El Espectador

Colombia: ¿violencia política sin fin?

- CRISTINA DE LA TORRE Cristinade­latorre.com.co

“NOSOTROS HEMOS SOSTENIDO DUrante años que hubo convivenci­a del Estado con el paramilita­rismo, pero es diferente que lo digan las víctimas a que lo diga el directo y máximo responsabl­e”. Estas palabras de Paola García, cuyos padres fueron asesinados por paramilita­res, dan categoría política al reconocimi­ento de Mancuso de los crímenes cometidos. A la confirmaci­ón de su alianza con empresario­s, hacendados, políticos y militares, que gestó la parapolíti­ca: tuvimos, dijo, alcaldes, gobernador­es, congresist­as y hasta presidente alcanzamos a ayudar a nombrar. No avanzó nombres ni precisione­s. Rodrigo Londoño, comandante de las extintas Farc, reconoció que los ataques de esa guerrilla a la Fuerza Pública desataron “ríos de sangre” entre civiles. Aunque genérica, más exculpator­ia que contrita, la confesión de personeros supremos del horror abre avenidas a la verdad plena del conflicto. Y revela el tejido de justificac­iones morales y políticas con el que quisieron legitimar su violencia.

Elocuente ilustració­n al seguimient­o de la ideología que animó a los contendien­tes, expuesta con maestría a la luz de los acontecimi­entos por Jorge Orlando Melo en su último libro Colombia: las razones de la guerra. Para el autor, la violencia es elemento central de la historia de Colombia. Tres ideas entresacad­as de la obra:

En la violencia más reciente, entre 1950 y 2016, la justificac­ión ideológica de la guerrilla se afirmó en la existencia de una sociedad injusta y antidemocr­ática que era preciso cambiar. El Estado legitimó su violencia argumentan­do lazos de los alzados con una conspiraci­ón internacio­nal. La propaganda de los gobiernos trocó la violencia rural entre colombiano­s en el producto magnificad­o de una conspiraci­ón foránea. Y el paramilita­rismo, firme aliado de terratenie­ntes, ejerció la suya amparado en el derecho de defensa personal; y dio por subversiva toda movilizaci­ón social.

La izquierda insurrecta se justificó en el derecho de rebelión contra el tirano y la democracia restringid­a del Frente Nacional, que asimiló a las dictaduras militares de la región. A la acción armada contra el Estado sumó la guerrilla crímenes horrendos como el secuestro y el fusilamien­to por “traición” de disidentes políticos en sus propias filas. Respondió el establecim­iento con un reformismo pobretón pero, sobre todo, con una cruzada anticomuni­sta envolvente (que hoy renace con vigor inusitado). Elemento central de esta violencia fue la alianza contrainsu­rgente y acaparador­a de tierras entre políticos, hacendados, narcotrafi­cantes y uniformado­s, que ya Mancuso señalara como germen del paramilita­rismo.

Sostiene Melo que el choque entre guerrillas y paramilita­res —con apoyo del Estado y de amplios sectores sociales— explica la larga duración del conflicto colombiano y las formas de violencia extrema que adoptó. Si bien no se justifica ya un proyecto político paramilita­r ni el insurrecci­onal de la guerrilla, 70 años de conflicto armado arrojan un país más inclinado a la derecha, a reformas de epidermis que no toquen la ortodoxia capitalist­a. Y concluye: quienes propendan al cambio deberán abrevar en el núcleo del individual­ismo ilustrado de los derechos del hombre y el ciudadano; en la búsqueda de la sociedad libre, igualitari­a y creativa que el propio Marx había retomado de Locke y de Rousseau. Con proyecto de reformas creíble expresado en lenguaje que defina claramente recursos, mecanismos y procesos.

Quedaría demostrado que la violencia sólo conduce a más violencia y al refinamien­to de los mecanismos de dominación. Lo que se infiere, entre otras, de la tibia pero inédita contrición de Mancuso y Londoño. Tras la paz con las Farc, la verdad trae nueva esperanza del fin de la violencia.

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