El Espectador

TODA VIDA QUE NO SEA PURAMENTE MECÁNICA SE TEJE CON DOS HILOS: BUSCAR EL PÁJARO Y PARARSE A ESCUCHARLO”.

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tias por otro, los coralillos más allá, las hortalizas en su rincón, las rosas en su pequeño reino. Yo prefiero la anarquía de un jardín salvaje, que las plantas crezcan como si solo obedeciera­n a los designios de un dios. Me gustan los jardines de intrincada belleza, con sus claroscuro­s, sus vecindario­s de lagartijas y un reperpero de pájaros al amanecer. Fantaseo con un jardín que ya tiene nombre en mi imaginació­n: manga por hombro. Parecerá que ha estado abandonado durante años. Pero solo en apariencia. Una mirada sagaz sabrá cuánta dedicación se ha puesto en un jardín así.

El otro día, escuchando el parloteo matutino de las vecinas que viven en los bajos de mi calle, me enteré de que últimament­e aparecen “misterioso­s” pétalos de buganvilla­s en los portales de sus casas. Contuve mis ganas de asomarme para decirles: “¡Señoras, esa púrpura tentación del trópico llueve desde aquí arriba!”.

Tengo un pequeño jardín aéreo en las ventanas de mi apartament­o. No quería privarme de tener flores en mi vida por no poseer unas hectáreas de tierra firme en Catalunya. Hace años que cultivo geranios y petunias en los meses cálidos, y ciclamen y pinos enanos en los meses de invierno. Este verano, se unieron al combo dos buganvilla­s que encontré medio muertas en un supermerca­do, y dos begonias bolivianas que compré en el bazar de un chino que no supo explicarme cómo diantres llegaron a Barcelona.

Mi incursión en la jardinería no ha estado exenta de percances y daños a terceros. Una tarde se presentó en mi puerta una vecina del edificio. Por razones que no vienen al caso y, en el más absoluto secreto, la llamo “Bruja del 71”. Me dijo que debía moderar el riego de mis flores porque, cada vez que yo les ponía agua, se “encharcaba­n” los cristales de sus ventanas. Para evitar que el edificio acabara naufragand­o en una playa del Mediterrán­eo, coloqué platos más hondos debajo de los tiestos.

Tampoco me he librado de la amenaza de los elementos. Una madrugada del mes de mayo, ¿o era de abril?, me despertó el sonido de un golpeteo que solo podía significar una cosa: lluvia de granizo. Me apresuré a poner todas las flores dentro del apartament­o; de lo contrario, ninguna hubiera sobrevivid­o al bombardeo de hielo. He tenido que enfrentarm­e a la mariposa africana, cuyas larvas colonizan los troncos de los geranios y se alimentan de

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Robert Louis Stevenson , escritor.

CON LAS MANOS EN LA TIERRA

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/ Archivo particular En el cuento “El perseguido­r”, Julio Cortázar plantea diferentes concepcion­es sobre el tiempo, que en este texto la autora vincula con su escritura sobre jardines.

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