Defensa de Chingaza
HABLA MUCHO DE LA FRIVOLIDAD de algunos funcionarios públicos la propuesta de extender en el país la práctica del glamping, que según lo reveló hace unos días el exministro Manuel Rodríguez Becerra —uno de los colombianos más preocupados por la protección del medioambiente— se está ventilando en la nueva administración del Sistema de Parques Nacionales Naturales de Colombia.
El término, seguramente desconocido por muchos lectores, es una adaptación derivada de dos palabras extranjeras: la francesa glamour y la inglesa camping, cuya combinación se podría traducir libremente como camping con glamur o camping de lujo. Es la versión ultramoderna y al mismo tiempo alienante del turismo de naturaleza, que está cobrando fuerza como un medio fácil de obtener grandes ganancias complaciendo los gustos de un público adinerado.
No es una tendencia nueva ni de aplicación exclusiva en nuestro país, pero, a juzgar por la revelación del exministro Rodríguez, en el caso colombiano entraña riesgos que no pueden ser ignorados, como el de invadir espacios que deben ser preservados a toda costa. Se mencionan, específicamente, posibles modificaciones en los contratos de administración de algunos parques y proyectos de construcción de infraestructura turística en varios de ellos, incluyendo el de Chingaza, reconocido como uno de los tesoros naturales y culturales más importantes del país y una poderosa fábrica de agua que abastece a Bogotá y a varios municipios de Cundinamarca y el Meta.
Los bemoles de la propuesta aludida fueron expuestos ampliamente en una publicación de El Espectador que no ha sido desmentida por las autoridades involucradas, las cuales se abstuvieron de responder claramente a las consultas que el diario les formuló para comprobar la información. No es nada nuevo en un país donde es muy rara la aceptación de las responsabilidades, que está tan acendrada, por el contrario, en la cultura anglosajona, donde la palabra accountability (su equivalente en inglés) comporta una carga tan grande de obligaciones que al ser puesta en duda ha llevado a presidentes y ministros a renunciar a sus cargos.
No es de extrañar que esta tendencia sea bienvenida por quienes solo ven oportunidades de negocios en todos los ámbitos, incluido el de la naturaleza. A ellos les tienen sin cuidado los beneficios de disfrutarla en su estado original, que son infinitamente superiores a las utilidades monetarias que se puedan extraer de la deleznable acción de destruirla para abrir paso al nuevo tipo de turismo ecológico.
Como tantas otras, esta práctica es importada de otros países —principalmente de Estados Unidos— sin beneficio de inventario, ignorando los innegables perjuicios que causa al paisaje, al medioambiente y a las poblaciones que aún perviven en lugares alejados de nuestro territorio y que han protegido sus riquezas naturales gracias a la sabiduría acumulada a lo largo de siglos y aun milenios. Esto, sin hablar de inconvenientes más leves, como los de privar a los turistas de los atractivos de acampar a la manera tradicional, como montar una carpa, prender una hoguera y respirar el aire libre sin pretender que los atiendan como reyes. Pero sobre todo, hacerlo en alguno de los muchos espacios donde pueden vivir la sensación de la aventura sin hollar las áreas que deben ser protegidas porque contribuyen al crecimiento vegetal y la producción de oxígeno y nos abastecen de agua y energía.
General Luis Montenegro R. Excomandante de la Policía de Bogotá.