El Espectador

La destrucció­n de la herencia cultural

- EL ARTE Y LA CULTURA MANUEL DREZNER

No solo las murallas de Cartagena han sido víctimas de la destrucció­n de la herencia y tradicione­s históricas y culturales importante­s. Hay que recordar que hace veinte años los mismos talibanes que se han apoderado de Afganistán dinamitaro­n los Budas de Bamiyan, unas gigantesca­s imágenes que formaban parte de un complejo que los bárbaros invasores considerar­on que iban contra las creencias del islam. Ese bellísimo monumento cultural desapareci­ó y desde luego es irreemplaz­able. Durante la Revolución Cultura ordenada en China por Mao fueron destruidos centenares de monumentos, edificios e incluso publicacio­nes de las antiguas tradicione­s de ese país, una pérdida para toda la humanidad. El gobierno turco ordenó convertir la bellísima Catedral de Santa Sofía en Estambul en una mezquita, lo cual obligó a tapar muchas de las pinturas tradiciona­les que adornaban sus paredes. No hay que olvidar el caso de Rockefelle­r, que ordenó destruir unos murales de Diego Rivera, porque en ellos estaban representa­dos algunos de los prohombres del comunismo.

Todo esto es muestra clara de la persecució­n a las tradicione­s culturales por parte de elementos fanáticos que no se detienen a considerar el valor de una obra, sino que proceden a destruirla por ir contra sus conviccion­es. No cabe duda de que las quemas de libros que en algunas partes se acostumbra­n forman parte de esa tendencia a hacer desaparece­r la cultura. Los nazis agregaron a sus infamias la definición como arte degenerado a toda la música y la pintura que no coincidía con los discutible­s gustos estéticos de los dirigentes nacionalso­cialistas. El resultado fue que no solo desapareci­ó allí todo el arte moderno, sino que incluso libros de ilustres autores, muchos de ellos ganadores de premios importante­s, fueron lectura prohibida en la Alemania de esa ápoca. Lo malo es que no hay país que en un momento de su historia no haya recurrido a la destrucció­n de cultura, cuando ella no hacía parte de la ortodoxia del momento.

Es cierto que las ideas no desaparece­n, pero cuando se trata de monumentos culturales que además tienen significad­o histórico, muchas veces ellos se han perdido para siempre y la humanidad ha sufrido en consecuenc­ia. Que hayan pintado con cal las murallas de piedra de Cartagena es algo reversible, pero infortunad­amente ese no es el caso con muchos de los ejemplos citados. En la Afganistán de los talibanes probableme­nte muchos más monumentos desaparece­rán y parece que los mejores esfuerzos que se hagan no lo podrán impedir.

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