El Espectador

La vida de los otros

- SORAYDA PEGUERO ISAAC sorayda.peguero@gmail.com

JUNTO A SU CAMA HAY UNA ESTANTEría de bambú con algunos libros. Al lado de los libros hay una figurita de Joséphine Baker con el torso desnudo, la cabeza ladeada y un collar de cuentas verdes. De vez en cuando, antes de irse a dormir, Odette se sumerge en un baño de espuma y canta Tes mots d’amour. Hasta que aparece uno de sus hijos, rompiendo el hechizo con el anuncio de una urgencia. Tiene un hijo peluquero de carácter muy parecido al suyo, y una hija insolente que gruñe dormida y que tiene un novio al que le apestan los pies. Todos viven en su pequeño apartament­o. Odette trabaja en la sección de perfumería de unos grandes almacenes. El otro día se le acercó una mujer preguntand­o por un producto para tapar un moratón. Llevaba gafas oscuras. Dijo que se había dado un golpe con una puerta. “Denuncie a esa puerta”, le aconsejó Odette, y la despidió dándole un lápiz cubriente.

Por la noche salió un crítico literario hablando de la obra de Balthazar Balsan en un programa de televisión. Dijo que el escritor es la clase de hombre del que las mujeres se divorcian amablement­e, y que si fuera por él, tiraría todas sus novelas a la basura. “Entonces, ¿cómo explica usted su éxito?”, le preguntó el entrevista­dor. “También los pobres de espíritu están en su derecho a tener héroes. Para las peluqueras, las porteras y las cajeras sin duda es un escritor ideal”.

Odette colecciona muñecas vestidas con trajes regionales. Su mayor anhelo es ir a una playa del mar del norte y conocer en persona a Balthazar Balsan. Viendo cómo transcurre­n sus días, alguien podría decir que la suya es una vida insípida. Pero cada ser para el que la vida merece ser vivida conoce su peculiar fuente de gozo. Y las apariencia­s nunca son suficiente­s, porque la alegría, como la procesión, también se lleva por dentro.

La literatura de Balthazar Balsan hace que Odette flote por encima de los tejados, que sienta que todas las melodías que tocan los músicos callejeros son para ella, que pase las noches en vela leyendo sus libros. “Calma, Odette, calma”, se dice a sí misma. Su alegría tiene la excitante intermiten­cia de un placer oculto.

Qué poco nos cuesta decidir, de un modo injusto y estúpido, sobre el valor de la vida de los otros. El crítico literario que aparece en la comedia francesa de la que les vengo hablando ejerce esa estupidez demostrand­o su incapacida­d para hacer una crítica sin cruzar la línea de la ofensa personal. Una práctica muy extendida y celebrada en nuestros tiempos. Les cuelga un sambenito de prejuicios al escritor de novelas y a las mujeres que las leen, ¿y se atreve a hablar de pobreza de espíritu?

No le daría cinco estrellas a la película. Pero me hizo pensar. ¿Con qué recursos contamos para comprender el significad­o interior de una vida? ¿A qué oráculo consultamo­s antes de imponer a los demás nuestra visión pobre de sí mismos? Si comparamos la vida de una persona con una película en continuo rodaje, y si tenemos en cuenta que, cuando llegamos a la proyección ya llevaba un largo recorrido, ¿deberíamos lanzarnos a emitir un juicio despreciat­ivo sin considerar que hay partes esenciales de la historia que ignoramos?

Un ser humano es más que su realidad exterior. Los sabios nos han dicho que no deberíamos construir una idea de las personas solo basada en inspiracio­nes subjetivas, en el valor que le dan nuestros sentimient­os, experienci­as y elecciones. Que no podemos conocer a la gente, conocerla de verdad, si no vemos más allá de nosotros mismos.

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