“Hay un sector retardatario que asimila derechos con subversión”
El historiador habla sobre “El presente como historia”, su último libro, en el que recoge sus memorias.
Hay un elemento que uno ve en sus memorias desde que era niño, y es la mención del tema político, ¿por qué este es un asunto tan recurrente en el país, a pesar de esa visión de una ciudadanía apática a esos puntos?
En Colombia hay una paradoja. Desde la historia republicana, desde la Independencia, uno nota una gran politización, sobre todo hasta los últimos años, entre liberales y conservadores, con apenas elementos de diferenciación entre los dos partidos. No hubo muchas, pero sí eran diferentes. El problema es que nuestra generación, la que llegó a la juventud en los años 60, en Colombia y en América Latina hubo una despolitización ideológica muy fuerte. En el mayo francés se decía, parafraseando ,“las elecciones son para los tontos ”. Hubo una hiper presentación del a violencia y de la lucha armada como elementos porque se acababa de pasar la guerra contra el fascismo.
Si a eso le agregamos que Colombia vivió el Frente Nacional, que tuvo aspectos muy positivos, pero se despolitizó el país porque había un consenso para gobernar en la medida de que los temas de discordia y diferenciación entre los partidos no se mencionaban para poder hacerlo. Entonces, el país, por esas y muchas otras cosas, ha sufrido una cosa grave, y es que se alejó el sector intelectual y académico de la política. Eso ha incidido en lo que vemos en el país. Vemos un nivel muy bajo de la representación política
Uno ve en las memorias que estuvo con el UNIR, el MRL y otros. ¿Cómo es llevar una vida académica y política, cuando parecieran tan opuestas?
Esa es otra paradoja. En el mundo universitario, sobre todo en los 60 y 70, expresarse políticamente en un marco reformista era mal visto. Se decía que el académico que hacía eso abandonaba la academia. La paradoja es que había una hiperpolitización en los movimientos estudiantiles, pero consideraban que lo que ellos hacían no era político, pero el que se atreviera a decir que el cambio era por los canales institucionales y de la reforma, era una persona que había abandonado la academia y se había vendido al sistema, por el simple hecho de no tener una visión de la violencia como método para la lucha política.
En el libro menciona a personas de una amplia estatura política, que tuvieron amplia relación con usted. ¿De esos destaca a alguno por su impacto en lo que es hoy la historia política colombiana?
El tema es que el país tiene un gran déficit social y político, pero no todo ha sido negativo. Durante mi vida, la que cuento en el libro, he vivido cambios muy interesantes. El país actual, con todos sus problemas, es más abierto que en el que me crié y me levanté. El país en los años 50 y principios de los 60 era muy atrasado a nivel cultural, los niveles de analfabetismo eran muy altos, entre otras cosas. Hoy es más laico y abierto. Antes esto era dominado por un clero que era preconciliar, con unas ideas retardatarias muy próximas al franquismo. Con todo, el país ha avanzado en muchos temas, como los derechos humanos. Indudablemente se violan los derechos porque subsiste la violencia, pero ha habido un cambio en un amplio sector de la sociedad que los ha aceptado como parte de la democracia. También hay un sector retardatario que me tocó enfrentar en la Consejería de Derechos Humanos, que asimilan los derechos a la subversión. Y todavía hay varios sectores que predican esa postura.
Usted dedica dos capítulos enteros a los derechos humanos, ¿ha cambiado el panorama en el país, cuando aún se sigue hablando de defensores de derechos humanos como subversivos?
Sí, claro que ha cambiado. Repito, el país es mucho más abierto en cuestiones de control de la natalidad. La lucha que dimos en ese caso fue muy fuerte. También en los temas de género. Los jóvenes también tienen ahora mucha más conciencia ecológica. Y eso tiene que ver con los derechos humanos. Lo que pasa es que aquí lo que se ve de inmediato es la violencia, porque existe. Pero detrás de eso hay aspectos donde la sociedad está evolucionando mucho más rápido, incluso que las mismas instituciones del Estado.
Usted estuvo en la Consejería durante el gobierno Barco, cuando se vivió uno de los momentos más difíciles con la consolidación de los proyectos paramilitares, entre otros temas similares. ¿Cómo fue estar al frente de esta oficina, que apenas estaba naciendo, en un momento tan complejo?
Creo que al presidente Barco y al país les tocó uno de los momentos más difíciles de nuestra historia. Al mismo tiempo se manifestaron, y algunas veces se aliaron, diferentes violencias contra el Estado. En ese momento había cuatro grandes grupos armados guerrilleros: Farc, Epl, M-19 y Eln. Por otro lado, estaba el narcoterrorismo, que nunca se había presentado en la vida urbana. Se dieron todo tipo de violencias y también estaba el desgaste político por el Frente Nacional. Lo interesante de ese gobierno es que lo enfrentó, no de la manera en que se estaba presentando en otras parte del continente -que se recurría a las dictaduras-, sino que se amplió el espectro.
En el libro hay un hecho inédito, y que resulta llamativo, y es la cena que usted tiene con Low Murtra y Carlos Mauro Hoyos, en la que incluso le dan señas para su seguridad como funcionario. ¿Cómo ve ese momento ante lo que ocurrió con ellos dos?
Es que ese es el problema de Colombia. Ha habido víctimas de todos los lados. También estuvo la Unión Patriótica (UP), que en ese momento estaba en esa apertura política que se venía dando en el país. Pero si estamos buscando la verdad en el con
flicto hay que decir que en el caso de la UP, la primera culpa la tuvieron los paramilitares, que lideraron su asesinato, pero también fueron víctimas de algo que el país está superando: acudir a las diferentes formas de lucha. El Partido Comunista tenía un ala legal, representada en el Congreso, y apoyaba la lucha armada de las Farc. Entonces, los que quedaron en ese sándwich y fueron víctimas, fueron los de la UP. Pagaron por hacer una acción legal, propiciada por el Estado, los desmanes de las Farc. En ese sentido, en la clarificación histórica hay que tener en cuenta estos hechos.
Hay un capítulo en el que usted reúne las memorias de Gaviria, Lara, Galán y Samper. ¿Por qué a ellos cuatro?
Hablo de mucha gente. En el ámbito político hago unos perfiles de Gerardo Molina, que fue el padre del socialismo democrático. También menciono a Carlos Lleras,
a Germán Arciniegas, que fue un intelectual político, un intelectual durante sus 100 años y fue ministro, congresista, embajador y más. En ese caso solo los reúno porque fueron contemporáneos y es muy indicativo. El que lea con cuidado se da cuenta de la tragedia, porque dos de ellos fueron asesinados, y es una muestra del país. Los cuatro buscaron una salida para Colombia desde el progresismo. En el caso de Samper, tuvo su fracaso conocido. En el caso de Galán y Lara, fueron asesinados, y pues Gaviria tuvo una actuación progresista con la Constituyente.
Pasando a la parte académica, en el libro se ve un contraste muy importante, que es el paso de esa historia de los próceres a la historia cotidiana, que usted aglutinó en lo que se denominó la “Nueva Historia”. ¿Cómo fue ese paso y ser uno de los que lideró el cambio?
Lo que se llamó la “Nueva Historia”, en la que participé, aportó mucho a la visión historiográfica del país. Colombia venía en una atraso fuerte en la historiografía, más que en Perú, Argentina, Chile y más. Aquí se seguía con una historia muy tradicional. Simplemente se miraban a los grandes héroes y a las grandes familias. Lo que aportamos fue una nueva visión, con nuevos actores a tener en cuenta: el pueblo, los indígenas, los negros, los trabajadores y todos esos sectores. También abrimos las temáticas a la historia económica, a la historia social y la historia de las ideas. Enriquecimos la historia y fue una ruptura a la forma tradicional como se venía haciendo. Eso en ese momento, como en este país a lo nuevo se le macartiza, se dijo que era subversivo, cuando solo era una nueva forma de mirarnos. Eso solo comprueba que las herejías del pasado son la verdad del presente.
¿Qué le queda por hacer en el campo de la historia?
No lo sé. Ya escribí unas memorias en las que hago una reflexión sobre una vida que termino con unos versos, en los que hablo de la visión que tendrán las próximas generaciones sobre la vida. No fue una actuación uniforme, pero hay que decir que nuestra generación tuvo que vivir una transformación muy grande del país, pero que desafortunadamente estuvo signada por la violencia, tanto del narcotráfico como de la política. Espero que con el proceso de paz y la reincorporación el país no vuelva a utilizar la violencia como forma política y se amplíe para darles espacio a unas izquierda y derecha democráticas.
‘‘En
este país a lo nuevo se le macartiza y dicen que es subversivo”.