Lo que somos
DURANTE MUCHOS AÑOS ASISTÍ AL Campín todos los domingos para ver a los equipos locales, siempre con la esperanza de que perdieran. Hoy quedé reducido a ir solo cuando juega el Deportivo Cali, aunque en la última ocasión tuvimos que soportar los insultos de una santafereña que no nos permitió celebrar el único gol que el equipo ha marcado allí en una década. Antes ir al estadio era muy grato porque nadie se atrevía a agredir a quien estuviese apoyando a los cuadros enfrentados con Santa Fe o Millonarios.
Era una terapia semanal cuya cita cumplía con puntualidad. Hoy ir a fútbol es una actividad peligrosa y desagradable.
La agresividad en las tribunas ya no es verbal sino física, de hombres, mujeres, niños y niñas. Es como hacer parte de un manicomio de gentes enfurecidas que son capaces de matar. Por eso pasó lo que vimos esta semana, cuando unos jóvenes golpearon hasta dejar inerme a otro, porque no pudieron arreglar a madrazos sus diferencias, que es como se solucionaban esas pequeñas guerras futbolísticas.
Y es entonces cuando el estupor por las imágenes que vimos hace que se tomen decisiones equivocadas o se omitan ciertos detalles. El Gobierno nacional pone el grito en el cielo y dice que no se va a tolerar la violencia en los estadios, pero olvida que el Centro Democrático
es precursor de esos mismos arrebatos. Tengo vivo el recuerdo de una marcha convocada por el partido de gobierno, a la que tuvieron la desafiante iniciativa de concurrir Daniel Samper Ospina y Vladdo. Ingenuos y temerarios. Obviamente el Centro Democrático no es una congregación pacifista y mis dos buenos amigos fueron expulsados apenas transitadas unas pocas cuadras, con lo cual les hicieron un favor porque eso iba para linchamiento. En cambio, alias Popeye, el sicario de Pablo Escobar, marchó con sus copartidarios uribistas tranquilamente, sin que nadie se atreviera a criticarlo.
Esos brotes de intolerancia fueron lo que vimos en las jornadas de protesta este año, protagonizados principalmente por unos momios de Cali ayudados por policías. Es lo que va quedando en el subconsciente de