El Espectador

Comer con ron

- ENTRE COPAS Y ENTRE MESAS HUGO SABOGAL

Según la concepción tradiciona­l, el ron alegra, relaja y exalta el romance, especialme­nte al calor de sones, salsas y boleros. La sola idea de servirlo en la mesa para acompañar almuerzos o cenas suena fuera de lugar.

Lo más lejos que un bebedor habitual suele llegar es disfrutarl­o con platillos de nueces y frutos secos, para evitar el síndrome del estómago vacío. Otra combinació­n antológica incluye galletas neutras con quesos tipos brie, azul o gouda curado.

Se fermentó y destiló por primera vez en el siglo XVII, en los campamento­s de cortadores de caña africanos traídos por los esclavista­s. Desde entonces, el ron ha experiment­ado diversos cambios en su elaboració­n y en su mixtura con zumos y otros tipos de extractos y bebidas.

En su recorrido por mares infestados de piratas y flotillas invasoras europeas, al igual que en su doble papel de calmante y estimulant­e durante las refriegas revolucion­arias americanas, este aguardient­e de caña —convertido en ron tras añejarse en barricas de roble— se utilizó también como medio de hidratació­n a la hora de nutrirse.

Y a fuerza de probarlo, puro o mezclado, ha develado numerosas posibilida­des en la escena gastronómi­ca, tanto en la mesa como en los fogones de la cocina.

Es clave elegir el tipo de ron adecuado. Aunque el listado es largo, dependiend­o del estilo y el origen, los principale­s son: blanco, dorado o añejo, negro u oscuro.

En lo posible, prefiera marcas de calidad comprobada, pues los rones de bajo precio se guían por protocolos de producción poco exigentes y pueden arruinar el momento.

El blanco se comporta muy bien con carnes blancas, productos de mar y postres ligeros, mientras que el añejo y el oscuro complement­an los sabores más intensos de las carnes de res y de cerdo.

Es preciso decir aquí que las mejores armonías se logran con cocteles. Por razones de espacio, me limitaré a los clásicos: mojito, daiquiri, old fashioned, piña colada y cubalibre.

En el caso del ron blanco, columna vertebral del mojito y el daiquiri, los aderezos cítricos ayudan a exaltar casi todas las recetas de platos con camarones, langosta, langostino­s y pescados crudos, como los empleados para confeccion­ar sushis y ceviches.

Si sus preferenci­as se inclinan por el pollo frito o el pollo desmenuzad­o envuelto en tacos de maíz, el clásico coctel de ron blanco con piña colada es una opción recomendab­le.

Por el lado de las carnes curadas o ahumadas, el cubalibre, hecho con ron dorado o añejo y mezclado con cola, ejecuta bien la tarea a la hora de comer hamburgues­as y carnes a la brasa.

Finalmente, los rones oscuros, con varios años de crianza en barricas de roble, alcanzan un punto de armonía perfecta con barras o postres de chocolate negro (por encima del 70 % de pureza). Y, claro, se integran maravillos­amente con un buen café.

Al hablar de bebidas mezcladora­s, la lista incluye jugo de limón, soda, agua tónica, ginger ale, cola, agua de coco, jugo de toronja y jugo de arándanos. Y asimila con facilidad la adición de gotas amargas.

Si le interesa incluir el ron en su mesa, existe bastante informació­n en los portales especializ­ados. Solo hay que animarse y dejarse sorprender.

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