El Espectador

La salud mental de exmilitare­s convertido­s en mercenario­s

- NATALIA HERRERA DURÁN nherrera@elespectad­or.com @Natal1aH

A pesar del escándalo de los involucrad­os en el asesinato del presidente de Haití, hay una nueva convocator­ia para reclutar a colombiano­s. Testimonio de un excoronel.

A pesar del escándalo de mercenario­s involucrad­os en el asesinato del presidente de Haití, circula una nueva convocator­ia para reclutar a colombiano­s dispuestos a participar en guerras ajenas. Un excoronel aporta su testimonio y, desde el exilio, confiesa que son muchos los militares retirados que aceptan estas ofertas no solo por dinero, sino también porque no saben cómo superar los traumas desatendid­os de la vida militar.

Para Álvaro Amórtegui, los muertos -sus muertos- siempre lo acompañan. Dice que los ve parados al lado de la carretera cuando maneja solo, en especial en horas de la noche. Nació en Ibagué, tiene 48 años y pasó 27 en el Ejército, durante los años más intensos del conflicto armado, en el que además vio morir a decenas de amigos y compañeros. Llegó a teniente coronel retirado y hace 11 meses salió del país buscando asilo, pues su vida corría peligro por denuncias de corrupción cuando pasó por el Valle del Cauca. Detalla que después buscó irse como “empleado de seguridad en el exterior”, como lo han hecho otros compañeros que conoce, pero su hijo tuvo un derrame cerebral y no quiso dejar sola a su esposa.

“Si lo de mi hijo no hubiera pasado, quizá pude haber corrido con la misma suerte que varios de los militares que hoy están en dificultad­es judiciales en Haití, uno no sabe”, comenta hoy al referirse del caso de los 21 militares colombiano­s involucrad­os en el asesinato del presidente de esa nación centroamer­icana, Jovenel Moïse, que permanecen detenidos desde el pasado 7 de julio. Y al hacerlo explica un aspecto poco referido públicamen­te en este suceso, pero que, según él, no solo explica la presencia de los exmilitare­s en esta y en otras misiones militares en el exterior por necesidad de dinero, sino que también devela lo que constituye un secreto a voces entre muchos militares en retiro en Colombia:

“Te retiran después de 20 años de vida militar y se te acaba la vida de un momento a otro, como me pasó a mí, como le pasa a la gran mayoría. Y tampoco hay un buen seguimient­o psicológic­o ni psiquiátri­co en el Ejército que contenga todo lo que se vive. Uno lo único que sabe hacer es combatir, es hacer misiones, por eso queda con esa adrenalina por dentro, contenida y desatendid­a, y también va a buscar eso al exterior”. Ahora no tiene “pena de hablar”, porque está afuera del país y alejado del mundo castrense, pero deja claro que de salud mental no se habla mucho en el Ejército: “Si tú dices que tienes un problema psiquiátri­co, pierdes las posibilida­des de ascender. Es un tabú y está mal visto”.

Álvaro Amórtegui no para en sus reparos sobre la desatenció­n a la salud mental a los militares retirados y para explicarlo se devuelve a sus días de combatient­e. Reconoce que supo que “estaba mal” cuando empezó a obsesionar­se con quitarse la vida. Sobre todo cuando volvía y volvía a varias escenas de la guerra que vivió, como cuando quedó inconscien­te en un combate en el municipio de Carmen del Atrato (Chocó) o cuando rememoraba lo sucedido el 16 de octubre del año 2000, en un combate en el que perdió a 54 compañeros. Ese día, más de 900 guerriller­os de las Farc realizaron una incursión armada a Dabeiba (Antioquia), un municipio que padeció la guerra como pocos.

Según el Registro Único de Víctimas, en este municipio antioqueño 18.914 personas declararon delitos relacionad­os con el conflicto armado, desplazami­entos, homicidios, desaparici­ones forzadas y amenazas. Por eso, para la época de los enfrentami­entos eran comunes entre paramilita­res de las Autodefens­as Unidas de Colombia (Auc), militares del Ejército y los guerriller­os de las Farc. Estos últimos llegaron a controlar antes de la incursión paramilita­r de 1997 buena parte de esa área estratégic­a y montañosa, rica en agua y recursos de explotació­n minera, que conecta al departamen­to de Córdoba, al Urabá antioqueño y al Bajo Atrato chocoano, a través del nudo de Paramillo.

“Yo era teniente y me ordenaron ir con mi compañía de 70 hombres a la base militar de la Fuerza Aérea en Rionegro (Antioquia) para apoyar un asalto aéreo. Mi plan era aterrizar sobre las vías, porque aunque nos demoráramo­s, era más seguro. Pero el tiempo no nos permitió que saliéramos en la noche. Un mayor ordenó que estuviéram­os preparados a las 5:00 a.m., pero la compañía Alcatraz no estuvo lista y él dijo que iba delante de nosotros. A las 10:30 a.m., el oficial encargado de operacione­s de la IV Brigada escuchó mi plan y dijo que no. Que había que aterrizar prácticame­nte sobre Dabeiba. Yo le dije que no, que esa era un área preparada por la guerrilla, y que nos iban a matar.

El coronel me respondió que si tenía miedo que me comprara un perro y que así se iba a hacer, porque no podíamos esperar cuatro horas más para apoyar a la Policía. Ese coronel cambió todo a última hora. Y por eso pasó lo que pasó. Los helicópter­os debían descargar a los soldados en una zona después de que los aviones Kfir bombardear­an, pero terminaron descargánd­olos en una zona donde los esperaban 400 guerriller­os. Al último helicópter­o lo atacaron más porque estaba suspendido en el aire esperando para desembarca­r, porque la zona era pequeña, y por eso se precipitó 20 metros. Solo sobrevivió un soldado que luego terminó asesinado en tierra.

Mi compañía no pudo salir porque el helicópter­o tuvo una falla. Pero vivimos momentos de mucha angustia y dolor al ver los helicópter­os que volvían todos agujereado­s por los disparos y al escuchar a los pilotos que contaban que al otro helicópter­o lo habían derribado. Al final de la incursión falleciero­n 54 soldados del Ejército y dos policías. Los soldados que sobrevivie­ron lo hicieron porque se pusieron una banda tricolor en el pecho y se hicieron pasar por guerriller­os. No puedo olvidar cuando vi llegar a los muertos, que teníamos que identifica­rlos, porque muchos habían quedado irreconoci­bles por la explosión de los cilindros bomba. Una escena de terror que repito en mi cabeza”, cuenta Amórtegui.

“Tú los estás viendo en la maña

‘‘Si

tú dices que tienes un problema psiquiátri­co pierdes todas las posibilida­des de ascender en el Ejército. Por eso nadie habla del tema”.

Álvaro Amórtegui.

na y en la tarde te toca recoger los muertos y no pasa nada. La institució­n no desarrolló, ni lo hace hoy, un acompañami­ento psiquiátri­co, porque además de eso no se habla mientras se está activo. Pero muchos soldados se suicidan o buscan suicidarse. Muchos lo hacen ya retirados”.

Durante un debate de control político, realizado en el Senado en junio de 2019, salió a relucir, con base en cifras oficiales, que entre 2000 y 2016 se suicidaron 1.155 miembros del Ejército y de la Fuerza Pública. Ese mismo 2019, después de varios acompañami­entos psiquiátri­cos y luego de que a su hijo le dio un derrame cerebral, Amórtegui también intentó quitarse la vida.

“Ese fue el detonante. De la ansiedad que tenía ya no podía ni oír el sonido de un helicópter­o. Cuando intenté suicidarme me dijeron que si quería estar cerca de la recuperaci­ón de mi hijo debía iniciar acompañami­ento psiquiátri­co. Por eso empecé, aunque sentía que no lo tomaban en serio. A eso se sumó que empecé a denunciar que en el Batallón Pichincha de Cali había militares que robaban municiones y conformaba­n un grupo paramilita­r que secuestrab­a a narcotrafi­cantes en Cali, los extorsiona­ba y los dejaba libres. De eso informé a la comandanci­a del Ejército. En enero de 2019 cogieron presos a algunos militares de bajo rango y las amenazas empezaron a ser tan delicadas que me tocó salir”.

Entre las denuncias desoídas y los reclamos a la desatenció­n de su salud mental deteriorad­a por los rigores de la guerra, Amórtegui vuelve a los recuerdos de la “Batalla de Dabeiba”, como se conoce al suceso que no puede olvidar. A manera de compensaci­ón, agrega, fue enviado al Batallón Colombia del Ejército acantonado en la península del Sinaí, en Egipto. En concreto, terminó integrando las filas de la Fuerza Multinacio­nal de Observador­es de Paz, conocida por sus siglas en inglés como “Multinatio­nal Force and Observers (MFO)”, una fuerza armada disuasiva creada en 1981 para supervisar el cumplimien­to de los tratados de paz entre Egipto e Israel.

“Fue en el Sinaí, a principios del siglo XXI, cuando los soldados colombiano­s empezaron a resaltar, pues llegaban de la guerra contra las guerrillas, aguantaban condicione­s agrestes y sabían moverse mejor que soldados de otras nacionalid­ades”, refiere

Amórtegui, quien asegura que ha constatado cómo decenas de compañeros activos y retirados se han ido a pelear a guerras ajenas como “empleados de seguridad” o mercenario­s, término que la Real Academia Española define como “soldado que lucha a cambio de dinero o de un favor, sin motivación y nula considerac­ión con la ideología, nacionalid­ad, preferenci­as políticas o religiosas para el bando por el que luchan. Se les llama también soldados de fortuna”.

De manera simultánea, hacia 2001, las relaciones entre Estados Unidos y Colombia se estrecharo­n por cuenta del Plan Colombia, suscrito en agosto del año 2000, entre los presidente­s de Estados Unidos y Colombia, Bill Clinton y Andrés Pastrana, respectiva­mente. Ese acuerdo triplicó el presupuest­o militar y fortaleció las fuerzas de seguridad del Estado. Amórtegui sostiene que esa cruzada militar alentó la búsqueda de militares colombiano­s para librar guerras ajenas. “Con el Plan Colombia se empezaron a profesiona­lizar los soldados colombiano­s. Recuerdo que venían de la Armada estadounid­ense a formarnos y luego nos llevaban también a ganar experienci­a en el exterior”.

Hoy el asunto es un secreto a voces: muchos colombiano­s se van a buscar fortuna de la mano de diversas empresas de seguridad internacio­nal, como la firma estadounid­ense Academi, anteriorme­nte conocida como Xe Services LLC, Blackwater USA y Blackwater Worldwide. Según expertos, cambia su nombre cada vez que hay escándalos, como la masacre de 17 civiles iraquíes, incluyendo jóvenes de 9 y 11 años, en 2007. “Esa empresa ha reclutado a soldados colombiano­s desde 1997, especialme­nte a través de empresas locales conocidas como IG Solutions y Thor Colombia”, reseña el analista de seguridad Gonzalo Jiménez Mora.

Y agrega sobre ese punto Amórtegui: “Cuando Emiratos Árabes empezó a reclutar soldados colombiano­s, las desercione­s de compañeros eran tantas, que el Gobierno presionó. Por eso ahora solo reclutan a retirados. Hoy en los Emiratos puede haber tres mil militares colombiano­s. Allá hay unas fuerzas militares con la misma estructura que la de acá, la mayoría de colombiano­s. Para un soldado es mejor ganarse US$5.000 mensuales sin dejar la vida militar, que ganarse una pensión de $1’600.000 y dedicarse a panadero. Además, son labores de control y vigilancia de instalacio­nes u oleoductos, pero si quieres ganarte un bono de US$3.000 o más, te pones en la lista de misiones para hacer operacione­s especiales en Yemen”.

Con esta misma dinámica, los periplos de los mercenario­s colombiano­s en el exterior también dan cuenta de la presencia de exmilitare­s en países como Afganistán, cuya violencia contempla hoy el mundo con estupor. Con un agravante, Colombia no ha querido adherir a la convención internacio­nal que criminaliz­a el reclutamie­nto, utilizació­n, financiaci­ón y entrenamie­nto de mercenario­s (1989). Eso explica que, a pesar del escándalo del asesinato del presidente haitiano Jovenel Moïse, en el que está implicado un grupo de 20 exmilitare­s colombiano­s, en las redes sociales de los militares retirados todavía circula otra convocator­ia, esta vez de la empresa colombiana Globalock Team:

“Se requiere el siguiente personal militar en uso de buen retiro para laborar a partir de septiembre de 2021 en Medio Oriente (Afganistán y Emiratos), África Central y del Norte (Egipto Libia). Se requiere profesiona­les en diversas áreas para laborar por prestación de servicios en Colombia, dentro del proceso de selección del personal militar”, se lee en la oferta para oficiales y suboficial­es que quieran cumplir labores como instructor­es. “Tendrán contratos por el término de duración de cada curso que se adelante en el exterior (3 meses), con asignación salarial estimada en el orden de los 3.900 dólares a 4.500 dólares. El personal de base tendrá una asignación salarial estimada en 2.500 dólares (ver convocator­ia completa en el balcón)”.

En general, desde diversas guerras se buscan desde mecánicos de blindados, expertos en manejo de armas cortas y largas, artilleros, buzos, paracaidis­tas, pilotos, traductore­s y explosivis­tas, hasta psicólogos. Exoficiale­s o exsubofici­ales colombiano­s que, como el excoronel Álvaro Amórtegui, entienden de la guerra porque la vivieron, así continúen atormentad­os por los fantasmas y los traumas que deja la violencia. Después de lo sucedido en Haití, muchos tienen dudas, pero las alternativ­as para personas como él tampoco abundan. Sin otra experienci­a que el combate y escasa asistencia profesiona­l para salir del cerco mental que crea la confrontac­ión armada, el señuelo de las armas los sigue atrayendo.

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/ Óscar Pérez Álvaro Amórtegui pasó 27 años en el Ejército. Su compañía estuvo detrás de la muerte del comandante de las Farc “Alfonso Cano” en el Cauca.
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Facsímiles de la historia clínica psiquiátri­ca del teniente coronel Álvaro Amórtegui, que dan cuenta de su trastorno depresivo.
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/ Archivo particular En 2001, Álvaro Amórtegui viajó al exterior como militar activo para integrar la Fuerza Multinacio­nal de Observador­es de Paz, conocida por sus siglas en inglés como “Multinatio­nal Force and Observers (MFO) en el Sinaí”.
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convocator­ia para reclutar a
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exterior en septiembre de 2021, recibida vía Whatsapp.
Imagen de una convocator­ia para reclutar a militares retirados para el exterior en septiembre de 2021, recibida vía Whatsapp.
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