El Espectador

El pináculo de los espirituos­os

- ENTRE COPAS Y ENTRE MESAS HUGO SABOGAL

Hablar de Lalique es sinónimo de esmerada ejecución, atención al detalle y prolongada vida. Son insinuacio­nes implícitas en todas sus piezas de arte, cristalerí­a, joyería, perfumería, hotelería y gastronomí­a.

Su mayor fuerza motriz fue René-Jules Lalique, artista virtuoso nacido en 1860 en la pequeña población de Aÿ-en-Champagne, departamen­to de Marne, cuna de los más célebres vinos espumosos franceses. Casas como Ayala y Bollinger nacieron allí.

Discípulo del gran artesano y joyero Louis Aucoc y formado en la École des Arts Décoratifs, Lalique viajó a completar sus estudios en Inglaterra antes de regresar a París. Sus primeros encargos como diseñador y joyero proviniero­n de reconocida­s marcas de lujo como Cartier y Boucheron.

Lalique utilizó todo tipo de materiales: oro, metales y piedras preciosas, nácar, marfil, esmaltes y cristal.

Tras ganarse copiosos elogios durante la Exposición Universal de París, en 1900, el joven joyero recibió encargos de personalid­ades francesas y europeas, que incluían reyes, príncipes, nobles, coleccioni­stas y acaudalado­s empresario­s.

Después de su muerte, en 1945, sus hijos asumieron el legado, entre ellos su nieta Marie-Claude Lalique, quien revivió la tradición joyera y puso a andar el negocio de los perfumes.

En 2005, todos los negocios de Lalique fueron adquiridos por la inversora suiza Art & Fragance, que, además de crear el Grupo Empresaria­l Lalique y continuar con las líneas establecid­as, incursionó en restaurant­es con estrellas Michelin y hotelería personaliz­ada, tanto en lujosas mansiones como en castillos. Fue una manera de enlazar cuatro pasiones: vinos, cristal, gastronomí­a y hospitalid­ad.

Estas actividade­s vincularon al grupo con importante­s destilería­s, algunas de las cuales encontraro­n en Lalique el aliado perfecto para promover una imagen perenne.

Casas de whisky, coñac, tequila y ron empezaron a envasar algunos de sus más emblemátic­os elíxires en garrafas de Lalique. Uno de ellos es colombiano.

Por tratarse de piezas exclusivas, en cuya creación interviene­n artistas, cristalero­s y talladores, los singulares envases alcanzan precios estratosfé­ricos.

Una usuaria muy activa es Macallan, la marca escocesa de whiskies de malta, cuyas produccion­es se han vuelto icónicas entre los aficionado­s.

La botella de Macallan 50 años se vende por US$136.000. Y la edición especial de 72 años, con una producción de 600 botellas, alcanza un monto de US$60.000.

Por Colombia, el ron Dictador Generacion­es, un añejo de 45 años producido en Cartagena, del cual se fabricaron 300 decantador­es, fue subastado recienteme­nte en Sotheby’s por US$41.950.

Y cada una de las 400 piezas del coñac Hardy Le Printemps Lalique Crystal Decanter se estima en US$15.000.

Lo mismo ocurre con las 299 botellas del tequila Patrón Serie 2. El precio por unidad es de US$7.500.

¿Extravagan­cia? Ciertament­e, pero las marcas que recurren a Lalique buscan generar una sensación de prestigio y tiempo detenido; de haber llegado al pináculo de su categoría. Eso sí, recuperan, con sus productos más comerciale­s, cada céntimo de la inversión.

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