaban” obreros de las bananeras, que según ellos eran sicarios en las noches. Y reconoce que “en medio de ese desorden se asesinó a gente que no tenía nada que ver con el conflicto. A ellos les pido perdón y reconozco que nos dejamos llevar al extremo”. Mucho de lo sucedido en Urabá queda expuesto en sólo dos páginas, con un componente importante: se hace desde la convicción de la necesidad de la paz y la verdad. No le temamos a oír las confesiones de los victimarios. Ni las desechemos por estar en sus bocas. Las necesitamos para comprender, que es el principio para superar el pasado y enfrentar la violencia del presente.
Coda: increíble que España, con autoritarismo de madre, “castigue” a todos los colombianos vacunados y con prueba. ¿Por qué no devuelve a los falsificadores? Más increíble aún que Colombia, con 300 muertos diarios, exija prueba sólo para salir y no para entrar al país.
Mario Fernando Rodríguez B. Paula Sánchez, Juan Francisco Pedraza, Viviana Velásquez y Rubén Darío Ballén.
Eder Rodríguez, William Ariza,
Lina Paola Gil, William Botía, Johann González, William Niampira, Jonathan Bejarano y Camila Sánchez.
Nelson Sierra G.
Óscar Pérez, Gustavo Torrijos, Mauricio Alvarado y Jose Vargas.
Óscar Güesguán.
Iván Muñoz, Nicolás Achury, Natalia Romero, Alejandra Ortiz, Camila Granados, Carlos Flórez y Leonel Barreto.