Cambio climático: años de ceguera
ES FÁCIL EXPLICAR POR QUÉ LA franja lunática ha acompañado a la humanidad desde sus orígenes. Se trata simplemente de buscar escapes a las realidades de este valle de lágrimas. Lo que no se explica es que todavía, frente a las evidencias de la ciencia, persista esta vena irracional y dañina. Desde Copérnico, Galileo, Darwin, Freud, nos hemos topado con renuencias enormes a la verdad. Pero puede ser la resistencia a reconocer el cambio climático la más perversa de estas cegueras. No solo porque está en juego la suerte del planeta como un todo, sino porque a diferencia de otras, la mueve una mezcla despreciable: la tontería, la angurria y la politiquería.
The Guardian cuenta cómo ha sido de larga y accidentada la lucha para evitar el desastre.
Ya en 1960 aparecieron serios desarreglos. Destrucción de enormes cosechas en Rusia y la India. Más adelante, toda la población de la franja subsahariana sufrió serios padecimientos. Luego, en 1970 hubo sequías e inundaciones en muchos lugares, pero el mundo se negaba a ver lo evidente: habíamos entrado en un patrón cuyo daño potencial era inédito.
Aun así, la ceguera no era universal: algunos científicos comenzaron a enviar mensajes que, sin embargo, fueron desatendidos. En febrero de 1977 The New York Times tocó el problema de los combustibles fósiles. No obstante, los poderosos siguieron distraídos, pensando más en la perspectiva de la crisis doméstica del petróleo que en la posible hambruna universal.
Algo curioso: otro llamado de atención vino de la CIA. En agosto de 1974 produjo un estudio en el que mostraba la hipótesis de que los desarreglos climáticos traerían crisis políticas, migración y turbulencia. Ya la CIA advirtió que antiguas etapas de pequeñas edades del hielo en 1350 y 1850 habían desembocado en guerras. Pero ni aun así.
La avaricia de la gran industria acalló las voces sensatas. Y la política sacó sus réditos malévolos: a Albert Gore lo crucificaron por anunciar la catástrofe. Trump usó el negacionismo para mantener el apoyo de la industria.
Por nuestro lado, la creación de conciencia ha sido lenta. Pero los científicos han hecho la tarea. Además, algunos líderes políticos han tomado la bandera de la lucha contra el cambio climático.
Ahora ha surgido un movimiento antivacunas basado en supercherías inauditas. A diferencia de la cuestión climática, este es un caso de simple bobería. Dice el chascarrillo: contra la huevonada no hay nada.
Se discute la constitucionalidad de las vacunas obligatorias. Pese a mi talante liberal, en este caso creo que la preservación de la libertad hay que contrastarla con el daño potencial a los otros. La cuestión no es que no me vacuno porque no me da la gana. La cuestión es que usted infecta a los demás. Es un tema social, no personal.
Y si ello no es posible, entonces que nos inspire Macron: el que no se vacune, allá con su libertad. Pero le será prohibido acceder a sitios públicos.
Dicen que cuando Macron incluyó los bares en la lista de aquellos sitios inaccesibles para los no vacunados, al otro día concurrieron a la vacuna 1’300.000 personas. Un buen pomerol bien vale un pedazo de libertad.