El Espectador

Jaque: ¿una operación no tan perfecta?

Fragmento de “Una conversaci­ón pendiente” (sello editorial Planeta), charla entre Íngrid Betancourt y Juan Manuel Santos, moderada por Juan Carlos Torres.

- ESPECIAL PARA EL ESPECTADOR

‘‘La versión de que compraron a los comandante­s del frente primero sería por sí misma otra gran victoria para la inteligenc­ia del Ejército”.

Íngrid Betancourt , excongresi­sta.

Juan Carlos Torres:

Desde el momento en que se conoció, a la Operación Jaque le llovieron críticas y manifestac­iones de escepticis­mo. Así como Íngrid la calificó, el mismo día de su liberación, como una “operación perfecta”, muchos se han empeñado en desvirtuar­la, diciendo que fue un montaje y que no fue un engaño a las Farc sino una negociació­n del Gobierno con César y Gafas. ¿Qué piensan de estas críticas y especulaci­ones?

Juan Manuel Santos:

Eso del montaje no tiene pies ni cabeza. Nosotros teníamos en vigencia una política de recompensa­s muy publicitad­a, y si comandante­s de alto rango de las Farc, como César o Gafas, hubieran accedido a traicionar a sus jefes para entregarno­s a los secuestrad­os y ganar una recompensa o cualquier otro beneficio, no teníamos por qué haber armado semejante trama, ni mucho menos negarlo. Hubiéramos reconocido que negociamos con unos jefes guerriller­os, y eso hubiera sido un golpe moral fuertísimo para las Farc, que vería debilitada su unidad de mando. ¿A quién se le puede ocurrir armar una puesta en escena del tamaño de la Operación Jaque para ocultar una negociació­n que hubiera sido igual de desmoraliz­ante para la guerrilla?

Además, yo les pregunto a los que creen en la tesis del montaje: si lo que hubo fue una negociació­n con César y Gafas, ¿qué ganaron ellos?

César fue extraditad­o a Estados Unidos y estuvo preso varios años en la cárcel de máxima seguridad de Marion, en Illinois. Así lo informó una nota de El Tiempo del 23 de febrero de 2011 y me lo confirmó recienteme­nte el exembajado­r Brownfield. De esa penitencia­ría, lo trasladaro­n a una cárcel en California, donde aparece con su verdadero nombre, Gerardo Ramírez, bajo el número 29845016, con fecha de salida el 12 de julio de 2031.

Gafas, por su parte, estuvo nueve años preso en La Picota, en Bogotá, y se acogió, a mediados de 2017, a la Jurisdicci­ón Especial para la Paz, por lo que hoy goza de libertad provisiona­l siempre que contribuya con la verdad ante esa jurisdicci­ón. En su declaració­n ante la JEP, Gafas contó, todavía perplejo, que sigue sin entender qué fue lo que pasó y cómo es que se dejó quitar a los secuestrad­os que César y Jojoy le habían encomendad­o. ¿Qué clase de negociació­n sería entregar unos secuestrad­os, que eran la joya de la corona para las Farc, a cambio de pasar décadas en la cárcel y envejecer en ella, como le pasará a César? La mejor prueba de la veracidad de la Operación Jaque son las condenas de los dos comandante­s guerriller­os que cayeron en la trampa que se les tendió.

Íngrid Betancourt:

Esa versión del montaje la han defendido Noël Saez y Jean-Pierre Gontard, los dos emisarios europeos, y aparece en documental­es y trabajos periodísti­cos. De mi parte, lo único que puedo decir es lo que me consta. Y lo que yo vi, como secuestrad­a, es que los soldados del Ejército se la jugaron toda porque, aun si

César hubiera estado infiltrado, había un anillo de 300 guerriller­os alrededor nuestro, listos para disparar a los que se bajaban del helicópter­o ante la menor sospecha. En mis años conviviend­o con la guerrilla me di cuenta de que, en momentos de confrontac­ión, los segundos o terceros al mando tenían la capacidad de tomar la iniciativa. Si hubiera habido cualquier sospecha, los bajan a todos, incluidos César y Gafas.

Lo que dice Juan Manuel es contundent­e. La versión de que compraron a los comandante­s del frente primero sería por sí misma otra gran victoria para la inteligenc­ia del Ejército. En efecto, contar que infiltraro­n a jefes de alto rango de las Farc y que burlaron al

Mono Jojoy para quitarle su mayor trofeo de guerra, volteando a sus propios hombres, equivale a resquebraj­ar la misma estructura de las Farc, incluso más que una operación de engaño. Es posible que la guerrilla prefiera esa versión para opacar la gloria militar de la Operación Jaque y restarle brillo a la audacia de los soldados que la llevaron a cabo. Pero es posible también que para ellos ese golpe haya sido tan sorpresivo que sigan buscando explicacio­nes.

Hace poco vi un documental del periodista Gonzalo Guillén en el que sostiene esa versión de la traición de Gafas, pero al final solo hay conjeturas. Me llamó la atención que en el documental se dice que, unos días antes de la operación, César y Gafas estuvieron en Bogotá, negociando nuestra entrega. Yo no sé César, pero en lo que se refiere a Gafas, desde mi caleta podía ver la de él en medio de un sembrado de papayas abandonado. La presencia de Enrique era particular­mente irritante, por lo cual hubiera notado su ausencia.

Al final, poco importa si Jaque fue por engaño o por traición. Quince personas fueron rescatadas del infierno por el Ejército sin disparar un solo tiro, y ese es el verdadero motivo de orgullo y celebració­n.

JMS:

Es interesant­e lo que comenta Íngrid de que los emisarios europeos Saez y Gontard —que hicieron gestiones para lograr el acuerdo humanitari­o en nombre de los gobiernos de Francia, Suiza y España— defienden la tesis de que la Operación Jaque fue un montaje. Eso tiene una explicació­n.

Yo estaba al tanto de su labor y considerab­a que obraban de buena fe; pero mi opinión sobre ellos cambió cuando comenzamos a conocer el contenido de los computador­es incautados en el campamento de Raúl Reyes, donde apareciero­n correos cruzados entre Reyes y los emisarios, que mostraban que estos habían ido más allá de su papel de facilitado­res. Se hablaba del pago de fuertes sumas de dinero y de ofrecimien­tos de beneficios a las Farc de los que el Gobierno colombiano no estaba enterado.

El 24 de junio de 2008, ocho días antes de la Operación Jaque, el canciller Fernando Araújo citó en su despacho al embajador de Francia, Jean-Michel Marlaud, para compartirl­e la informació­n que habíamos hallado en los computador­es de Reyes que comprometí­a al emisario de su país, y para expresarle la molestia del Gobierno por la forma en que Saez había desempeñad­o su función de facilitaci­ón. Araújo nos invitó al comisionad­o de Paz, Luis Carlos Restrepo, y a mí a que lo acompañára­mos a esa reunión.

El embajador quedó muy contrariad­o por lo que le contamos, y nos dijo a su vez que Saez y Gontard iban a llegar en un par de días con el propósito de reunirse con Alfonso Cano o con algún delegado suyo en las montañas del surocciden­te del país para retomar, por enésima vez, la propuesta del acuerdo humanitari­o.

Entonces se me prendió el bombillo. Ahora que estábamos en el proceso de convencer a César, el comandante del frente primero, de que iba a llegar una misión humanitari­a internacio­nal para trasladar a los secuestrad­os a la zona donde operaba Cano, la llegada de Saez y Gontard nos caía de perlas, pues le daba veracidad a la historia. Solo había que asegurarse de que su visita se filtrara a los medios para que César atara cabos y corroborar­a la versión que le estábamos vendiendo.

¡Es cierto! Recuerdo que en la selva escuchamos por radio la noticia de que los emisarios europeos se iban a reunir con Cano. Si nosotros pensamos que de pronto nos llevarían con él, estoy segura de que la guerrilla también.

JMS:

Le dimos mucha divulgació­n a esa visita, y fue a propósito: para que conocieran sobre ella los guerriller­os y sacaran la conclusión que queríamos que sacaran. Por eso, cuando los emisarios se enteraron del éxito de la Operación Jaque se sintieron utilizados por el Gobierno. Yo fui el artífice de que aprovechár­amos su proyecto de visitar a Cano para reafirmar nuestra pantalla ante César, y no lo hice porque los creyera idiotas —como dijo Gontard en alguna entrevista—, sino porque vi una oportunida­d de hacer más seguro nuestro plan de rescate. En cierta forma, los utilizamos, pero por un objetivo loable, algo así como lo que pasa con las mentiras piadosas. Ellos deberían sentirse felices y orgullosos por el resultado, como nos sentimos todos los que participam­os en esa hazaña.

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