Juventud, divino tesoro
A PESAR DE QUE EN LOS MEDIOS DE comunicación y en la cultura popular se asocia el éxito con la juventud, muchas veces se desconoce que, en realidad, este es un fenómeno extraordinario, pues los jóvenes no tienen las herramientas y la madurez necesarias para hacer frente a los desafíos y amenazas que les trae ese mismo éxito. Los triunfos y la fama tempranos pueden ser lastres que pronto derrumban las carreras de sus talentosos beneficiarios.
El retiro de Naomi Osaka de Wimbledon y su derrota en las olimpiadas, así como la reciente crisis sicológica del prodigio de la gimnasia, Simone Biles, en Tokio, revelan la incapacidad de estas deportistas de lidiar con las exigencias, expectativas y el escrutinio de sus millones de seguidores, la prensa, sus familias y, sobre todo, de ellas mismas. Y, en forma semejante, decenas de ejemplos que prueban que esto también les sucede a muchas de las grandes promesas juveniles en campos como la música, la literatura, la ciencia y la política.
Aquellos que con excepcionales talentos alcanzan el éxito al salir apenas de la adolescencia, se ven expuestos a enormes presiones, angustias y ansiedades. Algunos no las resisten, desfallecen y se alejan de sus carreras; otros adoptan comportamientos dañinos y autodestructivos que los conducen al fracaso. Así, de pronto, el niño o la niña prodigio deja de brillar y, ante los ojos de todos, la estrella se apaga.
Otros jóvenes triunfadores, sobre todo en los ámbitos del deporte y la música, se encandelillan con la fama, el dinero y los demás frutos del éxito temprano. Los disfrutan en fiestas y derroches, tienen conductas arriesgadas o insensatas, se apartan del camino de la disciplina y el sacrificio, y así nunca logran ser lo que pudieron ser y terminan lejos de sus sueños y los de sus seguidores.
Un problema adicional es que muchos de los talentos de los genios decaen con los años. Este es el caso de los deportistas —Messi y Ronaldo ya son viejos cerca de sus 35 años— y de matemáticos y científicos que, por lo general, producen sus grandes realizaciones cuando son muy jóvenes. Al respecto, Einstein decía que quien no hubiera hecho su gran contribución a la ciencia antes de los 30 años, ya no lo haría en el resto de su vida. Cuando Osaka y Biles superen los problemas sicológicos que les trajo el éxito, si es que alguna vez lo hacen, seguramente ya habrán perdido buena parte de sus extraordinarias capacidades.
Y cuando recordemos el talón del poderoso Aquiles y la pantorrilla de James, podríamos preguntarnos si esos defectos de sus cuerpos, la causa aparente de la frustración de sus fulgurantes trayectorias, no son más que metáforas sobre sus distintas y variadas debilidades —la arrogancia, el envanecimiento con los primeros logros, el exceso de celebraciones— con las que la vida castiga y arruina los sueños de algunos de los jóvenes con los mayores talentos.
Se puede pensar, para terminar, que enfrentadas a los tres dones —la juventud, el éxito y la felicidad— la gran mayoría de las personas solo puede alcanzar, como máximo, dos de ellos, mientras que casi todas se quedan solo con el de su efímera juventud. Por eso es tan difícil, tan fuera de lo común y tan fascinante, el éxito sostenido y ascendente del reducidísimo grupo de los jóvenes héroes populares de las distintas disciplinas.