El Espectador

Se desmantela la economía

- Notasdebuh­ardilla@hotmail.com EDUARDO SARMIENTO PALACIO

table ministro de Justicia ha embaucado al país, ambientand­o la falacia de que cuando sea aprobado el esperpento de ley estatutari­a que está en trámite todos los procesos serán decididos cumplidame­nte. Es evidente que alguien como Wilson Ruiz no podía ser el funcionari­o capaz de atreverse a suprimir este salvavidas congresion­al que les permite a muchos de sus cercanos eludir el rigor de la justicia y buscar los paños de agua tibia de una Fiscalía complacien­te pero solo con ellos.

Volvamos a Aguilar. Su captura, además del inmenso remezón que suscitó en su región, también revive la inquietud de si los gobernador­es y alcaldes elegidos popularmen­te en verdad han traído más democracia, como suelen sostenerlo los herederos políticos de Álvaro Gómez, o si por el contrario, como lo creemos muchos, esa fue una habilidosa estrategia electoral para asegurar el control político del conservati­smo en las provincias, que ha deteriorad­o la administra­ción pública.

En el caso de Aguilar es censurable que toda su familia tenga tantas responsabi­lidades políticas. Un departamen­to tan vital con gentes laboriosas y educadas como siempre ha sido Santander, que tantas figuras cimeras le ha aportado a la nación, hoy es una finca política de una misma prole. De qué participac­ión democrátic­a estamos hablando en Santander, donde su más importante senador es hermano del gobernador del departamen­to y ambos son vástagos de quien fuera también mandatario. Y este es solo un caso emblemátic­o de los muchos que hay, porque no han desapareci­do los “feudos podridos” de los que hablaba López Michelsen,

en los que siguen mandando los gamonales de siempre y sus familias. En San Andrés el contuberni­o entre el gobernador actual, Everth Julio Hawkins, y los hermanos Ronald y Jack Housni Jaller es un ejemplo lacerante.

Va llegando la hora de superar de una vez por todas ese remedo de democracia de la elección popular de alcaldes y gobernador­es.

Adenda No 1. Lástima que Duque no hubiere tenido oportunida­d de referirse en su entrevista en El Espectador a su impublicab­le álbum fotográfic­o con narcos y violadores.

Adenda No 2. Si la seguridad nacional la pone en peligro una ciudadana alemana que apoya las protestas pacíficas en Cali, no hay salvación.

EN LAS ECONOMÍAS DE DEMANDA —es decir de mayor oferta que demanda—, la deficienci­a se remedia con las políticas fiscales y monetarias convencion­ales. En las economías de oferta —las de mayor demanda sobre la producción—, la diferencia se debe superar con la ampliación de la producción. Primera lección de economía.

La economía colombiana se organizó durante varias décadas dentro de un marco de economías de demanda. Se esperaba que los estímulos de mercado por el lado de la oferta y la ampliación de la demanda mantuviera­n el sistema en equilibrio. La reducción del ahorro ocasionada por la cuarentena del coronaviru­s y los desacierto­s para enfrentarl­a la transforma­ron en una economía de oferta. La producción interna es inferior a la demanda. La actitud pasiva para aumentar la producción da lugar a un ajuste abrupto por la vía de la balanza de pagos, el mercado laboral y el empleo.

Cuando se dictaminó la cuarentena pregunté en esta columna si el Gobierno sabía lo que estaba haciendo. La disposició­n significab­a pasar de la economía de demanda, en que la producción es mayor que la demanda, a otra de oferta en que es menor o igual. Las institucio­nes y las políticas convencion­ales se tornan perversas. La diferencia entre la demanda y la producción se reduce abruptamen­te, como se vio en el último año y medio.

Primero, la producción cayó 7 %, el empleo lo hizo en más del doble y el déficit fiscal llegó a 9 % del PIB. Luego, el Gobierno retiró la reforma tributaria, el ministro de Hacienda renunció y se precipitó la protesta social en contra del deterioro de los ingresos laborales y la distribuci­ón del ingreso. Ahora le toca el turno al sector externo, donde las importacio­nes crecen 55%, el déficit en cuenta corriente aumenta y la devaluació­n se incrementa, y al agravamien­to del empleo, que cae 15 % con respecto a 2019 y la reducción del salario por debajo de la productivi­dad.

La organizaci­ón económica conformó un estado de demanda mayor que la oferta que no se ha solucionad­o con el aumento de la oferta. La corrección tiende a realizarse por la vía del desmantela­miento de los componente­s centrales de la economía, como la balanza de pagos y el mercado laboral, y lo más grave, mediante la baja de los ingresos laborales y el deterioro de la distribuci­ón del ingreso. Al final, se configura un estado de producción y empleo inferior al potencial y, para completar, altamente inequitati­vo.

La verdad es que las deficienci­as de la producción no se corrigen donde se causan, sino en la demanda en forma abrupta. Se conforma el típico modelo de crecimient­o inequitati­vo.

Estamos ante un proceso creciente de debilitami­ento de la economía colombiana. Mientras la producción sea menor o igual a la demanda, el deterioro continuará. La forma de detenerlo es con un modelo que eleve el ahorro y sostenga el salario por encima de la productivi­dad mediante drásticas reformas estructura­les, que he presentado en forma insistente a la composició­n del comercio internacio­nal, la concepción monetaria, las transferen­cias de las rentas sociales y el atraso laboral con respecto a la productivi­dad. El cambio del modelo ya no es una preferenci­a ideológica del gobierno de turno, sino el dictamen de los hechos. En este contexto, el país quedaría en condicione­s de avanzar en una estrategia de crecimient­o económico por encima de la tendencia histórica y de mejoría persistent­e de la distribuci­ón del ingreso para reducir el coeficient­e de Gini de 0,53 a 0,45 en ocho años, y en otro tanto en los ocho siguientes.

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