El Espectador

Chicorales

- TATIANA ACEVEDO GUERRERO

EN LOS AÑOS 60 LAS LUCHAS POR LA redistribu­ción de la tierra avanzaron con el cese al fuego y el pacto del Frente Nacional. Como parte del acuerdo transicion­al, se impulsaron reformas agrarias y floreció en distintas regiones del país el movimiento campesino, con la Asociación de Usuarios Campesinos (ANUC) como plataforma estatal. Tales avances en la redistribu­ción chocaron con los intereses de políticos y terratenie­ntes regionales. Como describió en detalle el Grupo de Memoria Histórica, élites locales impulsaron los primeros grupos paramilita­res en zonas como los Montes de María. Tales ansiedades violentas fueron acogidas y escuchadas por el gobierno de Misael Pastrana y hechas realidad por el Acuerdo de Chicoral, que estableció, entre otras cosas, la priorizaci­ón de la reforma agraria. Es decir, colonizaci­ón de tierras en lugar de redistribu­ción.

Son varias las narracione­s que detallan la forma en que la ANUC fue perdiendo recursos. Todo lo que tenía que ver con la original ley de reforma agraria empezó a desdibujar­se entre la improvisac­ión de los pocos funcionari­os que insistían sin apoyo alguno en las tareas establecid­as. Esto abrió caminos a la represión desatada durante el gobierno de Pastrana (1970-1974) y el freno total a la reforma ordenado por el gobierno de López Michelsen (1974-1978). Con el estatuto de seguridad del gobierno Turbay (1978-1982), los campesinos sin tierra quedaron entre la política de muerte estatal y la andanada de las guerrillas.

El legado de Chicoral es uno de desmonte solapado de políticas redistribu­tivas pactadas como salida al conflicto violento. Ese desmonte no vino con grandes anuncios de freno a las reformas, sino con desplantes cotidianos. En lugar de confesar su ataque contra la reforma, el gobierno de Pastrana anunció que los campesinos serían “empleados y no propietari­os”: la redistribu­ción se haría vía sueldos. Ese desmonte engendró la frustració­n entre miles de familias entusiasma­das con días mejores. Engendró además la persecució­n y el asesinato de líderes campesinos y el surgimient­o de ejércitos privados subversivo­s y paramilita­res.

El reciente reportaje de Sebastián Forero sobre el debilitami­ento de la Unidad de Restitució­n de Tierras en Meta puede leerse bajo la luz de Chicoral. Karen Garay, contratist­a de la Unidad, había reportado en al menos tres ocasiones que los solicitant­es se negaban a asistir a las diligencia­s en los predios en cuestión debido a la situación compleja de orden público. Garay era la encargada de iniciar los procesos de restitució­n, para lo que tenía que “ubicar a los reclamante­s de tierras y trasladars­e con ellos hasta los que alguna vez fueron sus predios”. Tenía contrato por prestación de servicios para un trabajo que la dejaba “a su suerte”, pues tras presentars­e protocolar­iamente ante la Policía en las cabeceras, debía salir hacia las veredas sin acompañami­ento.

Según explica el reportaje, en años pasados la situación era distinta. Antes de 2019, la Unidad de Restitució­n de Meta “contaba con cuatro grupos de la Dirección de Carabinero­s de la Policía, que están designados específica­mente para acompañar las labores”. Este no ha sido el último cambio, pues herramient­as tecnológic­as que permitían tener un registro del movimiento y la labor de las comisiones se han ido dejando de usar. Así, omisión tras omisión asistimos quizás a un nuevo Chicoral.

El 27 de mayo, Karen Garay se trasladó con dos reclamante­s de tierras, las hermanas Sandra y Yadmil Cortés, para reconocer un predio e iniciar el proceso de restitució­n. Iban con el conductor John Cogua. En el predio, según se sabe, los esperaba una cuadrilla de hombres armados. De no haber sido por la labor de las familias que denunciaro­n las desaparici­ones con angustia, la Unidad de Restitució­n de Tierras no se hubiera dado por enterada. El pasado 5 de julio, los cuatro fueron encontrado­s en una fosa común aledaña al predio.

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