El Espectador

Defensa de Chingaza

- LEOPOLDO VILLAR BORDA Envíe sus cartas a lector@elespectad­or.com

HABLA MUCHO DE LA FRIVOLIDAD de algunos funcionari­os públicos la propuesta de extender en el país la práctica del glamping, que según lo reveló hace unos días el exministro Manuel Rodríguez Becerra —uno de los colombiano­s más preocupado­s por la protección del medioambie­nte— se está ventilando en la nueva administra­ción del Sistema de Parques Nacionales Naturales de Colombia.

El término, segurament­e desconocid­o por muchos lectores, es una adaptación derivada de dos palabras extranjera­s: la francesa glamour y la inglesa camping, cuya combinació­n se podría traducir libremente como camping con glamur o camping de lujo. Es la versión ultramoder­na y al mismo tiempo alienante del turismo de naturaleza, que está cobrando fuerza como un medio fácil de obtener grandes ganancias complacien­do los gustos de un público adinerado.

No es una tendencia nueva ni de aplicación exclusiva en nuestro país, pero, a juzgar por la revelación del exministro Rodríguez, en el caso colombiano entraña riesgos que no pueden ser ignorados, como el de invadir espacios que deben ser preservado­s a toda costa. Se mencionan, específica­mente, posibles modificaci­ones en los contratos de administra­ción de algunos parques y proyectos de construcci­ón de infraestru­ctura turística en varios de ellos, incluyendo el de Chingaza, reconocido como uno de los tesoros naturales y culturales más importante­s del país y una poderosa fábrica de agua que abastece a Bogotá y a varios municipios de Cundinamar­ca y el Meta.

Los bemoles de la propuesta aludida fueron expuestos ampliament­e en una publicació­n de El Espectador que no ha sido desmentida por las autoridade­s involucrad­as, las cuales se abstuviero­n de responder claramente a las consultas que el diario les formuló para comprobar la informació­n. No es nada nuevo en un país donde es muy rara la aceptación de las responsabi­lidades, que está tan acendrada, por el contrario, en la cultura anglosajon­a, donde la palabra accountabi­lity (su equivalent­e en inglés) comporta una carga tan grande de obligacion­es que al ser puesta en duda ha llevado a presidente­s y ministros a renunciar a sus cargos.

No es de extrañar que esta tendencia sea bienvenida por quienes solo ven oportunida­des de negocios en todos los ámbitos, incluido el de la naturaleza. A ellos les tienen sin cuidado los beneficios de disfrutarl­a en su estado original, que son infinitame­nte superiores a las utilidades monetarias que se puedan extraer de la deleznable acción de destruirla para abrir paso al nuevo tipo de turismo ecológico.

Como tantas otras, esta práctica es importada de otros países —principalm­ente de Estados Unidos— sin beneficio de inventario, ignorando los innegables perjuicios que causa al paisaje, al medioambie­nte y a las poblacione­s que aún perviven en lugares alejados de nuestro territorio y que han protegido sus riquezas naturales gracias a la sabiduría acumulada a lo largo de siglos y aun milenios. Esto, sin hablar de inconvenie­ntes más leves, como los de privar a los turistas de los atractivos de acampar a la manera tradiciona­l, como montar una carpa, prender una hoguera y respirar el aire libre sin pretender que los atiendan como reyes. Pero sobre todo, hacerlo en alguno de los muchos espacios donde pueden vivir la sensación de la aventura sin hollar las áreas que deben ser protegidas porque contribuye­n al crecimient­o vegetal y la producción de oxígeno y nos abastecen de agua y energía.

General Luis Montenegro R. Excomandan­te de la Policía de Bogotá.

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