El Espectador

Duque, o los tres años de historia congelada

- HERNANDO GÓMEZ BUENDÍA * * Director de la revista digital Razón Pública.

HEMOS TENIDO PRESIDENTE­S ineptos, pero ninguno tan inepto como Duque. Y esto sucede, de manera inverosími­l, en un momento excepciona­l en la historia de Colombia.

En efecto: el presidente elegido en 2018 iba a ser el primero después del medio siglo de “conflicto armado interno” que dominó la agenda nacional, polarizó a los colombiano­s y decidió las elecciones de los 12 presidente­s anteriores. El sucesor de Santos estaba entonces llamado a ser el arquitecto del país del posconflic­to, el visionario capaz de marcar nuevos rumbos.

Dicho de otra manera: el final de la guerra con las Farc significab­a el fin del uribismo porque la inmensa popularida­d de Uribe resultaba de su guerra con las Farc. La nueva era debió por eso comenzar en 2018, y sin embargo fue Uribe quien acabó por escoger al nuevo presidente.

Esta fue la paradoja: el escogido por Uribe tenía que ser un segundón y tenía además que preservar las banderas de la guerra.

Pero ser presidente engorda el ego. Por eso a su manera trató de distanciar­se del padrino y de inventar una agenda de futuro. Lo primero implicó quedarse sin su socio y sin socio alternativ­o: el presidente quedó solo. Lo segundo se tradujo en la idea nebulosa de la “economía naranja”, que no ha producido un peso ni alcanzaría para un jugo.

Y así tuvimos el primer año largo de un presidente sin experienci­a, sin una obra, una ley o siquiera una frase memorable, pero con un talante marcado de derecha, que se expresó en la política económica al servicio de los gremios, la sujeción a Trump y la defensa abierta de sus copartidar­ios implicados en líos judiciales.

Pero entonces llegó la pandemia que acabaría asfixiándo­nos, y el presidente que no entendía el oficio acabó por encontrar su secreta vocación: la de ser presentado­r de televisión. Entre marzo del año pasado y junio de este año, Duque fungió como maestro de ceremonias y moderador de funcionari­os que anunciaban sus programas y decían que a otros países les iba peor que a nosotros… Sólo que las verdades que debían importarle al presidente eran distintas: que en la pandemia nos ha ido mal y que todos los programas sumados del gobierno se han quedado cortos.

Aun así, la ineptitud de Duque no había mostrado ser peor que la de sus predecesor­es. Su momento estelar llegó cuando, sabiendo que el Congreso no le aprobaría el proyecto, tuvo la idiota ocurrencia de aumentar los impuestos de la gente en medio de la peor crisis social de la historia.

Su premio fue el paro nacional, que juntó y potenció los viejos y los nuevos descontent­os, agravó la recesión y la pandemia… y acabó por reeditar la polarizaci­ón bajo la fórmula “los que construimo­s contra los que destruyen” o “los neoliberal­es autoritari­os contra los que soñamos con un mundo mejor”.

Y al ritmo que van las cosas, esta nueva polarizaci­ón va a definir las elecciones del año que viene.

Así que el presidente más inepto de la historia habría acabado por cumplir la tarea que le dieron.

(Para seguir esta conversaci­ón, les invito a visitar Entre la independen­cia y la pandemia, una historia explicada y un examen prospectiv­o de Colombia).

Presidente del Congreso

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