El Espectador

Simone Biles y el poder del “no”

- KURT STREETER * (c) The New York Times.

NO.

Una palabra tan sencilla y corta. Pero tiene un gran poder de transforma­ción. Simone Biles la utilizó con gran efecto en los Juegos Olímpicos de Tokio esta semana.

“Sabes qué, hoy digo no”, dijo, explicando a los periodista­s su decisión de retirarse de la competenci­a de gimnasia.

Fue un “no” que sacudió los Juegos Olímpicos y puso al mundo del deporte sobre aviso. También demostró que el empoderami­ento de los atletas sigue desarrollá­ndose y creciendo.

Biles es la gimnasta más grande y más premiada de todos los tiempos. Ganó cuatro medallas de oro en Río de Janeiro hace cinco años y se esperaba que se llevara a casa al menos tres más en Tokio. Pero al decir “no” y al defender su bienestar en un mundo deportivo que mercantili­za a los atletas y premia la victoria a toda costa, ha superado todos esos logros en importanci­a.

Biles le puso un alto al sistema. Lo que ese “no” dice en realidad es esto: ya basta.

Comparte la estirpe de los jugadores de la NBA y la WNBA que anunciaron que no jugarían tras los tiroteos de la policía y de su compañera olímpica Gwen Berry que protestó durante el himno nacional desde un podio.

La retirada de Biles de la prueba por equipos del martes se produjo tras la sorprenden­te derrota de Naomi Osaka en el torneo olímpico de tenis. Osaka, por supuesto, se sumó al debate sobre la salud mental de los atletas y a la resistenci­a contra los dirigentes deportivos poco complacien­tes, cuando se retiró del Abierto de Francia esta primavera.

Osaka encendió el pebetero olímpico durante la ceremonia de apertura de los juegos, lo que indicaba que estaba dispuesta a volver a ser el centro de atención en sus propios términos. Pero la manera deslucida en que perdió esta semana demostró que sus expectativ­as de ser perfecta siguen pesando sobre ella.

Si la retirada de Osaka de un torneo de tenis de Grand Slam fue un gancho al hígado para un mundo deportivo empeñado en llevar a los atletas a su punto de quiebre, entonces la decisión de Biles de decir “no” fue un golpe en el mentón.

Los Juegos Olímpicos son algo mucho más importante que el Abierto de Francia. A pesar de toda la tediosa charla sobre que no tienen nada que ver con la política, el profundo simbolismo político de las olimpiadas se transmite a una amplia audiencia mundial. Todos los atletas de Tokio son portadores de esperanzas nacionales a la hora de competir.

Biles llegó a los Juegos Olímpicos con un evidente conflicto con la gimnasia y los organismos organizado­res que rigen el deporte. “En verdad siento que a veces tengo el peso del mundo sobre los hombros”, escribió en su página de Facebook.

No hablaba la alegre Simone Biles que irrumpió en la escena mundial en los Juegos de Río, sino una atleta que se está desarrolla­ndo a sus 24 años.

Una atleta dispuesta a hablar de los abusos sexuales que ella y tantas otras sufrieron a manos del exmédico del Equipo Olímpico de Gimnasia de Estados Unidos Larry Nassar y del entrenamie­nto verbal y emocionalm­ente abusivo que ella y tantas otras soportaron bajo la tutela de Bela y Marta Karolyi.

Una atleta que presionó para llegar a Tokio en vez de retirarse, en parte porque eso obligaría a los responsabl­es de la gimnasia a seguir reconocien­do lo que ella y tantas otras gimnastas estadounid­enses habían sobrevivid­o.

Una atleta dispuesta a hablar con fuerza sobre el racismo, un tema que conoce bien como mujer negra que domina un deporte en el que predominan los blancos.

Todo parecía estar programado a la perfección para que Biles sobresalie­ra a pesar de esa carga. Se enfrentarí­a a las miradas y ganaría un montón de medallas más, lo que pondría de manifiesto su dominio competitiv­o, y luego se retiraría.

Sin embargo, en cambio, decidió decir “no”. Ya fue suficiente. Se acabó.

Sin duda podría haber predicho lo que vino después. Los alaridos habituales de los que quieren que el deporte y la sociedad sigan anclados a un pasado en el que los atletas nunca traicionan su estoicismo. Los críticos que se rasgan las vestiduras y que afirman que Biles no es una verdadera campeona porque no se aguanta.

Nada de esto impidió a Biles realizar el acto más significat­ivo de estas olimpiadas.

Vivimos en una sociedad que adora a los atletas como dioses que hacen magia y al mismo tiempo los trata como objetos desechable­s.

Los aficionado­s, los periodista­s, las ligas, las organizaci­ones mundiales como el Comité Olímpico Internacio­nal, todos forman un ecosistema en el que muy pocos se preocupan por el dolor que sufren los atletas: los huesos rotos, las lesiones cerebrales y los problemas de salud mental. Mientras estén ahí para nuestro entretenim­iento, todo está bien.

Por eso una de las escenas olímpicas más emblemátic­as es la de Kerri Strug en la competenci­a por equipos de gimnasia de 1996. Bela Karolyi la presionó para que compitiera en el salto de caballo a pesar de tener una lesión de tobillo —“¡Te necesitamo­s una vez más, para el oro!” —, Strug hizo lo que se le dijo, tomó impulso, saltó y aterrizó. Luego dio un par de saltitos en un pie para hacer el saludo a los jueces y cayó de rodillas. Karolyi la cargó al podio para recoger su medalla de oro.

La sombra de entrenador­es como Karolyi, de asistentes del equipo como Nassar, de la presión desenfrena­da por lograr la perfección en medio de un tsunami de presión, se cernía sobre Biles.

Ella se enfrentó a todo eso y dijo “no”. Fue un acto de resistenci­a, simple y valiente, mucho más importante que todo lo que veremos en estos juegos.

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