La patanada de Uribe
ÁLVARO URIBE NOS TIENE ACOSTUMbrados a puestas en escena que bien podrían ser dignas de la imaginación de García Márquez. No son extrañas para nosotros las ruedas de prensa en caballerizas despotricando de la justicia y amedrentando periodistas. Cómo olvidar a Uribe, parado en un puente con un megáfono, enfrentándose a gritos a una turba enardecida, sus despliegues de talento al lomo de un potro de paso fino, o su caminata de la mano de Alejandro Ordóñez, con megáfono, sombrero y Crocs, dando alaridos por las calles de Cartagena para oponerse a la paz. El tipo es folclórico como nadie. De eso no hay duda. Pero lo que pasó la semana pasada en su hacienda batió todos los récords.
Mientras todos los expresidentes, incluido Pastrana, han accedido voluntariamente a ir a la Comisión de la Verdad a contar sus relatos de la historia, el jefe del Centro Democrático,
como es usual, quiso llevar la contraria. En primera medida, decidió que no reconoce la legitimidad de la institución presidida por el padre De Roux. Es una actitud cuando menos curiosa. Resulta extraño que cualquier colombiano, y más un hombre que lideró el Estado, piense que solo tiene que acogerse a aquellas partes de la Constitución con las que esté de acuerdo. “Señor comisionado, bienvenido a mi casa. No lo reconozco como un funcionario porque su cargo se deriva de un robo de Farc-Santos”.
Vimos a todos los exmandatarios asistir a dicha instancia bien vestidos, perfumados, respetuosos y puestos en la situación que corresponde. Pero eso era mucho pedirle al hombre en cuestión. Él tenía que probar su punto, humillar a los comisionados a como diera lugar, deslegitimarlos y sentirse superior. Habrá quienes piensen que lo logró. Seguramente hoy varios colombianos consideran que Uribe es un macho alfa que puso en su sitio a los comisionados y se portó divinamente. Eso, por supuesto, no es así.
Lo que hizo Uribe fue una barbaridad: recibir a los comisionados en la terraza de su hacienda, con ruidos de animales por todos lados, caballos relinchando y perros ladrando. Y aunque los animales fueron un problema para el curso de la diligencia, hay que decir que pesaron más los gritos de unos niños malcriados que, por alguna razón, creen que es normal interrumpir un acto de estas características para insultar a los funcionarios.
El padre Francisco de Roux ha sido blanco de críticas por todos lados. Algunos en la oposición piensan que no debió haberse prestado para semejante espectáculo. En la derecha, por su parte, consideran que fue hasta allá con la única intención de increpar y juzgar a Uribe. Pero Pacho de Roux lo que hizo fue cumplir su misión. Porque la Comisión de la Verdad no es un órgano de justicia. Su misión es oír y contrastar para construir una verdad colectiva. Por eso creo que la patanada de Uribe aporta a la verdad: quedó claro que la impunidad no le importa, pues propuso una amnistía general. Queda también claro que les echa toda el agua sucia a los militares, esos mismos que tanto defiende, y que su única prioridad es enterrar la verdad. Y eso, aunque no nos guste, también es parte importante de la historia.