De mercenarios a “hassasís”
LOS HISTORIADORES QUE los orígenes de los mercenarios se remontan hasta el antiguo Egipto, alrededor del año 1500 a. C., cuando el faraón Ramsés II hizo uso de 18.000 de ellos en el transcurso de sus batallas, pagándoles con lo que saqueaban. El analista Fernando Arancón relata: “Así, a lo largo de los siglos, las compañías de mercenarios —que a veces llegaban a contar con numerosos efectivos— estuvieron presentes en la mayoría de los conflictos bélicos hasta el siglo XIX. Su paulatina desaparición estuvo motivada por el creciente poder de los Estados, especialmente europeos, que ya no necesitaban de sus servicios al disponer tanto de dinero como de hombres para desarrollar las tareas que realizaban dichos mercenarios. Salvo algún caso muy excepcional, como los mercenarios contratados por el rey Leopoldo II de Bélgica para su colonia del Congo, durante el final de los siglos XIX y la primera mitad del XX, la «desmercenarización» de los conflictos fue notoria.”
Si hoy Suiza es conocida como un remanso de paz alpino, famoso por sus chocolates, quesos y relojes, desde el siglo XIII hasta finales del XVIII alquilaba sus habitantes al mejor postor como mercenarios. Durante cinco siglos, los soldados suizos combatieron bajo las órdenes de soberanos extranjeros. Este “producto de exportación” evitó a la antigua Confederación ataques externos, explica Jost Auf der Maur, autor de la obra Soldados para Europa. “Cuando faltaban hombres a los regimientos suizos, los reclutadores no dudaban en embriagar a jóvenes, ponerles dinero en los bolsillos, y luego argumentar que los muchachos habían firmado un contrato de manera voluntaria”.
Relata la historia que un fanático musulmán del siglo XI, conocido como el Viejo de la Montaña, capitaneaba en Siria un pequeño ejército, que utilizaba para ejecutar cruentas venganzas políticas y someter así por el terror a la población de la región. Dicen que “antes de salir de correrías, para estimular aún más la crueldad de sus hombres, los obligaba a consumir hachís, la droga extraída del cáñamo de la India (en árabe, hassís). Por esa razón, los secuaces del Viejo de la Montaña eran llamados hassasí, que en árabe significa «consumidor de hachís», pero la palabra no tardó en designar también a los asesinos”.
La “desmercenarización” de los conflictos hace que gobiernos cada vez recurran menos a sus ciudadanos para sus operaciones militares o de sicariato. Países como Turquía, Emiratos Árabes Unidos, Rusia o Irán no vacilan en contratar mercenarios o sicarios para hacer las tareas sucias que no se atreven a exigirles a sus ciudadanos. Pero una cosa son los mercenarios y otra los hassasí como los sicarios que ultimaron al presidente de Haití y han intentado asesinar varias veces al presidente de Colombia. Los Viejos de la Montaña de nuestros días, por más que intenten disimularlo, son los que contratan y pagan esos crímenes como el Eln, las disidencias de las Farc y muy seguramente Maduro.
Apostilla: hace unos días el cantante Juanes afirmó que “el comunismo era una mierda”. Sobra decir que el comentario no cayó bien en la izquierda ni en la farándula, gremio tan “progre” como mamerto. Hace algunos meses la exreina y actriz Margarita Rosa de Francisco, que tuvo su momento de gloria en los años 90 (la década, por supuesto, no su edad), confesó su admiración por Petro. En los países demócratas, el ser mamertucho es tan chic como elegante. A la inversa, el ser demócrata en un país mamertucho es tan aventurado como peligroso.