El taita Miguel y su lucha por el pueblo misak
El representante indígena del territorio Guambia habla de la violencia contra los pueblos ancestrales que, según la Unidad para las Víctimas, cuenta con 522.659 afectados por el conflicto armado.
La violencia, para la gran mayoría de los pueblos indígenas colombianos, no surgió con la presencia de los grupos armados, afloró con la conquista española. Para el pueblo misak misak, parido por el encuentro de la laguna Nimbi y el lago Piendamú, símbolos de lo femenino y lo masculino, según su leyenda, tal vez se adeuda a las correrías de Sebastián de Belalcázar por el Macizo Colombiano en busca de El Dorado, por allá en los años de 1536 y 1537, cuando fundó Santiago de Cali y Popayán.
“Nosotros siempre hemos sido víctimas, desde hace más de 550 años, porque nos arrebataron nuestros territorios, nuestros sitios sagrados. A partir de ahí hemos sido víctimas de muchas formas, y no a partir de un programa de reparación que declara un gobierno”, comenta el taita Miguel Antonio Tumiña, del pueblo misak del territorio Guambia.
Sin embargo, la violencia actual es la que ha empujado a su pueblo a desparramarse por otras regiones del país para rescatar su cosmovisión y mejorar la economía. “Hemos empezado a trasladarnos desde el Cauca, nuestro territorio original donde hay 15 cabildos, hacia otros lugares del Valle del Cauca, Huila, Putumayo, Cundinamarca, Meta y Caquetá, desde donde trabajamos en un colectivo nacional llamado la Gran Confederación Nu Nachak”, explica Miguel.
Pero el origen de esta gran confederación no solo se debe a la presencia en sus territorios de los grupos armados irregulares, también al Estado y su lucha contra el narcotráfico. “La gente había comenzado a cultivar la amapola en pequeñas parcelas, y con el Plan Colombia llegaron las fumigaciones aéreas que acabaron con cultivos, colchones de agua, con todo lo que se encontró, y por eso las parcelas quedaron inertes. Nosotros subsistíamos con la cebolla, el ajo, la papa, pero después de las fumigaciones tocó buscar otra forma de sustento. Además, comenzaron a llegar panfletos con amenazas para los dirigentes, porque los acusaban de ordenar la resistencia”.
Así, Miguel, proveniente de una familia de siete hermanos, que trabajó como periodista comunitario en la emisora del pueblo, Namuiwam 92.2, y fue secretario del cabildo, tuvo que desplazarse hacia Bogotá y abandonar su región ancestral: el resguardo de Guambia, con 20.000 hectáreas de ojos de agua -manantiales-, colchones de agua o humedales, lagunas, montañas, lugares sagrados, de los cuales solo 5.000 son cultivables.
Debió renunciar también a la armonía de convivir con los espíritus de la naturaleza, del aire, del agua, de la tierra y del fuego, concordia de la cual depende que estas manifestaciones de existencia, que los esotéricos juzgan en llamar elementales, se molesten. “De no ser así, esos espíritus se enojan; esos espíritus tienen más vida que nosotros, y actúan de forma favorable o contraria”, afirma Miguel.
En realidad esa armonía, esa cosmovisión, esa enseñanza la lleva en su interior y no solo se manifiesta en las relaciones con la naturaleza y los cuatro elementos que ya habían sido objeto de estudio por pensadores griegos como Tales de Mileto, Heráclito y Empédocles. Esa armonía también la expresa en el trato con las personas, que se evidencia al hablar con él, y que le valió que lo titularan gobernador de cabildo.
“En 2009, en la capital, los mayores me entregaron el bastón de mando, el símbolo de autoridad, potestad para ejercer en la ciudad. En 2013 me nombraron gobernador de cabildo y en 2016 la comunidad me reeligió para gobernar como la autoridad ancestral del pueblo misak en Bogotá y Cundinamarca”.
En su comunidad, cuando lo eligen en ese cargo, lo llaman “tata” y al dejarlo adquiere el estatus de taita, pero eso no significa dimitir a las responsabilidades como autoridad. En su caso conlleva otro compromiso: trabajar por los derechos de su pueblo. En su reciente pasado logró que el pueblo misak fuera considerado en 2013 como sujeto de reparación colectiva nacional por parte de la Unidad para las Víctimas. “Se plantea una reubicación para el pueblo misak que está en Bogotá, porque el retorno es difícil por la extrema estrechez territorial en el Cauca”.
Esa es la seriedad con la que Miguel ha trabajado por su pueblo desde que fue honrado con el bastón de mando. Sabe que son 25.000 misaks esparcidos en siete departamentos que esperan rescatar sus derechos. Tal vez no sepa que son 522.659 indígenas afectados por el conflicto en todo el país, según el Registro Único de Víctimas. Pese a la urbe y el estilo de vida que impone y que ha permeado las costumbres de algunos miembros de su comunidad, su cosmovisión permanece intacta, y eso es su gran bastión.