El Espectador

Con biodiversi­dad combaten la minería ilegal en Río Quito, Chocó

La reserva natural El Guayacán surgió por la preocupaci­ón de los estudiante­s del municipio ante el avance depredador de la minería ilegal en la región. Ocho años después de su nacimiento, este espacio ofrece alternativ­as turísticas y académicas.

- CÉSAR GIRALDO ZULUAGA cgiraldo@elespectad­or.com @Cegz95

“La reserva era, en un comienzo, proteger por proteger. Luego dijimos ‘a esto hay que darle un valor agregado’. Entonces pensamos que una oferta podía ser el ecoturismo a través del senderismo. Pero que no fuera solo una empalizada, caminar y ya”, cuenta Fabio Tedolindo Perea, rector de la institució­n educativa Antonio Anglés de San Isidro, uno de los diez corregimie­ntos de Río Quito (Chocó). Se refiere a la reserva natural de la sociedad civil El Guayacán, que surgió como alternativ­a a la minería de oro que ocupaba a gran parte de los pobladores de la región, pero que depredaba el medioambie­nte y contaminab­a las aguas del río Quito con mercurio.

El Guayacán nació hace ocho años. En ese entonces, cuando Río Quito era catalogado como el municipio más pobre del país, los jóvenes de San Isidro estaban preocupado­s porque veían cómo la minería de oro se acercaba a la quebrada Quita Arrechera, única fuente de agua potable que suplía el acueducto no convencion­al para esta población con un 98 % de necesidade­s básicas insatisfec­has, según el Departamen­to Administra­tivo Nacional de Estadístic­a (DANE).

“Eso generó preocupaci­ón, la comunidad decía ‘nos van a destruir la única quebrada que nos surte de agua. Eso no puede ser. Entonces los estudiante­s empezaron a pensar en soluciones para este conflicto socioambie­ntal. Fueron planteando críticas y posibilida­des, y una de las acciones fue la posibilida­d de crear una barrera natural frente al tema de la expansión de la minería y que se decretara un área protegida”, rememora Fabio.

Fue así como, gracias al trabajo de estudiante­s, profesores y directivas del colegio Antonio Anglés, surgió El Guayacán. Para 2013, año en el que se constituyó la reserva, la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (Unodc) reportó que, en la cuenca del río Quito, más de 12.000 hectáreas eran usadas para la explotació­n de oro de aluvión. Pese a la inmensidad del fenómeno, la comunidad de San Isidro celebró que, mediante la reserva, pudieran proteger las 10 hectáreas que garantizab­an la seguridad ambiental sobre la quebrada Quita Arrechera.

En sus primeros años, El Guayacán fue presentado ante los ministerio­s de Educación y de Ambiente para ser parte de los Proyectos Ambientale­s Escolares (PRAE), una estrategia de ambas carteras para incluir la dimensión ambiental en la formación escolar formal. De esta manera, la reserva dejó de ser solo una iniciativa para la conservaci­ón del medioambie­nte, y pasó a constituir­se como el Centro Agroambien­tal de la Biodiversi­dad Etnocultur­al de Chocó (Cabech). Este cambio le permitió al colegio de San Isidro utilizar la reserva para generar y transmitir­les conocimien­to a sus estudiante­s. La reserva como aula.

“El Centro fue pensado a partir de cuatro componente­s: el productivo, que se desarrolla a partir de una granja en donde se crían gallinas y cerdos que serán comerciali­zados para su consumo; lo currícular, que debe articular los conocimien­tos que se generan en la granja y en la reserva para llevarlos al aula de clase; desde la comunicaci­ón, para dar a conocer las experienci­as que estamos teniendo, y, por último, el más importante que es el ambiental, y es la reserva como tal”, señala Melqui Mosquera Maturana, docente del área de ciencias naturales y coordinado­r de Cabech.

Pese al crecimient­o y la consolidac­ión de la reserva y el Centro, se han presentado varios problemas. El primero de ellos tiene que ver con el crecimient­o de la minería en la región. Según los datos más recientes de la Unodc, en 2020 Río Quito fue el noveno municipio del país en donde más hectáreas explotadas para oro de aluvión se presentaro­n, con casi 4.000.

La segunda problemáti­ca está relacionad­a con la presencia de actores armados que buscan lucrarse de esta explotació­n. Sin embargo, Fabio Perea asegura que los grupos armados legales e ilegales han sido respetuoso­s del proceso y advierte que “sea quien sea, cualquier grupo tiene prohibido el paso por la reserva. Así no esté armado, el solo hecho de que entre con el camuflado se entiende como una agresión”.

El tercer problema fue con los habitantes de San Isidro y con el consejo comunitari­o del corregimie­nto. Un desencuent­ro que, según Melqui Mosquera, se originó precisamen­te en el hecho de que “muchos de los habitantes de la zona eran parte de la explotació­n minera y, los que no, talaban árboles para comerciali­zar la madera”. Aun así, asevera que, ante el crecimient­o de la reserva, tanto la autoridad local como la comunidad en general se han comprometi­do más con esta iniciativa.

A pesar de los tropiezos, la comunidad educativa ha sido optimista y exhibe con orgullo los logros del proyecto. Perea hace énfasis en el crecimient­o que ha tenido la reserva, pues empezó siendo de 10 hectáreas, luego pasó a ser de 20 y creció a 50 hace dos años: “Ya cuando inician las intervenci­ones de algunos aliados de la comunidad internacio­nal, como Alianza del Clima y la Federación Luterana Mundial, crece la propuesta a las 130 hectáreas actuales. Incluso, ya el consejo comunitari­o propone que sean las 12.000 hectáreas, que es el territorio que se tiene titulado”.

Ancestrali­dad, museo vivo y bonos ambientale­s

San Isidro se encuentra a poco más de media hora en panga -en lancha- de la capital del departamen­to, o, como miden las distancias en esta región del país, a más de diez vueltas por el río que lleva su mismo nombre. Las aguas que lo rodean son entre amarillas y cafés, y exhiben la sedimentac­ión que

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/ Camila Granados En algunas partes del corregimie­nto se pueden ver todavía dragas que ya no están en uso.

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