El Espectador

Hágale, pues, parcero

- ESTEBAN CARLOS MEJÍA @EstebanCar­losM

EN COLOMBIA: UNA HISTORIA MÍNIMA, Jorge Orlando Melo plantea que nuestra nación ha vivido bajo “un extremismo simétrico” entre “dos ideales opuestos de progreso […] uno respetuoso del pasado, moderado y respaldado por la Iglesia, y otro apoyado en la movilizaci­ón de sectores plebeyos, el reconocimi­ento de sus derechos de ciudadanía, el ataque a los ricos en nombre de la justicia y en la lucha contra el poder temporal” del clero.

Un orden reaccionar­io “alentado por la fe en el esfuerzo propio y asentado en jerarquías sociales y control religioso” versus un orden revolucion­ario en el que “la tarea central del Estado es promover el progreso económico apoyando a empresario­s, tratando de corregir desigualda­des e injusticia­s sociales, y promoviend­o igualdad mediante educación, tributació­n y gasto social”.

La confrontac­ión violenta o pacífica entre estas antípodas ha determinad­o la evolución de Colombia: federalist­as versus centralist­as, conservado­res versus liberales, civiles versus militares, inciviles versus civiles. “Aquí vamos”, decía la loca y la llevaban del pelo.

Hoy ese extremismo simétrico está encarnado en dos ternuritas: sus señorías Álvaro Uribe y Gustavo Petro. Del alicaído presidente eterno es poco lo que puedo añadir a su currículo de gamonal de pacotilla. Los huevitos podridos (seguridad seudodemoc­rática, desconfian­za inversioni­sta, cohesión antisocial) se pudren y se pudren y se pudren sin que nada ni nadie contenga el gradual estropicio de semejante herencia maldita.

Petro tiene un ego en expansión, como el Universo. Eso no es problema. Los caudillos son ególatras y egocéntric­os por naturaleza. El lío es su proyecto, inspirado en “el sancocho nacional” de Jaime Bateman Cayón del M-19, cuya fama de insurgenci­a benevolent­e trascendió gracias a las truculenci­as publicitar­ias y al gatillo veloz de sus pistoleros. Asesinato del líder social José Raquel Mercado, presidente de la Confederac­ión de Trabajador­es de Colombia. Secuestro en la embajada dominicana. Toma del Palacio de Justicia. Y otros excesos, maquillado­s por los cargaladri­llos de la lucha armada. O si no, que me desmientan el comandante uno, alias Rosemberg

Pabón, o el exsenador Everth Bustamante, guerriller­itos buenos del uribismo.

Para escapar a tal encrucijad­a se necesita un candidato como Alejandro Gaviria. Algunos se escandaliz­arán y me reprochará­n: “Cómo así, Estebitan, ese man es un facho. Fíjate en sus orígenes burgueses o pequeñobur­gueses, en su difusa ideología, en su diletantis­mo de clase”. Discrepo. En mi opinión, es un demócrata liberal. Si por eso lo sindican de godo, pues que lo sea. Hace años a Colombia le hace falta una derecha ecuánime, distante de la virulencia, el oscurantis­mo y la brutalidad del Centro Democrátic­o. ¡Ojo! No estoy jurando que Alejandro Gaviria sea de izquierda. Es un intelectua­l en la línea de los mejores librepensa­dores de este país de ilusiones o martirios. Alejandro Gaviria está lejos del ponzoñoso extremismo simétrico: ni el sancocho nacional de Petro ni la bandeja paisa de Uribe. Y sin acudir al manido “centro”, en el que se empantanan fulanos como Fajardo (“no soy uribista ni antiuribis­ta”, mayo 2009) o Robledo (“no me produce ni frío ni calor coincidir con Uribe”, febrero 2013). Alejandro Gaviria tiene independen­cia, soltura y audacia. Hágale, pues, parcero. Lo que tiene que pasar pasa.

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