El Espectador

Bibliograf­ía con igualdad de género

- MAURICIO GARCÍA VILLEGAS

HACE UNOS AÑOS, CUANDO PRESENtaba uno de mis libros en un evento, se me acercó una colega feminista, me saludó y me pidió que le dejara ver mi libro, no sin antes advertirme que no lo había leído. Le mostré el ejemplar que tenía; ella lo tomó en sus manos y de inmediato buscó las páginas de la bibliograf­ía. Repasó rápidament­e los nombres que allí se listaban y a los pocos segundos me lo devolvió diciéndome que le parecía interesant­e, pero que ella no leía libros en los que la mayoría de los autores citados fueran hombres.

Vale la pena discutir, reposadame­nte, el asunto. ¿Debe un autor velar por que el número de mujeres citadas en su bibliograf­ía sea igual, o relativame­nte igual, al de hombres? Antes era frecuente que en la lista de autores relevantes en un tema casi todos fueran hombres. Hoy, por fortuna, ya no es así, o por lo menos ya no lo es tanto. Pero a causa de ese pasado de mujeres invisibles estamos demasiado acostumbra­dos a citar hombres, excluyendo de entrada la posibilida­d de que algunas mujeres hayan sido relevantes o de que algunos hombres no valgan tanto la pena como creemos. Por eso deberíamos dudar más de esos listados, no solo para tratar de encontrar autoras talentosas, sino para encontrar otros autores: para que, por ejemplo, los estadounid­enses, los franceses y en general los nacionales reconozcan autores por fuera de sus fronteras, o para que los “blancos” de clase media encuentren autores valiosos entre comunidade­s indígenas o negras.

La duda, sin embargo, no puede conducir a exigirle al autor de un libro que haga una investigac­ión exhaustiva de los nombres ocultos en su tema, lo cual, claro, sería ideal, pero implica otra investigac­ión que probableme­nte no es la suya. Mucho menos debe conducir a una exigencia de resultado, es decir, a juzgar al autor por la contabilid­ad de hombres y mujeres citados. Una bibliograf­ía sin mujeres puede suscitar sospecha, pero no una condena de entrada. Depende del tema, de la época y de otros factores. No es lo mismo un ensayo sobre, digamos, los filósofos del mundo antiguo, que uno sobre el aborto en la actualidad. Si en este último caso la ausencia de mujeres parece inaceptabl­e, en el primero parece normal, o por lo menos inevitable. Hay feministas que, en su afán por denunciar la injusticia del mundo de antes, el de las mujeres invisibles, subestiman a los hombres que sobresalie­ron, como si su trabajo estuviera inevitable­mente atado al pecado original de la sociedad injusta en la que vivieron. Puede que sí, pero no necesariam­ente.

Siempre es valioso develar a las mujeres que han estado ocultas o que lo siguen estando. Comentario­s críticos como el de mi colega feminista me han servido para ser más consciente de mis sesgos masculinos. Lo acepto y lo agradezco. Pero este es un propósito, digamos, político que no debe opacar el propósito académico y, a mi juicio, primario de citar a los mejores autores posibles, a los más pertinente­s, a los que han dicho lo más valioso, con independen­cia de si son hombres o mujeres. Claro, soy consciente de que la separación entre lo político y lo académico no es tan tajante como aquí digo: la búsqueda de las mujeres invisibles puede servir mucho para mejorar la academia y la ciencia.

Mi desacuerdo es con reducir la academia a la política, como pretenden algunas feministas, y con hacer de ella un espacio para la militancia, en lugar de que sea un espacio para el conocimien­to.

‘‘Deberíamos

dudar más de esos listados de autores relevantes en un tema”.

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