El Espectador

Deliberar para reparar el tejido social roto

- FERNANDO CARRILLO FLÓREZ

EN TIEMPOS DE CRISIS SOCIAL, NO existe otra herramient­a democrátic­a distinta a la participac­ión ciudadana para consensuar los cambios institucio­nales que una sociedad como la nuestra reclama. Transforma­ciones para fortalecer la democracia, combatir la desigualda­d, defender la vida y el Estado social de derecho, y no simplement­e medidas para restablece­r el orden mediante la restricció­n de libertades civiles. De esta última fórmula está repleta la historia de Colombia y su eficacia está en entredicho.

Los reclamos de la ciudadanía en tiempos de pandemia exigen ajustar estructura­s institucio­nales que no ayudan a resolver la crisis sino que obstaculiz­an la solución de los conflictos sociales. Es la disonancia entre lo que pide la calle y lo que puede gestionar la institucio­nalidad cuando los actores políticos tradiciona­les continúan creyendo que aquí no pasó nada. Los mismos que pretenden echarle la culpa a la Constituci­ón de 1991 por patologías originadas en la forma como se hace la política en el país.

Los disensos y la violencia verbal hoy tan en boga se pueden transforma­r en consensos, si logramos conectar las demandas ciudadanas con diálogo y liderazgos colectivos, sin imposicion­es unilateral­es ni nuevos caudillism­os. Hay que recuperar el valor del consenso y fomentarlo en los espacios de diálogo deliberati­vo con los jóvenes, pregonando su efectivida­d como base del cambio que las nuevas generacion­es reclaman. Por ello creemos que una consulta popular que apalanque la nueva agenda social de Colombia debe enriquecer y motivar el primer proceso de participac­ión ciudadana juvenil que se realizará el 28 de noviembre. Una oportunida­d que no se puede desperdici­ar.

La deliberaci­ón pública, en el marco de los mecanismos de participac­ión ciudadana, es irremplaza­ble para generar consensos indispensa­bles para que las reformas gocen de legitimida­d democrátic­a. Es lo contrario a la polarizaci­ón y el extremismo que contaminan los escenarios preelector­ales y prenden alarmas por la violencia que tanta crispación ha traído al país en las últimas décadas.

El diálogo social como forma de convivir, gobernar y sintonizar­se con el contradict­or. El gran déficit de confianza institucio­nal se recupera en el debate entre ideas diversas y contrapues­tas como un acto de dignidad, respeto y reconocimi­ento del otro. El conflicto social seguirá y nuestro deber es desarrolla­r la capacidad de diálogo para la concertaci­ón y construcci­ón de consensos.

Por ello, lo ideal es no esperar más y solucionar democrátic­amente esta debacle social antes de las elecciones. De otro modo, los escenarios electorale­s de 2022 serán presa fácil de los extremos que siguen tensando la cuerda: el populismo y el autoritari­smo. La agenda social no es patrimonio exclusivo de nadie: ni de la izquierda, ni de la derecha, ni del centro, mucho menos de los violentos.

El mundo académico, los centros de pensamient­o, las diversas plataforma­s de diálogo social y las movilizaci­ones ciudadanas que hoy les apuestan a las posibilida­des de una nueva agenda social para Colombia son precisamen­te la antítesis de la radicaliza­ción que muchos irresponsa­blemente pregonan como salida a esta crisis.

El diálogo social es necesario hoy más que nunca para unir, integrar, avanzar y desactivar la crisis. Antes de caer en ese abismo de la polarizaci­ón agudizada por la próxima campaña electoral, debemos apostarle a unir al país alrededor de la única vacuna que funciona contra el virus de la desigualda­d: una plataforma de reformas que traiga paz social y gobernanza social. Que repare el tejido social que la pandemia, la mala política y las malas políticas han roto ante la indolencia de muchos. El diálogo es la cura para el alma de una nación golpeada por la incertidum­bre y el miedo a caer en el vacío.

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