Hágale, pues, parcero
EN COLOMBIA: UNA HISTORIA MÍNIMA, Jorge Orlando Melo plantea que nuestra nación ha vivido bajo “un extremismo simétrico” entre “dos ideales opuestos de progreso […] uno respetuoso del pasado, moderado y respaldado por la Iglesia, y otro apoyado en la movilización de sectores plebeyos, el reconocimiento de sus derechos de ciudadanía, el ataque a los ricos en nombre de la justicia y en la lucha contra el poder temporal” del clero.
Un orden reaccionario “alentado por la fe en el esfuerzo propio y asentado en jerarquías sociales y control religioso” versus un orden revolucionario en el que “la tarea central del Estado es promover el progreso económico apoyando a empresarios, tratando de corregir desigualdades e injusticias sociales, y promoviendo igualdad mediante educación, tributación y gasto social”.
La confrontación violenta o pacífica entre estas antípodas ha determinado la evolución de Colombia: federalistas versus centralistas, conservadores versus liberales, civiles versus militares, inciviles versus civiles. “Aquí vamos”, decía la loca y la llevaban del pelo.
Hoy ese extremismo simétrico está encarnado en dos ternuritas: sus señorías Álvaro Uribe y Gustavo Petro. Del alicaído presidente eterno es poco lo que puedo añadir a su currículo de gamonal de pacotilla. Los huevitos podridos (seguridad seudodemocrática, desconfianza inversionista, cohesión antisocial) se pudren y se pudren y se pudren sin que nada ni nadie contenga el gradual estropicio de semejante herencia maldita.
Petro tiene un ego en expansión, como el Universo. Eso no es problema. Los caudillos son ególatras y egocéntricos por naturaleza. El lío es su proyecto, inspirado en “el sancocho nacional” de Jaime Bateman Cayón del M-19, cuya fama de insurgencia benevolente trascendió gracias a las truculencias publicitarias y al gatillo veloz de sus pistoleros. Asesinato del líder social José Raquel Mercado, presidente de la Confederación de Trabajadores de Colombia. Secuestro en la embajada dominicana. Toma del Palacio de Justicia. Y otros excesos, maquillados por los cargaladrillos de la lucha armada. O si no, que me desmientan el comandante uno, alias Rosemberg
Pabón, o el exsenador Everth Bustamante, guerrilleritos buenos del uribismo.
Para escapar a tal encrucijada se necesita un candidato como Alejandro Gaviria. Algunos se escandalizarán y me reprocharán: “Cómo así, Estebitan, ese man es un facho. Fíjate en sus orígenes burgueses o pequeñoburgueses, en su difusa ideología, en su diletantismo de clase”. Discrepo. En mi opinión, es un demócrata liberal. Si por eso lo sindican de godo, pues que lo sea. Hace años a Colombia le hace falta una derecha ecuánime, distante de la virulencia, el oscurantismo y la brutalidad del Centro Democrático. ¡Ojo! No estoy jurando que Alejandro Gaviria sea de izquierda. Es un intelectual en la línea de los mejores librepensadores de este país de ilusiones o martirios. Alejandro Gaviria está lejos del ponzoñoso extremismo simétrico: ni el sancocho nacional de Petro ni la bandeja paisa de Uribe. Y sin acudir al manido “centro”, en el que se empantanan fulanos como Fajardo (“no soy uribista ni antiuribista”, mayo 2009) o Robledo (“no me produce ni frío ni calor coincidir con Uribe”, febrero 2013). Alejandro Gaviria tiene independencia, soltura y audacia. Hágale, pues, parcero. Lo que tiene que pasar pasa.