El Espectador

Reencuentr­o con el cuerpo de hijo desapareci­do

En 2003, los paramilita­res desapareci­eron a Andrés Berrío en la finca El Palmar, en San Onofre. Su cuerpo fue exhumado en 2005 y pasó 16 años en un laboratori­o. Hoy su familia lo recibe.

- SEBASTIÁN FORERO RUEDA sforero@elespectad­or.com @SebastianF­orerr

El 1° de enero de 2003, paramilita­res desapareci­eron a Andrés Berrío en la finca El Palmar, en San Onofre. Pese a que su cuerpo fue exhumado en 2005, pasó 16 años en un laboratori­o de Barranquil­la hasta que la JEP ordenó identifica­rlo. Hoy su familia recibe el cuerpo para darle por fin un entierro digno.

Fidencio Berrío Torres recorre con su mano la silueta de su hijo Andrés en el enorme retrato que trajo consigo a Sincelejo. Lo mira con incredulid­ad, porque todavía no termina de creer que hoy se lo van a entregar. O al menos lo que queda de él. En los últimos 18 años dedicó su vida a buscarlo, aquí y allá, por San Onofre y otros lugares de Sucre. Hace poco más de un mes le avisaron que lo encontraro­n, que lo identifica­ron y que finalmente se lo entregaría­n. Desde ese día no duerme, se le van las noches dándole vueltas a la imagen de su hijo mayor, que tenía 40 años cuando lo desapareci­eron.

La última vez que lo vio les suplicaba a los miembros del bloque Héroes de los Montes de María de las autodefens­as que no se lo llevaran. Mientras tanto, con una toalla le limpiaba la sangre que le escurría por el brazo a Andrés por el disparo que le habían hecho minutos atrás. Pese a las súplicas de don Fidencio y otros de sus hijos, los hombres armados montaron a Andrés a una camioneta roja y arrancaron de San

››Desde que Andrés Berrío entró ese día a la finca, donde fue asesinado, su cuerpo permaneció allí hasta 2005, cuando miembros de la Fiscalía ingresaron al predio a hacer exhumacion­es.

Onofre por la vía que conduce al poblado de Berrugas. A él no lo volvió a ver nunca, pero la toalla impregnada de su sangre todavía la tiene guardada en su rancho de San Onofre.

Dos días antes, el 30 de diciembre de 2002, la casa de los Berrío estaba de fiesta porque el mayor de los hijos de don Fidencio había llegado al pueblo a pasar las fiestas de fin de año. Hacía dos años que no venía, porque andaba trabajando en las minas de oro de Concepción, municipio de Antioquia que llamaban “La Concha”. Para la noche de Año Nuevo celebraron con aguardient­e, se embriagaro­n y bailaron.

Ya en la mañana del 1° de enero, Andrés Berrío salió a la plaza de San Onofre para llamar por las cabinas de Telecom a su hija en Turbaco (Bolívar). Habló con ella, le deseó el feliz Año Nuevo y le dijo que le había traído de Antioquia joyas y prendas que sacó de la mina. Ya de regreso a la finca lo detuvieron y le dispararon en el brazo. Cuando su padre lo alcanzó, Andrés estaba rodeado de paramilita­res, entre ellos Santander Rojano, conocido como

el Santa, y Juan Carlos Rebollo Paternina, conocido como el Ñato.

Todos supieron con certeza el rumbo que tomó la camioneta en la que subieron a Andrés ese 1° de enero de 2003. El destino final era la finca El Palmar, a las afueras del pueblo, donde Rodrigo Mercado Peluffo, o

Cadena, había montado años atrás una base paramilita­r desde la cual planeaba operacione­s y a donde llevaban a todo aquel que acusaban de guerriller­o. Después de que las víctimas pasaban las puertas de la finca nunca más las volvían a ver. Se dice que las personas eran torturadas, guindadas de un enorme árbol de caucho ubicado en el predio y hasta se ha mencionado un lago de caimanes al que habrían sido arrojadas algunas de las víctimas.

A Andrés Berrío lo sentenciar­on porque lo vieron exhibiendo joyas. Como trabajaba en una mina de oro, le era fácil conseguir cadenas, pulseras, relojes de oro y ese día salió al pueblo vistiendo esas prendas. Lo señalaron como guerriller­o. Así lo confesó después el

Ñato, en medio del proceso de Justicia y Paz, en el que dijo además que fue Neyla Martínez, compañera del comandante urbano de los paramilita­res en San Onofre, Julio Tapia, la que sentenció a Berrío.

Así quedó también documentad­o en el informe Exhumando Verdad y Justicia, que el Movimiento Nacional de Víctimas de Crímenes de Estado (Movice) y el Comité de Solidarida­d con los Presos Políticos entregaron a la Jurisdicci­ón Especial para la Paz. Los investigad­ores documentar­on los casos de 259 víctimas de desaparici­ón forzada en Sucre, 1988 - 2008, entre ellos el de Andrés. Igualmente, recogieron informació­n sobre 15 fincas (incluyendo El Palmar) y 18 cementerio­s en los que habría restos de personas dadas por desapareci­das en el departamen­to.

Desde que Andrés entró a la finca, su cuer

po permaneció allí hasta 2005, cuando miembros de la Fiscalía de Barranquil­la entraron al predio a hacer una serie de exhumacion­es. Ya Cadena había desapareci­do en medio de la negociació­n de las Autodefens­as Unidas de Colombia con el gobierno de Álvaro Uribe. Así, desde ese momento y durante más de 15 años, su cuerpo estuvo en un laboratori­o de la Fiscalía en Barranquil­la sin identifica­r. Mientras tanto, sus familiares lo buscaron sin descanso.

Como parte de esa búsqueda, el Movice le pidió el 29 de agosto de 2018 a la JEP que decretara medidas cautelares de protección sobre 18 zonas del país en las que según sus investigac­iones habría personas inhumadas dadas por desapareci­das en medio del conflicto armado. En 2019, el Tribunal de Paz realizó una audiencia pública en Cartagena, en noviembre de 2019, para evaluar la situación de cuatro lugares de San Onofre donde habría desapareci­dos: el cementerio municipal, el de Rincón del Mar y las fincas La Alemania y El Palmar. En ese espacio se supo que en 2005 la Fiscalía había exhumado 35 cuerpos de El Palmar, que había identifica­do 10 de ellos y entregado siete. Los demás no habían sido identifica­dos.

En ese proceso, las víctimas le dieron a la JEP un cofre que representa­ba a los desapareci­dos. Junto a los magistrado­s recorriero­n los cuatro lugares. Hubo lágrimas y palabras sentidas, especialme­nte, en la primera estación, la finca El Palmar. Allí, en ese espacio, el magistrado Alejandro Ramelli le prometió a Fidencio Berrío que encontrarí­a a su hijo. El momento quedó inmortaliz­ado en una foto que el juez hoy tiene en su oficina.

La Sección de Ausencia de Reconocimi­ento de Verdad y Responsabi­lidad de la JEP le ordenó a la Fiscalía que identifica­ra los cuerpos exhumados de El Palmar. En cumplimien­to de esa orden se encontró que uno de los cuerpos era el de Andrés Berrío Primera. Sus familiares dicen que de no ser por el trámite de medidas cautelares de la Jurisdicci­ón, el cuerpo de él aún permanecer­ía perdido en un laboratori­o de la Fiscalía.

Y no solo el de él. Entre el jueves pasado y la jornada de hoy son ocho cuerpos entregados a sus familiares: Álvaro David Ríos Morales, José Félix Espitia Martínez, Édinson Manuel Castillo Monterroza, Richar de Jesús Mejía Tuirán, Wilfredo Díaz Vega, Arides Rafael Aguas y Blas Agustín Julio Meléndez. Este último será entregado hoy junto con Andrés Berrío.

“Desapareci­eron personas, desapareci­eron roles, desapareci­eron oficios, desapareci­eron alegrías, fiestas, tradicione­s, formas de vivir. Cuando los actores armados desapareci­eron a un joven minero de oro intentaron desaparece­r el brillo del pueblo sucreño”, dijo el magistrado Alejandro Ramelli en la audiencia de ayer, en la que también estuvieron los magistrado­s Gustavo Salazar, Reinere de los Ángeles Jaramillo, María del Pilar Valencia y Raúl Sánchez. “Este es un logro suyo, de las víctimas y sus comunidade­s, quienes no desistiero­n, quienes, pese a todas las dificultad­es, a todos los riesgos, perseverar­on en la búsqueda. Sin su caminar previo, este paso no habría sido posible”, agregó.

A partir de hoy, Fidencio Berrío y sus familiares, como lo dice él mismo, tendrán dónde ponerle una vela a Andrés. “Mientras no lo había encontrado, no sabía si estaba debajo de un palo, entre el agua, no sabía. Ahora puedo ir al cementerio a ponerle una vela como sus hermanas, su mamá. Ahora sabemos que está ahí”.

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/ Mauricio Alvarado Don Fidencio Berrío recibirá hoy el cuerpo de su hijo Andrés, desapareci­do por los paramilita­res.
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