El tesoro sin Dorado
NO HAY NADA AMIGABLE EN LA FORma en que está exhibido el tesoro quimbaya en el Museo de las Américas. En la limitadísima etiqueta que ofrecen los curadores en Madrid se lee que el ajuar funerario fue “donado al Estado español por la República de Colombia en 1893”.
Se refieren a un presidente de cuyo nombre mejor no acordarnos (Carlos Holguín).
La prehistoria del mal llamado tesoro ha sido ampliamente documentada. Según Pablo
Gamboa Hinestrosa en Las metamorfosis del oro, se trata de un conjunto de piezas desenterradas por un grupo de guaqueros sobre el río La Vieja, en el Quindío.
Eran épocas en que la guaquería era una forma más de ganarse la vida. Legal y no tan mal vista. Para venderlo, fue dispersado entre Filandia, Pereira y Manizales. De lugar en lugar fue exhibido y coleccionado. Además de fundido.
Lo que sobrevivió partió hacia Bogotá, en donde fue comprado, entre otros, por el Estado por iniciativa del bondadoso presidente y su amor a la Corona española, con dineros públicos y sin el debido permiso del Congreso. El ajuar salió de Colombia en 1892 con rumbo a un par de exposiciones universales: una en Chicago y la otra en Madrid. Allá se quedó, junto con viejas formas visuales de pensarnos, que hoy serían bastante útiles. Sobre los poporos para ceremonias que incluían coca se escribieron muchas torpezas.
Lo que habría que atesorar va por otro lado. No hace mucho la Corte Constitucional (pese a la negativa del gobierno español) intervino para que las piezas sean repatriadas.
La curaduría del Museo de las Américas es pobre, ventajosa y cínica. La palabra “tesoro” le hace juego a la vieja idea de El Dorado, en cuyo nombre hubo tanta violencia.
Un cambio de paradigma atraviesa Europa. No son pocos los que en Ámsterdam, Londres o París empiezan a atender el llamado de la descolonización. Los venerables museos son ahora vistos como instituciones coloniales.