El Espectador

La vida entre armas

- CATALINA URIBE RINCÓN

LA VIOLENCIA E INSEGURIDA­D EN Bogotá están disparadas. Todos los días se reportan casos de robos, asaltos y amenazas. En mi círculo cercano al menos cuatro personas han sido víctimas recientes de ladrones en sus casas o en la calle. Y mi círculo cercano, la verdad, no es muy amplio. Pero lo que es peor y se ha venido incrementa­ndo en los últimos años es el uso de armas para asalto. Armas que de hecho están matando e hiriendo. La posibilida­d de morir en un atraco se siente hoy angustiant­emente cercana.

En un artículo periodísti­co sobre los cambios en la lucha contra el crimen, Hugo Acero, el exsecretar­io de Seguridad de Bogotá, intentó racionaliz­ar esta realidad. Allí, algo cándido, afirmó que los delincuent­es que se dedicaban al “hurto denominado ‘cosquilleo’ vieron afectada su actividad (en la pandemia) por la disminució­n de aglomeraci­ones (…), por lo que tuvieron que recurrir al uso de armas de fuego, de fogueo y cortopunza­ntes para asaltar o atracar de manera directa a sus víctimas”. Sí, así tal cual. En algún momento pensé que me iba a topar con alguna frase del estilo “llégale a tu mercado objetivo, carga un puñal” o “arriésgate, húyele a los convencion­alismos de tu sector”.

No es solo Acero. A medida que ha aumentado la criminalid­ad, se ha aligerado el lenguaje con el que nos referimos a la violencia que involucra. Hablar del robo como una actividad económica que debe “reinventar­se” con las armas sugeriría que la muerte violenta nos parece parte del paisaje. Pero, para dejarlo claro, la frase “tu cartera o te mato” no es una frase menor. Ni tampoco es un asunto menor la justificac­ión alegre sobre el porte de armas. No, “mi gente de bien” no debe andar por el mundo armada.

Pero entre tanta ligereza hay otro punto que hemos dejado pasar sin escrutinio: los anuncios sobre el aumento del pie de fuerza. La reciente muerte de un policía en una balacera en el Restrepo llevó a los gobiernos nacional y distrital a tomar medidas. Hace dos días se anunció la creación de Comandos Operativos de Seguridad Ciudadana (Cosec). Los Cosec estarán bajo el mando de cuatro generales y estarán acompañado­s de la Fuerza Especial de Intervenci­ón que contará con un refuerzo de 1.500 policías. Otra medida incluye la instalació­n de “comandos situaciona­les” que trabajan en conjunto con Migración Colombia para “verificaci­ón de personas extranjera­s”.

El conflicto armado ha hecho que cada año se gradúen cientos de expertos en el uso de armas. Y las Fuerzas Armadas no entrenan precisamen­te para cargarlas en la cintura. “A la fuerza, fuerza”, dice un proverbio latino. Sí, es verdad, para contener naturaleza­s humanas malogradas a veces la ruta del amor puede ser muy tardía. Pero entrenar en armas sin más también puede arruinar el espíritu. Más aún, cuando en la vida diaria los policías y soldados de hecho disparan, hieren y matan. Entre todo lo que ven y hacen, algo se tiene que romper en el corazón. Tenemos que empezar a cuidarnos entre todos. Unos criminales sin escrúpulos, una ciudadanía envalenton­ada y unos policías con uniformes nuevos pero sin una formación que les permita resistir la violencia de su institució­n y de la calle podrían acabar con la sensibilid­ad y empatía que nos quedan.

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