El Espectador

La hora de la solidarida­d con Haití

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EL RECIENTE TERREMOTO EN HAItí es un nuevo hecho que golpea a este país, profundiza­ndo la crisis política, social y económica por la que atraviesa. Cerca de 2.000 personas fallecidas, más de 7.000 heridos y la destrucció­n causada se suman a las devastador­as consecuenc­ias del terremoto ocurrido hace 11 años y sus 300.000 víctimas, el reiterado paso de huracanes, como Matthew en 2016, así como de ciclones y del reciente asesinato del presidente Jovenel Moïse.

A pesar de que la potencia del terremoto y su cercanía con la superficie fueron mayores que en 2010, el que se hubiera presentado en una zona no tan densamente poblada, en el suroeste del país, evitó que las consecuenc­ias hubieran sido peores. Las cifras de muertos y heridos pueden aumentar, mientras que el balance en materia de destrucció­n total o parcial de las viviendas es muy elevado. Se calcula que hay unas 61.000 casas destrozada­s y cerca de 80.000 con daños considerab­les. Lo que hace más compleja la situación es que la infraestru­ctura era de por sí precaria.

Según las informacio­nes, la situación es lamentable. En el caso de la ciudad de Los Cayos no existen los equipos médicos, medicinas, camas, carpas ni los implemento­s necesarios para atender a las víctimas. Con respecto a los demás damnificad­os, no hay agua ni alimentos para satisfacer las necesidade­s básicas de las personas. De otro lado, el problema de las ayudas está vinculado a dos aspectos complejos de atender: en primer lugar, un gobierno inexistent­e, que recién comienza a organizars­e. De otro lado, la proliferac­ión de bandas armadas, que secuestran y asesinan sin que las autoridade­s puedan enfrentar este tipo de delincuenc­ia que se ha tomado el país. La distribuci­ón de la ayuda internacio­nal deberá ser entregada en medio de este caos reinante, donde el tráfico de drogas, el lavado de dinero y la criminalid­ad hacen mella.

Atendiendo a esta realidad que se vive en Haití, es comprensib­le lo que está sucediendo con los miles de haitianos que están viajando desde el cono sur del continente, pasando por Colombia, para llegar hasta Estados Unidos. Se trata de un país de 11 millones de habitantes que para algunos analistas es un Estado fallido, que vive de la solidarida­d internacio­nal y no ofrece opciones dignas de vida para la inmensa mayoría de sus ciudadanos. Luego del terremoto de 2010, Naciones Unidas envió una misión que buscó infructuos­amente estructura­r un concepto de Estado, con institucio­nes eficientes, una policía profesiona­l —en cuya preparació­n participó la Policía de Colombia—, así como las bases agrícolas e industrial­es para un mínimo despegue económico. La misión terminó sus actividade­s en medio de un gran escándalo tras la epidemia de cólera que se expandió por el país, así como las acusacione­s de abusos sexuales.

El esfuerzo que se lleve a cabo para atender Haití debería incluir no solo la urgente ayuda humanitari­a que se requiere de inmediato, sino el envío de una nueva misión internacio­nal que ayude a que los haitianos puedan estructura­r un país en el que prevalezca el Estado de derecho. De otra manera, se continuará con una compleja situación que seguirá afectando no solo a sus habitantes, sino a los demás países de la región.

‘‘La situación en Haití es dolorosa y frustrante, lo que explica el éxodo y requiere apoyo internacio­nal”.

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